Los resultados después de varios estudios sorprendieron a la comunidad médica y a esta familia
Las convulsiones de Daniel (hijo de María del Carmen) fueron el punto de partida para una larga búsqueda médica.
Durante años, la familia atravesó diagnósticos erróneos y tratamientos parciales.
El diagnóstico final de Asperger llegó cuando el niño tenía 11 años.
Hoy, María del Carmen es referente en autismo y trabaja por la inclusión laboral de personas con TEA.
El inicio de las convulsiones en un niño pequeño encendió todas las alarmas de una familia que, hasta ese momento, no sospechaba que detrás de esos episodios se escondía algo mucho más profundo. A medida que los especialistas avanzaron con estudios y análisis, surgieron indicios que no solo permitieron explicar el origen de los síntomas del menor, sino que también abrieron un interrogante mayor.
El caso pasó de tratarse de una urgencia puntual a convertirse en una investigación médica con implicancias genéticas y hereditarias. El hallazgo final dejó al descubierto una condición que afectaba a más integrantes de la familia de lo que se creía, revelando cómo una señal silenciosa puede ser clave para detectar diagnósticos ocultos durante años.
Cuál fue el diagnóstico que cambió la vida de toda una familia entera
Médicos
María del Carmen Gironzi, de 53 años, conoció a su esposo Ricardo cuando tenía 21 y apenas dos años después se casaron. Hoy, con más de tres décadas de pareja, resume su vínculo como una alianza sólida basada en una conexión profunda, incluso antes de saber que ambos formaban parte del espectro autista.
“Siempre sentimos que hablábamos el mismo idioma”, explica. El camino hacia el diagnóstico comenzó de manera inesperada, a partir de las convulsiones que sufrió Daniel, su tercer hijo, cuando era apenas un bebé. Ese episodio marcaría el inicio de una búsqueda larga y compleja que terminó revelando una realidad que atravesaba a toda la familia.
Hasta entonces, vivían en Trelew con sus cuatro hijos, sin advertir señales que les parecieran problemáticas. Sin embargo, la situación cambió drásticamente cuando Daniel tuvo dos convulsiones seguidas y un paro cardiorrespiratorio, lo que derivó en viajes constantes a Buenos Aires durante dos años para evaluaciones y tratamientos neurológicos.
La distancia, la falta de tecnología para comunicarse y la separación prolongada de sus hijas mayores hicieron que ese período fuera especialmente difícil en lo emocional y lo logístico. Durante mucho tiempo, los diagnósticos fueron parciales: epilepsia temporal, trastornos de ansiedad y depresión, medicaciones que dieron alivio momentáneo pero no respuestas de fondo.
El punto de inflexión llegó en 2006, cuando una docente notó un episodio extraño en Daniel y la familia volvió a consultar en la Ciudad de Buenos Aires, esta vez en el FLENI. A sus 11 años, finalmente recibió el diagnóstico correcto: TGD tipo Asperger.
Con el tiempo, María del Carmen comprendió que no se trataba solo de un hijo, sino de una condición compartida por varios integrantes del hogar. Desde esa experiencia, transformó su recorrido personal en acción colectiva: se convirtió en referente sobre el tema y fundó una consultora dedicada a capacitar e integrar laboralmente a personas dentro del espectro.