La televisión argentina de los años 90 no fue solo un medio de entretenimiento: fue el gran espejo de un país que, bajo la influencia del menemismo, vivía en una ilusión de modernidad, consumo sin límites y pertenencia a un supuesto “primer mundo” al que, se decía, ya habíamos llegado. Fue la era de la “pizza con champagne”, una metáfora perfecta para definir una cultura donde convivía lo popular con lo ostentoso, lo cotidiano con lo inalcanzable.
El estreno de la serie Menem en la plataforma Prime Video trajo el recuerdo (y dio a conocer, a aquellos más jóvenes) de una pantalla chica que fue, sin lugar a dudas, el escenario donde esa lógica encontró su mayor expresión. Excesos, frivolidad y la fantasía de un país que quería parecerse al primer mundo se repetían a toda hora en la grilla de los canales que volvieron a ser privados o intervenidos.
Durante esos años, la televisión se convirtió en un fenómeno masivo, omnipresente, que marcaba tendencias, imponía ídolos y dictaba agenda. La pantalla era un territorio de promesas rápidas, premios millonarios, fama repentina y espectáculos imponentes. En esa Argentina atravesada por las privatizaciones, la convertibilidad y la apertura indiscriminada de mercados, los programas de TV eran más que un pasatiempo: eran un manual emocional de época.
De Ritmo de la Noche a Tiempo Nuevo, un recorrido por los programas que definieron una época.
Uno de los máximos símbolos del entretenimiento noventoso fue, sin duda, Ritmo de la Noche. Conducido por un joven Marcelo Tinelli, el ciclo nació como un derivado de Videomatch, pero rápidamente encontró su propio lugar en la grilla de Telefe. Su propuesta era explosiva: bandas internacionales tocando en vivo, sketchs humorísticos con tono adolescente, cuerpos hegemónicos en pantalla, y una producción que no escatimaba en luces, efectos y escenografías. Allí se consolidó un lenguaje que sería clave en el entretenimiento local durante los próximos veinte años.
En paralelo, otro fenómeno arrasaba entre los adolescentes: Jugate Conmigo. El programa, creado y conducido por Cris Morena, fue mucho más que un ciclo juvenil. En su mezcla de juegos, canciones, concursos, ficciones breves y mensajes de autoestima, construyó un universo donde los más jóvenes eran protagonistas. Lejos del cinismo de otros formatos, el programa apostaba por una sensibilidad pop, empática y colorida, que caló hondo en toda una generación y le permitió descubrir a su conductora su capacidad para la creación de mundos ficticios que atravesaron décadas y llegan hasta el día de hoy.
Si de glamour y despliegue hablamos, Hola Susana fue otro de los grandes íconos de la época. El ciclo conducido por Susana Giménez nació en ATC, pasó por Canal 9 para desembarcar en Telefe donde se consolidó como el gran show de las noches argentinas. Con su humor desenfadado, su relación directa con el público (que la saludaba con un “Hola Susana" como si fuera una amiga más), y la presencia constante de invitados nacionales e internacionales, el programa instaló un modelo de diva cercana, millonaria pero entrañable. Susana fue el símbolo del lujo noventoso y por su living pasaron las estrellas de la época, desde Charly García hasta Sylvester Stallone.
Pero la televisión también fue política. Tiempo Nuevo, el ciclo conducido por Bernardo Neustadt estuvo al aire durante más de 30 años pero encontró en los primeros años del menemismo su momento de apogeo. Se transformó en una pieza clave para entender cómo los medios operaban como amplificadores del discurso oficialista. A través de entrevistas, editoriales contundentes y una narrativa que celebraba las reformas del gobierno, el programa fue casi un apéndice del relato menemista. Incluso, el propio Presidente se transformó en conductor durante una emisión. Con frases como “Menem lo hizo”, el ciclo ayudó a construir la imagen de un país en transformación, aunque las consecuencias sociales de ese modelo comenzaban a hacerse sentir en los márgenes.
En el terreno del espectáculo, Indiscreciones, con Lucho Avilés al frente, marcó el nacimiento de una televisión centrada en el chisme, el escándalo y la farándula sin filtros. Con un panel afilado y un tono entre irónico y provocador, el programa no solo informaba sobre el mundo del espectáculo, sino que lo moldeaba. Allí se consolidaron figuras mediáticas, se desataron peleas en vivo y se instaló un nuevo tipo de “periodismo” basado en la espectacularización de la intimidad.
Indiscreciones, con Lucho Avilés: el chimento a la orden del día
Por su parte, La Noche del Domingo, de Gerardo Sofovich, mantuvo su vigencia con un formato clásico de varieté, pero adaptado a los tiempos del show permanente. Concursos con premios en efectivo, desafíos imposibles, modelos desfilando, humoristas consagrados y una estructura que funcionaba como una revista porteña televisada. El humo del cigarro de Gerardo, el corte de la manzana y los billetes en mano se volvieron estampas reconocibles del prime time dominguero.
En otro horario, Mediodía con Mauro, con el siempre polémico Mauro Viale, proponía una mezcla de información, debate y escándalo. Lo que comenzó como un ciclo más noticioso, fue virando hacia un formato de alto voltaje, donde las peleas, los móviles en vivo y los personajes estrambóticos ganaban terreno. El recordado Caso Coppola terminó de convertir el formato del programa en un auténtico talk show: fue allí donde se iniciaron figuras que luego poblarían el universo del espectáculo mediático, muchas veces sin haber pasado por escenarios ni cámaras antes.
Todos estos programas compartían un hilo común: la espectacularización de lo cotidiano. Todo se volvía show. Desde una pelea de pareja hasta una elección presidencial, desde una separación mediática hasta un sorteo telefónico. La televisión argentina de los 90 no solo entretenía: enseñaba a desear, a consumir, a pertenecer. La ilusión del éxito inmediato, del lujo al alcance de todos, del glamour como estilo de vida, eran los grandes relatos en pantalla.
Esa estética, conocida como “la cultura de la pizza con champagne”, resumía como ninguna otra el espíritu de época. Era el país donde podías comer una pizza en un bar de barrio mientras soñabas con brindar con champagne francés en Miami. La TV ofrecía ambas postales, como si fueran parte de la misma realidad. Pero esa fantasía comenzaba a mostrar fisuras: el desempleo crecía, la pobreza se ocultaba tras cámaras, y la televisión evitaba, salvo contadas excepciones, mostrar el reverso de la fiesta.
Neustadt, Cris Morena y Mauro Viale: figuras de la tele noventosa
Con el paso del tiempo, muchas de esas figuras se convirtieron en leyenda, y esos programas en objeto de culto. Pero también quedó claro que la televisión fue parte de un entramado cultural que celebró la apariencia, silenció el conflicto y vendió ilusiones que se desmoronarían con el correr de los años.