San Cayetano: de la periferia al centro, por Pan y Trabajo

San Cayetano empezó con Cristina libre, siguió con la apertura pirotécnica del Santuario y avanzó 11 kilómetros en la pere-marcha que emocionó por las imágenes del santo patrono de los humildes.

Un nene de 10 años acerca una foto de Cristina Fernández a un altarcito callejero en la calle Cuzco al 150, justo frente al Santuario de San Cayetano, en el barrio periférico de Liniers. Era de noche y a pocos metros las filas de los devotos, o promeseros del santo del pan y del trabajo, se dividían en dos, la fila rápida y la lenta que aguardaban a las 12 de la noche, el inicio de este jueves 7, porque se produciría la apertura de las puertas de la iglesia que desde la década del 30 tiene un santo con espigas (trigo que es símbolo del pan) gracias a la Santa Mama Antula (la primera argentina y laica, o sea no religiosa).

Tras el rezo del Rosario por Cristina Libre, que impulsó el dirigente social Esteban “Gringo” Castro y los militantes del Peronismo Militante, la gente se empieza a congregar cada vez más. A las horas la cuadra de Cuzco está repleta. La gente recibe la bendición que viene a buscar. Desde el escenario-altar los curas inician un momento de oración personal, en comunidad, y emotivo. Los seminaristas, futuros sacerdotes, hacen lo suyo arrojando gotas de agua bendita. Luego el conteo final, parece navidad dice una joven chica llamada Sol.

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La torre del santuario se llena de luces por la pirotecnia. Estruendos. Es un inicio de una fiesta con profundo sentido espiritual, de la hermandad que brota de las horas en las extensas filas para ingresar a la iglesia. El párroco, Lucas, junto a un obispo auxiliar porteño abren las puertas. A los primeros un beso de saludo. Se lo recibe en la casa de Cayetano, un santo que escucha el clamor de los hambrientos y trabajadores.

Toda la noche entre las filas de los creyentes pasan los scouts adolescentes con pan y mate cocido, entre servidores de chalecos color amarillo, y comunidades parroquiales de capital o conurbano. Se improvisa bailongo cumbiero de los Hogares de Cristo matanceros, las abuelas con rezos del Rosario, y la calle Bynnon está poblada de reposeras donde se improvisan cenas. La gente agrupada en familia, amigos o por comunidad parroquial. Argentinos y migrantes. Niños, viejos y adultos. De todas las edades.

A la mañana, pasadas las 8.30, en avenida Rivadavia y Cuzco, pegado a las vías del tren Sarmiento, se agrupan las organizaciones sociales y detrás los sindicatos, delegados de Comercio con carritos vacíos de mercadería, y las banderas de los albañiles de la UOCRA. Bendicen los clérigos las herramientas de trabajo y a los trabajadores precarizados o formales. La pere-marcha está más flaca de gente comparada a las iniciadas en el 2016 y por eso fueron bautizados “Cayetanos”, justamente por estas inmensas marchas-peres, los descamisados invadiendo el centro porteño.

Hoy encabezaron los peregrinos de Misiones de Francisco que salieron desde Los Toldos, el pueblo de Evita, 12 días atrás. Entre ellos aparece un traficante de estampitas y Rosarios papales. Es un hombre común en su aspecto, pero es el fundador de la organización vaticana Scholas Ocurrentes. Enrique Palmeyro entrega la mercadería papal con sello jesuita al titular del sindicato de la economía popular, llamada UTEP, y padre primerizo desde hace tres meses, Alejandro “Peluca” Gramajo. Quiere la protección de su hijo. Aún no definió bautismo.

Se va caminando por el carril hacia el centro. Son 11 kilómetros hasta Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada. Van pasando desde Juan Grabois, con un libro de Francisco en mano, la socióloga Paula Abal Medina, que en La Matanza descubre la piedad popular, a Carina Maloberti de ATE, como las mujeres con ollas vacías, Emilio Pérsico fundador del Movimiento Evita, un grupo de militantes de La Campora (sin banderas) o Alberto Vicenzi del sindicato de ladrilleros que acaba de volver de Estados Unidos en un coloquio con empresarios, sindicalistas y obispos de toda América.

Un gesto sintetiza lo que la política no ve. Aquello que conmueve a los ateos atentos a los gestos. En la vereda una mujer se persigna. Clava su mirada en las imágenes de San Cayetano. Van sobre los hombros de los peregrinos y militantes. Esa empleada de panadería se emociona con las imágenes del santo de los que claman pan y salario. Le tira un beso a SanCa. Un hombre a su lado insulta: a zurdos y peronistas. No descifra por qué entre banderas y bombos aparecen las imágenes de la Virgen de Luján o el santo de las espigas.