Pese a los recortes y a la crisis de consumo, el teatro de Buenos Aires vive una prolongada etapa dorada. Por supuesto que hay en esta ciudad una tradición teatral enorme, pero en los últimos años, el amor y la pasión de los porteños por el teatro viene creciendo de manera sostenida. En 2022, tan pronto como la sociedad se recuperó de la pandemia, hubo cerca de cinco millones de personas que se encerraron con otras personas en una sala -con la pantallita en silencio y en el bolsillo- para participar de una milenaria ceremonia cultural. En 2023 y 2024, entre los picos inflacionarios y los sacudones al bolsillo, el número de asistentes bajó apenas, pero se mantiene muy alto en niveles históricos.
Ese número de espectadores surge de cruzar los datos de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales, que nuclea a los empresarios del sector que suele llamarse comercial. y de Alternativa Teatral, el portal de venta de entradas de teatro independiente y oficial. Según los reportes de AADET, en 2022 hubo 3,7 millones de espectadores en sus salas, mientras que en el turbulento 2023, los asistentes llegaron a 2,8 millones. Por su parte, el portal Alternativa que nuclea a buena parte de las salas independientes y al teatro oficial, reportó 1.209.503 espectadores en 2022 y 1.202.784 en 2023.
En 2024, ya con la motosierra libertaria a toda marcha, la caída del consumo, la recesión y los insultos y agravios por parte del Presidente a la comunidad artística, hubo 1.053.851 espectadores de la escena independiente. Aunque las fronteras entre uno y otro circuito siempre son difusas, conviene tener en cuenta las diferencias entre los modos de producción. Se le llama teatro comercial al que tiene una producción económica tal que logra sostener salas de gran formato (entre 900 y 1500 espectadores) con alto costo de mantenimiento y elenco de actores profesionales muy conocidos. El teatro oficial son los teatros nacionales, provinciales y municipales, que ofrecen entradas a bajo costo para que cualquiera acceda a obras de gran despliegue técnico y actores profesionales. Y el teatro independiente tiene su origen en los grupos filodramáticos del Siglo XX que, según el dramaturgo y director Mauricio Kartún “en este país se constituyeron en una experiencia extraordinaria porque, lejos de ser el campo de los aficionados, se transformó en el campo de profesionales fanáticos y apasionados que transpiran esa pasión por jugar justamente en ese campo”.
Una ley que funcionó y que quieren bajar
Está dicho, los circuitos nos son excluyentes: muchas obras, elencos y profesionales circulan a lo largo de las temporadas por los diferentes modos. Sin embargo, por esa particularidad que señala Kartún, el teatro independiente es el fenómeno más porteño y un verdadero motor que vincula a los otros dos.
Más allá de los números, hay una cantidad de detalles cualitativos que señalan la madurez y complejidad del fenómeno del teatro independiente argentino: la cantidad enorme de obras a las que hay que reservar entradas con varias semanas de anticipación porque se popularizan con el ancestral método del boca a boca. Que en rigor debería llamarse boca a oído, porque boca a boca es un beso, aunque se entiende que es una recomendación personal. Otra característica es el crecimiento de las salas vinculadas a un grupo o un director, que desarrollan una estética propia y que se convierten en escuelas. También están las escuelas de espectadores con diversas modalidades: grupos de amantes del teatro organizados en torno a uno o dos coordinadores y que ponen el acento de la socialización que propone la ceremonia participativa de la actividad dramática. Y, entre otros muchos aspectos, hay también un incipiente circuito editorial en el que se imprimen las obras salidas de este movimiento, muchas de ellas convertidas ya en clásicos como La omisión de la familia Coleman de Claudio Tolcachir.
El vigor del teatro independiente está íntimamente ligado a la sanción en 1997, de la Ley del Teatro, un reclamo que llevaba entonces más de treinta años y cuya sanción por unanimidad fue saludada en el recinto parlamentario por toda la comunidad teatral. La ley disponía que el Instituto Nacional del Teatro sería financiado con el 8% de los fondos del Comfer y, por supuesto, tuvo detractores y enemigos. Casi treinta años después y tras varias modificaciones y gestiones de diverso enfoque en el organismo, la vitalidad del teatro es la mejor evidencia de la eficacia de esa ley.
-El teatro argentino vivió un punto de inflexión, claro y definitivo con la creación de la Ley Nacional de Teatro –dice Mauricio Kartun a C5N - Le cambió la cara al teatro. El teatro venía en un franco deterioro, era muy difícil para los grupos independientes porque supone una inversión de entrada, Y se articuló un circulo virtuoso: como al subsidio le corresponde hacer una cantidad de funciones determinadas, hace que nunca el subsidio se pierda es decir, nunca el subsidio es un gasto del Estado si no es una inversión porque luego se hacen las funciones y esas funciones que se hacen a un valor subvencionado le dan la posibilidad a alguien de ir a ver teatro a un valor que de otra manera no podría haber visto pero también con una variedad y una calidad que fue creciendo año a año, se abrieron nuevas salas se equiparon, se abrieron muchas escuelas, lo que dio como resultado el prestigio que el teatro nacional tiene en el mundo".
Una tendencia que crece pese al virus y los recortes
En su primera medición de 2009, Fundación Alternativa encontró 12.054 espectadores a salas independientes y oficiales. Dos años después el número se había multiplicado por más de diez, había llegado a 146.632. Es probable que el número no hable solo de crecimiento de espectadores sino también de la incorporación de salas al circuito de venta online de entradas, pero en cualquier caso habla, también, de una maduración y formalización del sector. Para 2015, el crecimiento imparable había llegado a 570.449. En 2019, en plena crisis inflacionaria y financiera del gobierno de Cambiemos., hubo 1.058.914, una pequeña caída respecto de los 1.099.293 del año anterior. Y la pandemia terminó de hacer caer los números a 192 mil. Sin embargo, apenas finalizado el aislamiento, en 2022, los números ya superaban a los prepandemia, con 1.209.503 espectadores.
Sol Salinas es Presidenta de Fundación Alternativa, una asociación civil vinculada al portal Alternativa y Mariana Aramburu, directora de la asociación civil Enfoque Consumos Culturales, que, desde hace diez años se dedica a la investigación sobre público. Las dos organizaciones se asociaron en 2019 para profundizar las cifras ya que, como dice Aramburu, “si bien se venían haciendo encuestas nacionales de consumos culturales desde el Estado, que fueron muy importantes para las políticas públicas y los proyectos de gestión cultural, se hacía necesario complementar esos datos con información específica de cada una de las disciplinas y sectores"”.
El primer estudio que hizo esta alianza de asociaciones civiles, "Perfiles y hábitos entre espectadores de teatro independiente de la Ciudad de Buenos Aires", cayó justo en marzo de 2020, en el lanzamiento del ASPO. “En verdad empezamos a pensar el estudio en 2019, fue una encuesta online sobre la base de datos de Alternativa, pero cuando decidimos lanzar el link de la encuesta era marzo de 2020, lo cual nos ayudó porque respondió muchísima gente que estaba todo el tiempo en la casa”, explica Aramburu.
Ese primer estudio arrojó que en la pandemia hubo mucho consumo de artes escénicas online o artes escénicas digitales en diversos formatos. “No era solo teatro filmado-detalla Salinas-. Había lo que se llamaba justamente experiencias escénicas mediadas por una pantalla, por WhatsApp, por teléfono fijo, interactivas, en directo, había una gran variedad de producción, y dentro del público de Alternativa, casi un 80% de las personas habían consumido algún tipo de este tipo de experiencia durante la pandemia porque al ser públicos bastante fan o bastante cercanos, realmente les faltaba algo”. Por ese motivo, apenas superada la etapa del aislamiento, y a diferencia del cine, que nunca se recuperó del ASPO, el teatro explotó.
El primer estudio pospandémico,"Públicos de artes escénicas. Modos de participación en la pospandemia". se hizo sobre publico relativamente frecuente y con una combinación de entrevistas cualitativas con análisis cuantitativos, la mitad de las personas encuestadas reconoció haber ido a las salas una vez al mes o con más frecuencia. Dé ese estudio surgió el dato de que había un 20% de nuevos públicos, es decir, personas que empezaron a asistir por primera vez luego de la pandemia. Además de asistir a salas independientes, el 50% concurrió también a salas oficiales-estatales y el 45% a salas comerciales. “Muchas personas manifestaban una cuestión de salud mental, de volver a encontrarse con otras personas, de relajar, asistir al teatro por una cuestión de salud”, explica Salinas.
Nadie nace público
Presentados los números, para el público masivo la noticia sigue siendo el imparable amor de los porteños y habitantes del GBA por el teatro en general. Sin embargo, habida cuenta de lo popular que se vuelve la actividad, cabe la pregunta que se hicieron Salinas y Aramburu. ¿Qué pasa con la gente que nunca va a el teatro? ¿Por qué no lo hacen? Para observar más de cerca ese fenómeno plantearon hacer el estudio "Públicos esporádicos y no público de teatro. Una aproximación a las barreras de acceso, uso y apropiación". Y, como suele suceder cuando la pregunta es pertinente, las respuestas que encontraron explican muchas otras cosas que las estrictamente consultadas.
“Encontramos que había una concepción un poco híbrida o contradictoria sobre el mainstream de la calle Corrientes y el teatro como cultura legítima -explica Salinas- Vimos que la salida al teatro era una salida compleja para estas personas, porque había que vestirse de una determinada manera, había que organizarse, había que dejar el auto estacionado, y es una experiencia que no sabés qué es, de qué se trata lo que vas a ver, si te va a gustar, algunos dicen ´no sé si lo voy a entender, me voy a sentir mal conmigo mismo, para qué voy a ir´”.
El concepto de no-público tiene una larga trayectoria, explica Aramburu. “Vimos, leyendo bibliografía, que el término no-Público surge en el Mayo del 68 en Francia, en grupos de teatro que estaban planteando dentro de toda la reivindicación obrero- estudiantil, que la cultura es un derecho y que no todos estaban teniendo ese derecho al acceso”. Debería sorprender que en 2025 se vuelva a hablar, como en 1968, de la cultura como derecho. Pero la Argentina de Javier Milei ya superó todos los estándares de sorpresa.
En momentos en que hasta la ONU emite proposiciones para que la gente limite su tiempo frente a las pantallas y con la experiencia tan reciente y tan voluntariamente olvidada del aislamiento pandémico, la asistencia al teatro se convierte en una de las actividades salvadoras de la socialización a través de la cultura.