En el acto central por el 204° aniversario de la Policía Federal, indiferente a la crisis social del presente, Patricia Bullrich anunció que la Escuela de Cadetes de la Policía volverá a llamarse Coronel Ramon L. Falcón, el exjefe de la fuerza de seguridad que ordenó disparar contra su pueblo en la Semana Roja de 1909.
La mañana del 14 de noviembre de 1909 amaneció clara, con un tenue brillo mortuorio sobre la Recoleta. El aire estaba cargado de perfume primaveral y nada hacia prever el estruendo. Frente al portón del Cementerio, el coronel Ramón Falcón, con su traje impoluto, su típico bigote y su fría y adusta mirada, se despidió de sus colegas tras participar del entierro de Antonio Ballve, director de la Penitenciaria Nacional. Lo esperaban para partir a bordo del carruaje su joven secretario Juan Lartigau y su chofer.
El carruaje comenzó a avanzar pesada y lentamente por la calle Quintana hacia Callao, entre cientos de curiosos que miraban el carruaje con asombro. Nadie alcanzó a sospechar que a pocos metros de allí, la vida de esas tres personas se truncaría, que la historia iba a abrirse en dos.
Entre la multitud se hallaba un muchacho delgado y pálido, de acento extranjero visiblemente nervioso. Era Simón Radowitzky, un anarquista ruso de solo 19 años quien observaba el carruaje con miedo y convicción. Cuando estuvo casi a su lado, Simón inclino ligeramente su cuerpo y depositó a los pies de Lartigau un artefacto explosivo. En pocos segundos se escuchó la detonación y el polvo cubrió las calles. En medio de la confusión y los gritos la gente advirtió el coche casi desintegrado, caído de lado y los cuerpos de Lartigau y Falcon desangrándose sobre el empedrado. Allí agonizó Lartigau. Falcon moriría pocas horas después en el hospital.
El silencio y el miedo detuvieron el normal transcurrir de la ciudad, sacudida por las distintas opiniones. Para algunos Falcón había sido víctima del violento anarquismo extranjero, para otros lo había alcanzado la justicia de los desposeídos que habían cobrado su deuda.
Falcón no era un hombre cualquiera. Nacido en 1855 fue uno de los primeros jóvenes que ingresó al Colegio Militar, del que egreso con honores. Junto a Roca participó de la Campaña del Desierto donde se desempeñó como cartógrafo. A su regreso se retiró con el cargo de Coronel. En 1906 fue designado jefe de la Policía, cargo que desempeñaría durante el transcurso de tres años hasta el día de su asesinato en 1909.
Ramón Falcón
Ramón Falcón, exjefe de la Policía.
Dos años antes, en 1907, Falcon había hecho gala de su dureza frente a una Buenos Aires pobre y obrera. Durante la denominada Huelga de las escobas, en pleno invierno, decenas de familias se negaron a aceptar los aumentos abusivos de los alquileres, y reclamaban el accionar de un Estado ausente en cuestión de regulaciones y condiciones de vida. Falcon tuvo la “brillante” idea de convocar a los bomberos de la ciudad para dispersar a mujeres y niños con agua helada, con mangueras de alta presión que golpeaban contra sus cuerpos, creando un escenario tan cruel como absurdo.
El operativo culminó cuando Falcón se ocupo de los desalojos masivos, dejando a las familias obreras en la calle solo refugiados en campamentos improvisados por los sindicatos anarquistas. Aquella jornada solo fue un ensayo de lo que sucedería 2 años después: la Semana Roja de 1909.
El 1 de mayo las columnas obreras se reunían en la Plaza Lorea con banderas rojas y negras con el fin de homenajear a los mártires de Chicago y reclamar la jornada laboral de 8 horas. Había protestas contra la desocupación, los bajos salarios y la indiferencia del gobierno frente a los problemas sociales. La FORA anarquista y la Unión General de Trabajadores socialista habían convocado a un acto pacifico al que asistieron mujeres y niños.
Desde su automóvil, Falcón observaba el movimiento de la multitud. Algunos manifestantes lo reconocieron y comenzaron a insultarlo. Volaron piedras como proyectiles. Enfurecido el Coronel bajo del auto y dio una orden que corto el aire como cuchillo: “Hay que concluir de una vez por todas con los anarquistas en Buenos Aires”. La policía montada ejecutó la orden sin vacilar. Disparos y sablazos que en minutos convirtieron la plaza en un sembradío de cuerpos: 12 muertos y 80 heridos entre los que había niños.
El 4 de mayo más de 60.000 personas se concentraron frente a la morgue para acompañar los féretros de los obreros asesinados hasta el Cementerio de la Chacarita. Pero nuevamente, la Policía bajo las órdenes de Falcón, arrebató los ataúdes a las familias impidiendo el cortejo. Intentaron dispersarlo, pero cerca de 4.000 hombres lograron llegar al cementerio. A la salida la policía los aguardaba para correrlos en interminables balaceras.
Mientras tanto, indiferentes a la crueldad, en Casa Rosada el presidente José Figueroa Alcorta y los dirigentes de la Bolsa de Comercio, rendían homenaje a Falcon por su “heroico comportamiento”.
Las centrales obreras respondieron con una huelga general que paralizo el país durante una semana, siendo esa la primera vez que el Estado debió sentarse a negociar con los representantes de los trabajadores.
Entre la multitud de aquella sangrienta Plaza Lorea del 1 de mayo, había un inmigrante ruso que con dolor y consternación había observado lo sucedido en silencio: Simón Radowitzky.
Simón Radowitzky
Simón Radowitzky.
Poco mas de un siglo después, en el acto central por el 204 aniversario de la Policía Federal, indiferente a la crisis social del presentes, Patricia Bullrich con el mismo sol de noviembre filtrándose en la historia, anunció que la Escuela de Cadetes de la Policía -que desde el año 2011 llevaba el nombre de Juan Angel Pirker en honor a su esfuerzo por democratizar la institución en tiempos de Alfonsin- volvería a llamarse Coronel Ramon L. Falcon restituyéndole así un nombre que por “cuestiones ideológicas” había sido injustamente borrado. “Hay que devolver la verdad. Falcon fue un fundador, un valor innegociable” sentenció la ministra.
Del otro lado de la línea, y tratando de alcanzar coherencia tras tan injusta medida, el historiador Ezequiel Adamovsky se preguntaba con ironía en su cuenta de X: “¿Por qué, justo ahora, volver a homenajear a un jefe sanguinario que hace más de cien años disparaba contra obreros que pedían trabajar ocho horas por día?”
Completando su pensamiento, nos podemos preguntar: ¿no será que tal vez se acercan tiempos difíciles para la masa obrera? ¿No será que las aguas pueden agitarse con una Reforma Laboral que desconocemos que contenidos trae, pero descontamos que no serán nada favorables para el pueblo obrero? ¿No será porque se hará costumbre que las fuerzas de choque sean utilizadas para reprimir a los mas débiles e indefensos?
Hasta ahora siempre ha sido así. Jubilados, personas con discapacidad, niños gaseados y hasta el fotógrafo Pablo Grillo que aun padece en su cuerpo y su salud las consecuencias de una absurda represión encarada en busca de barrabravas que jamás fueron identificados. ¿No será que los tiempos que vivimos y los que se avecinan serán cada vez mas difíciles?
La ministra Bullrich es conocida por su constancia en actos de represión, muchas veces brutales. Persiste en la idea de la obediencia y el orden como una cuestión de fe e insiste en la represión como método de pedagogía nacional.
Es probable que para Bullrich la historia no avance en línea recta sino en espiral. Por eso una vez mas nos hace escuchar de su boca una justificación para la violencia cuando le devuelve los honores a Falcón.
Lo claro es que cuando alguien elige honrar a quien ordenó disparar contra su pueblo, no esta recuperando la historia. Solo esta eligiendo de que lado de la historia quiere quedar.