La historia del asesino en serie que desató una ola de crímenes inimaginables
Es considerado uno de los primeros asesinos seriales de la historia y aterrorizó a Chicago a fines del siglo XIX, en medio de una ola de muertes y desapariciones sin explicación clara.
Su nombre real era Herman Webster Mudgett: provenía de una familia acomodada, era muy inteligente y desde joven mostró conductas perturbadoras vinculadas a la medicina y la experimentación.
Mandó a construir un edificio de tres pisos conocido como el “Murder Castle”, diseñado con cuartos secretos, trampas y un horno para deshacerse de los cuerpos.
En 1894 confesó haber matado al menos a 26 personas, aunque las investigaciones modernas estiman que pudo haber asesinado entre 20 y 300.
Durante años, Chicago convivió sin saberlo con uno de los criminales más perturbadores de su historia. A fines del siglo XIX, mientras la ciudad crecía a ritmo vertiginoso y se preparaba para recibir al mundo, un hombre construía en silencio un edificio que pasaría a la historia como el “castillo de los asesinatos”. Su nombre era H. H. Holmes y su caso sigue generando horror al día de hoy.
La historia de H. H. Holmes no solo marcó un antes y un después en la crónica policial estadounidense, sino que también dejó una huella profunda en el imaginario colectivo. Considerado por muchos como el primer asesino serial moderno de Estados Unidos, su figura sigue siendo objeto de libros e investigaciones.
Cuál es la historia de H. H. Holmes, el primer asesino en serie de Estados Unidos
h.h. holmes
A fines del siglo XIX, Chicago se vio sacudida por una ola de muertes y desapariciones que nadie lograba explicar. La ciudad intuía que había un responsable, pero no sabía quién era ni cómo detenerlo. Con el tiempo, las investigaciones revelaron que detrás de ese terror estaba quien hoy es considerado uno de los primeros asesinos seriales modernos: H. H. Holmes.
Aunque nunca se pudo establecer una cifra exacta, las estimaciones actuales señalan que sus víctimas podrían haber sido desde 20 hasta cerca de 300 personas. La mayoría habría sido asesinada en una construcción diseñada específicamente para ese fin, conocida como el “Murder Castle”.
Holmes había nacido en 1861 con el nombre de Herman Webster Mudgett, en el seno de una familia acomodada. Desde muy joven mostró una inteligencia destacada, pero también comportamientos inquietantes. Manifestó tempranamente su interés por la medicina y, ante la falta de medios formales, habría realizado prácticas con animales. Algunos testimonios incluso sostienen que llegó a matar a un compañero por pura curiosidad.
Sus primeros delitos estuvieron ligados a fraudes y estafas: durante su paso por la Universidad de Michigan, se lo vinculó con el robo de cadáveres que luego utilizaba para cobrar seguros, además de emplearlos en experimentos. Ese fue el preludio de una escalada criminal mucho más violenta.
En 1885 se instaló en Chicago y comenzó a trabajar en una farmacia bajo el alias de doctor Henry H. Holmes. Según distintas versiones, el dueño original murió en circunstancias sospechosas y Holmes terminó quedándose con el negocio. Cerca de allí mandó a levantar un edificio de tres plantas que se convertiría en el núcleo de sus crímenes. La construcción incluía pasadizos ocultos, habitaciones secretas y trampas diseñadas para aislar y eliminar a sus víctimas, cuyos cuerpos podían ser incinerados en un horno ubicado en el sótano.
Con la llegada de la Exposición Universal de 1893, Holmes adaptó el edificio como hotel. Muchas de las personas que se alojaron allí, en especial mujeres a las que seducía con facilidad, nunca volvieron a ser vistas.
Durante años logró evadir a la justicia, hasta que fue detenido por uno de sus numerosos fraudes. En prisión, le confesó a un compañero de celda los detalles de una nueva estafa. Esa información llegó a la policía y permitió desenmascararlo. En 1894 fue arrestado y admitió haber asesinado al menos a 26 personas. Sin embargo, solo pudo ser condenado a muerte por el asesinato de su socio, ya que el resto de los crímenes nunca pudo probarse de manera concluyente.