Cerca de toda gran capital, casi siempre existe una localidad con muchos árboles, aceras bonitas y casas bajas en donde la gente con un mejor pasar económico pasa sus días lejos del frenetismo de las ciudades. En Buenos Aires, un lugar así podría ser San Isidro. En Ucrania, es Bucha.
Bucha es una pequeña ciudad con poco más de 35 mil habitantes en la que vive parte de la clase más adinerada de Ucrania y que se encuentra a unos 90 kilómetros de Kiev. Durante gran parte del tiempo, en sus calles no se escucha otra cosa más que el canto de los pájaros. Pero un día, hasta las aves quisieron taparse los ojos ante tanto horror.
El 27 de febrero de 2022, las tropas rusas invadieron Bucha y tomaron el lugar con el objetivo de establecer una base de operaciones antes de su entrada a Kiev, que se encuentra a una hora y media de distancia. Los habitantes de la pequeña ciudad sabían que la guerra había comenzado, aunque nunca se imaginaron lo que atravesarían desde el día que decenas de tanques llegaron a las puertas de sus casas.
En sus propios sótanos, la gente fue aprisionada, torturada, violada y asesinada. Se calcula que unos 420 civiles fueron fusilados hasta el 31 de marzo, cuando finalmente el ejército ucraniano logró expulsar a los rusos tras intensos enfrentamientos. Decenas de cadáveres se acumulaban en las que alguna vez fueron las calles tranquilas de Bucha, con las cabezas tapadas y las manos atadas.
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El hecho se lo conoce como la Masacre de Bucha y se trata de uno de los crímenes de guerra más escalofriantes de Europa de las últimas décadas. La Comisión Europea y otros observadores internacionales responsabilizaron a la 64° Brigada de Fusileros Motorizada de las Fuerzas Terrestres Rusas, comandada por el teniente coronel Azatbek Omurbekov, quien fue condecorado por sus “servicios excepcionales” durante la invasión de Crimea, en 2014.
El presidente ruso, Vladimir Putin, negó la participación de sus soldados por lo sucedido y acusó a Ucrania de realizar un montaje. Incluso, convocó a una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que se investigue la matanza. Finalmente, la Asamblea General de la ONU decidió suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos. Hasta el día de hoy, el hecho sigue impune.
Bucha no volvió a ser el mismo lugar. Sus habitantes tampoco. Pero los sobrevivientes hoy están volviendo a vivir en sus casas y reconstruyen la ciudad que les quisieron arrebatar. C5N recorrió las calles donde los pájaros volvieron a cantar después de la masacre para conversar con sus habitantes sobre los hechos más terroríficos de sus vidas.
Torturas, violaciones y asesinatos
Angelina es profesora de música en el Centro Nacional de Entrenamientos de Scouts de Bucha y vivió aquí durante los 42 años que tiene. Ella estuvo presente el día de la invasión rusa en el lugar. “Mi familia y yo no tuvimos tiempo de salir de la ciudad”, contó en diálogo con C5N.
“El 5 de marzo, los militares rusos vinieron a nuestra casa. Eran unidades de inteligencia. Revisaron a todos los hombres, mujeres y niños, posiblemente por su participación en las fuerzas armadas de Ucrania. Nos encerraron en un sótano y nos quitaron todos los medios de comunicación”, contó la mujer. “Se llevaron de todo, incluso electrodomésticos. Dijeron que así es como se deben instalar. Había un tanque en nuestro patio y unos 12 soldados que nos vigilaban todo el día”, dijo.
Durante los días de la invasión en Bucha, los soldados rusos ocuparon las casas de los habitantes y se instalaron allí como si fueran propias. Mientras, los legítimos dueños fueron sus prisioneros. También se tomaron otros edificios, como la sede scout en la que decenas de niños asisten cada día a tomar diferentes clases, donde se establecieron bases de operaciones militares.
“Mi papá y mi esposo fueron interrogados porque encontraron fotos de equipos militares en sus teléfonos y su correspondencia. Mi esposo es bombero. Es decir, que sería cómplice de la destrucción de equipos rusos y se lo llevaron. A mi hijo y a mí no nos dejaron salir del sótano. Estábamos sentados en el frío y la oscuridad. Simplemente, no sabíamos los que nos esperaba”, recordó Angelina.
“Los rusos hicieron lo que quisieron: dispararon a nuestros vecinos, violaron niñas. Sabíamos que esto pasaba en las casas vecinas. Es que ellos tenían el poder, las armas. Y todos nosotros pensábamos que moriríamos”, dijo la profesora de música sobre los pensamientos que tuvo mientras compartía el cautiverio junto a su hijo de seis años.
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"Todos nosotros pensábamos que moriríamos”, recordó Angelina.
Ninguno de los familiares de Angelina fue asesinado. Pero como en toda pequeña ciudad en la que todos se conocen con todos, aquí también cualquiera tiene una víctima cercana. Uno de los momentos más desesperantes que pasó Angelina fue cuando las tropas rusas trasladaron a los prisioneros hacia el centro de Bucha, antes de su evacuación. En el trayecto, la profesora vio a decenas de otros prisioneros como ella.
Entre la multitud reconoció que había vecinos, antiguos compañeros de la escuela y al empleado del supermercado que habían sido maniatados. Algunos estaban desnudos y aquellos que no tenían la cabeza tapada se les podían ver los golpes en sus rostros. “Fue muy terrible. Quieres ayudar porque conoces a esa persona, pero es imposible hacer algo. Bucha estaba ocupada”, dijo Angelina.
Nadie olvida
Vlada Marchuk tiene 52 años y es otra habitante de Bucha que ha vivido allí toda su vida. Ella y su familia lograron escapar de la ciudad y resguardarse en Kiev, pocos días antes de la ocupación rusa. “Esta casa conoció la guerra”, dijo la mujer en el patio de su hogar y al que accedió C5N. “Vinieron y pusieron todo patas para arriba. No sé qué buscaban. Tuvimos suerte de que no nos robaran, pero se llevaron comida, algunos platos”, contó.
“Fue un shock que comenzara la guerra. Todos esperábamos que terminaría rápido, tal vez uno o dos días. Y luego nos dimos cuenta de que pasaría mucho tiempo y todos empezamos a hablar sobre la necesidad de irnos”, recordó Marchuk sobre la decisión de huir junto a su familia y que, probablemente, fue la razón por la que salvaron sus vidas. Su familia está conformada por una hija de 30 años y otro hijo de 17. “La guerra continuará y no sabemos cómo será nuestra vida. Solo aquí y solo hoy”, dijo.
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Vlada lamenta que "la guerra continuará y no sabemos cómo será nuestra vida".
Ante la pregunta si hoy tiene miedo al vivir en una ciudad que sufrió una masacre, Marchuk no dudó en su respuesta. “Sí, sí” “Todos tienen miedo desde el comienzo de la guerra. Ahora tengo miedo porque mi otro hijo, el esposo de mi hija, está en la guerra. Yo tengo miedo porque no sé dónde estaremos mañana”, contó la mujer. Agregó que toda la familia comenzó con tratamiento psicológico cuando lograron volver a vivir en su casa.
En Bucha nadie olvidará la masacre. Allí, los edificios públicos en los que solo quedaron en pie los cimientos y las casas en ruinas por los bombardeos todavía son un testimonio del paso de la muerte por la ciudad. Algunos lugares están reconstruyéndose por completo. En otros, los pobladores intervinieron los daños para que la memoria esté intacta, como el portón de una casona en la que hay decenas de agujeros por los tiroteos que fueron pintados a su alrededor para que parezcan flores.