Un estudio científico demostró que realizar ejercicio físico a determinadas horas del día podría interferir con la calidad del sueño. En particular, se identificó una franja horaria que, de ser utilizada para entrenamientos intensos, podría generar dificultades para dormir, incluso si la actividad resulta beneficiosa en otros aspectos.
Este hallazgo, respaldado por tecnología de monitoreo avanzada y un número importante de participantes, replantea una idea muy extendida, la cual está relacionada a que cualquier momento es bueno para ejercitarse. A diferencia de estudios previos, este trabajo pone el foco en cómo el horario de la actividad física puede alterar el descanso nocturno, sobre todo cuando se trata de rutinas que exigen demasiado.
El informe fue publicado en Nature Communications y analizado por The Washington Post, y abre nuevas preguntas sobre cómo organizar mejor los entrenamientos para cuidar también el sueño, un aspecto muy importante para la salud general, como así también para la reparación de los músculos.
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La investigación dejó en claro que practicar actividad física intensa durante las últimas horas del día, especialmente en las cuatro previas a dormir, puede provocar un impacto negativo sobre el sueño. Quienes entrenan en ese período suelen tardar más en dormirse y experimentan un descanso de menor calidad.
Este efecto se agrava cuando las sesiones son intensas o extensas, como ocurre con ejercicios de resistencia prolongados o deportes que exigen un alto rendimiento físico. La relación entre ejercicio nocturno y dificultades para conciliar el sueño quedó evidenciada a partir del análisis de más de 14.600 personas que usaron dispositivos de seguimiento de actividad.
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Los investigadores detectaron que quienes entrenaban con exigencia a última hora necesitaban en promedio 36 minutos más para dormirse. Cuando la actividad se extendía más allá del horario habitual de descanso, ese retraso alcanzaba los 80 minutos. Estos datos sugieren que el cuerpo entra en un estado de alerta difícil de revertir rápidamente, afectando tanto el inicio como la profundidad del sueño.
Aunque el estudio no identificó con precisión los mecanismos biológicos responsables, sí observó que el ritmo cardíaco de los participantes se mantenía elevado durante varias horas posteriores al entrenamiento. Además, la baja variabilidad en la frecuencia cardíaca indicaba un estado de activación incompatible con una transición fluida hacia el sueño profundo.