En los últimos meses, un fenómeno social y político comenzó a extenderse desde el sur de Asia hasta América Latina, Europa y África: las llamadas revueltas de la Generación Z. Jóvenes nacidos a partir de 1996 —marcados por la era digital, la precariedad laboral y la desconfianza hacia las élites políticas— salieron a las calles en lugares tan aparentemente disímiles como Perú, Nepal, Marruecos, Francia, Indonesia, Madagascar y Paraguay, reclamando cambios estructurales y denunciando la corrupción, la desigualdad y la falta de oportunidades.
Hace una semana, la muerte, provocada por un balazo a quemarropa, del rapero peruano Eduardo Mauricio Ruiz Sanz, durante una manifestación en Lima, le dio al movimiento su primer mártir global. Conocido como “Trvko”, el artista urbano, de 32 años, era una de las voces de las protestas que provocaron la destitución de la presidenta Dina Boluarte, el 10 de octubre.
Lejos de calmarse tras la salida de Boluarte, las protestas se volvieron en estos días aun más intensas contra el nuevo Gobierno del derechista José Jerí, al que nadie confía capaz de resolver la precariedad económica de buena parte de la población, la corrupción y la inestabilidad política de Perú. Estas fueron las razones que unieron en las calles a sectores más tradicionales, como sindicatos y partidos opositores, con el nuevo actor político de la Generación Z, que fue clave en las convocatorias a través de las redes sociales.
Por más que a priori parezcan lugares lejanos y con vivencias sociales, culturales y políticas distintas, los reclamos y los protagonistas de las protestas de Perú parecen calcados de los de Nepal, Francia o Madagascar. El símbolo común de estas protestas —una bandera pirata con un sombrero de paja, tomada del manga One Piece — se ha convertido en emblema de esta juventud global que, como el protagonista de la serie, desafía a un “orden mundial” percibido como opresivo. En plazas, avenidas y redes sociales, esa bandera ondea como un grito de rebeldía y símbolo de una ola global de descontento que nadie sabe bien dónde terminará.
Nepal: el origen de la “revolución Z”
El término revolución de la Generación Z apareció por primera vez en Nepal a comienzos de septiembre, cuando miles de jóvenes salieron a protestar contra la prohibición nacional de varias plataformas de redes sociales y la ostentación de riqueza de funcionarios públicos. Lo que comenzó como un reclamo por libertad digital se transformó rápidamente en una movilización nacional por transparencia, rendición de cuentas y fin de la corrupción.
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Las manifestaciones, lideradas por estudiantes, escalaron en intensidad hasta provocar enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y ataques a edificios públicos. En pocos días, el gobierno de KP Sharma Oli colapsó: el primer ministro dimitió y abandonó el país el 9 de septiembre, junto a varios de sus ministros. La jueza Sushila Karki asumió como primera ministra interina tres días después, y el movimiento juvenil declaró una “pausa estratégica” tras considerar cumplido su objetivo inicial: forzar un cambio de liderazgo. Nepal se convirtió, así, en el punto de partida simbólico de la ola global.
Marruecos: jóvenes en busca de justicia social
La segunda gran expresión de este movimiento surgió en Marruecos, donde un colectivo anónimo autodenominado GENZ212 convocó a manifestaciones diarias desde el 27 de septiembre. Sus consignas pedían mejoras urgentes en salud y educación, denunciaban el costo de vida y la desigualdad, y exigían oportunidades para una generación con altos índices de desempleo juvenil.
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Las marchas derivaron en choques con la policía y dejaron un saldo de tres muertos, cientos de heridos y decenas de detenidos. El 15 de octubre, el Tribunal de Apelación de Agadir condenó a quince manifestantes a penas de entre tres y quince años de prisión por “actos de violencia”. La dureza de las sentencias generó rechazo entre organizaciones de derechos humanos, que denunciaron un intento de criminalizar la protesta social. Aun así, los jóvenes marroquíes lograron instalar un debate sobre el acceso a los servicios públicos y la represión estatal.
Madagascar: la caída de un presidente
Pocos días después, el foco se trasladó al océano Índico. En Madagascar, las movilizaciones juveniles que habían comenzado en septiembre contra los cortes de agua y electricidad derivaron en una crisis de Estado. El presidente Andry Rajoelina afirmó haber huido del país el domingo 12 de octubre a bordo de un avión militar francés, luego de que sectores del Ejército se sumaran a las protestas.
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Según la Organización de las Naciones Unidas, al menos 22 personas murieron durante la represión. La bandera pirata de One Piece también apareció en las calles de Antananarivo, convertida en un símbolo de desafío contra la corrupción y la represión. Miles de ciudadanos se congregaron en la capital para exigir justicia por los muertos y celebrar lo que definieron como “el despertar de una generación”.
Paraguay: “Somos el 99,9 %”
En nuestro continente, la ola de descontento juvenil llegó a Paraguay el 28 de septiembre. En Asunción, miles de jóvenes se reunieron frente al Congreso bajo el lema “Somos el 99,9 %. No queremos corrupción”, una consigna que se propagó rápidamente por redes sociales. La movilización fue convocada por colectivos sin afiliación partidaria y articulada por la autodenominada Generación Z Paraguay, que denunció el nepotismo, el clientelismo y la penetración del narcotráfico en la política.
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Las protestas paraguayas tuvieron un tono mucho menos violento que la de otros lugares: banderas nacionales mezcladas con ilustraciones del manga japonés, intervenciones artísticas y música callejera. Sin embargo, también reflejaron un hartazgo profundo. “La juventud paraguaya está sensibilizada políticamente, pero no se siente representada en el proceso electoral”, explicó el analista Leonardo Berniga. Para la dirigente feminista Lilian Soto, “hay una rabia enorme por el abandono estatal, la corrupción y la falta de políticas públicas”.
De Katmandú a Lima, de Antananarivo a Asunción, las revueltas de la Generación Z siguen mostrando rasgos comunes allí donde ocurren: se articulan a través de redes sociales, carecen de líderes tradicionales y canalizan una frustración acumulada por años de precarización económica, corrupción endémica y desconfianza hacia los partidos. Los jóvenes que las protagonizan crecieron en democracias formales, pero sienten que el sistema actual se ha vuelto un territorio cerrado para ellos.
El uso de símbolos culturales globales, como el sombrero de paja de One Piece, refuerza el carácter transnacional de esta generación. Los manifestantes no se reconocen bajo banderas partidarias, sino bajo un imaginario compartido que mezcla cultura pop, humor y resistencia. Su consigna —reivindicar el derecho a un futuro justo y libre de corrupción— resuena en múltiples idiomas.