Del Roca - Runciman al presente: por qué Argentina vuelve a ceder soberanía económica
El pasado vuelve como advertencia: los pactos que marcaron la década infame encuentran hoy su espejo en negociaciones que condicionan recursos estratégicos y someten la autonomía nacional.
Del Pacto Roca - Runciman al acuerdo comercial que firmó Javier Milei con Estados Unidos
En Argentina el Mito del Eterno Retorno ya no es filosofía sino que se esta convirtiendo en rutina. Esta idea que afirma que todo vuelve a suceder, que los hechos y los tiempos regresan parece cumplirse con fidelidad religiosa. Cambian los nombres, las banderas, los apellidos pero el guión permanece intacto: siempre existirá un sector de nuestra política dispuesto a entregar soberanía a precios de liquidación.
Los pactos suelen llegar envueltos en largos discursos bordados de modernidad y futuro, iluminados con frases promisorias de inserción en el mundo, pero solo traen el mismo trauma: un país que renuncia a su libre albedrío y que cree que su futuro promisorio proviene de hincarse de cuclillas. Un país que no cree en su propio potencial. Ese que cree que las soluciones solo pueden venir de afuera.
Si pasamos en vuelo rasante a 1933, nos encontramos con una elegante rendición. El mundo estaba hundido en la Gran Depresión y la Argentina Conservadora de la Década Infame busca una salida desesperada. El vicepresidente Julio Argentino Roca (h), heredero directo del orden oligárquico, encabeza una misión que entiende obediencia como negocio. Más que pacto, el Roca - Runciman se convierte en una capitulación lujosamente firmada. En un salón pomposo, rodeado de mármoles y costosas alfombras persas, Roca pronuncia la frase que sellara la histórica entrega: “Argentina es, por interdependencia recíproca, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Reino Unido”.
Por esa puerta el Imperio recibía la llave de los negocios argentinos, mientras que por la misma puerta Argentina retrocedía décadas.
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Desde el comienzo de la crisis del 29, los británicos habían levantado un cerco proteccionista sobre la Commonwealth que dejaba afuera a nuestro país y priorizaba los productos de sus colonias y dominios. Sin ese mercado, la exportación de carnes -corazón económico del modelo agroexportador- se desplomaba. Roca, urgido por recomponer el vínculo, busca crear nuevas condiciones, mientras que el imperio busca destrabar sus propias ganancias e intereses. La crisis había secado a la Argentina de dólares y reservas; retrasado el pago de divisas a importadores y de ganancias a empresas extranjeras. Es que el Estado necesitaba los dólares para pagar deuda. En cambio, los británicos, querían su dinero y bien rápido.
Después de 6 meses de idas y vueltas, la firma llego el 1 de mayo de 1933.
Gran Bretaña prometía seguir comprando carne argentina, pero imponía condiciones brutales: una cuota anual de 390.000 toneladas como en 1932, de las cuales el 85% debía ser exportado por frigoríficos británicos radicados en Argentina.
Pero había más exigencias, muchas más:
Solo comprarían nuestra carne si reducíamos los aranceles de 350 productos ingleses a sus valores de 1930; no se podían aumentar los aranceles a importaciones del Reino Unido; debíamos comprarles todo el Carbón necesario para Argentina sin aranceles y obligatoriamente; las empresas británicas gozarían de trato preferencial en cuestiones de Transporte, Servicios Públicos y Finanzas; las divisas generadas por el comercio con el Imperio se usarían primero para el pago de la deuda externa, luego para el pago de utilidades de empresas británicas y finalmente para cualquier necesidad de puertas adentro.
El diagnóstico internacional fue fulminante: Le Monde definió a la Argentina como “la submetrópoli de Londres en América del Sur”.
Las consecuencias internas fueron inmediatas. La relación comercial con Estados Unidos cayó entre el 60% y el 70% destruyendo la incipiente diversificación económica lograda desde los años 20.
La industria local se hundió, las pequeñas y medianas empresas fueron barridas y los monopolios ligados a la oligarquía -Bemberg, Bunge y Born, Dreyfus- se convirtieron en dueños absolutos de sectores estratégicos.
Las Juntas Reguladoras de la Produccion completaron la faena. Para ejemplificar basta decir que donde antes había cientos de bodegas, quedaron apenas 12, todas ligadas al capital británico.
La economía crujía, pero los negociados florecían. La corrupción era el idioma común entre funcionarios y empresarios.
En 1935, el senador Lisandro de la Torre denunció en el Congreso una confabulación entre funcionarios argentinos y frigoríficos británicos para evadir impuestos. La investigación terminó a los tiros. Enzo Bordabehere, su colaborador, fue asesinado por la espalda por el ex policía Ramón Valdez Cora, un matón vinculado al ministro de Hacienda Luis Duhau.
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El crimen selló la impunidad. Las denuncias quedarían enterradas junto al cadáver de Bordabehere. La muerte fue el precio del silencio.
Ese mismo año nació una resistencia distinta: FORJA, un grupo de políticos -escindidos de la UCR- e intelectuales que empezaron a exponer la madeja británica detrás del “orden” argentino.
Desde el gas al petróleo, desde la carne al comercio exterior, sus investigaciones revelaron la profundidad del coloniaje económico. En su libro Política Británica en el Río de la Plata, Raul Scalabrini Ortiz no tuvo dudas: el Pacto Roca - Runciman era “El Estatuto Legal del Coloniaje”.
Han pasado 90 años, cambiaron amigos y enemigos, se reescribió parte de la Constitución, pero en el fondo, el Mito del Eterno Retorno encendió nuevamente su maquinaria cuando Argentina decide entregar la llave de su destino económico, soberano y geopolítico una vez más.
Si el pacto de 1933 giraba en torno a la carne y los frigoríficos, hoy la mercancía está representada por recursos naturales, tierras raras, litio, energía nuclear, defensa, informática, Ley de Glaciares, alineamiento geopolítico, etc., etc., etc.
Sí. El lenguaje es nuevo, pero el gesto corporal es idéntico: cuando algo se negocia, Argentina aparece nuevamente de rodillas.
Son las mismas frases, las mismas promesas con distintas palabras. En Londres hablaban de modernización, en Washington hablan de inversión, pero la pregunta incómoda siempre es la misma: ¿qué entregamos a cambio?
La Historia Argentina ya mostró como terminan estos pactos.
Las potencias mandan mientras los negocios se concentran. Solo ellos y las oligarquías locales se enriquecen mientras se corrompe la estructura democrática, se devalúan las instituciones, las crisis se profundizan, florecen los negociados, crece la corrupción, el mercado se achica, y se explota y precariza al trabajador.
En fin, quizás el Eterno Retorno del que hablábamos al principio, debería funcionar como advertencia.
Pero una vez más Argentina elige el camino errado. Ha decidido no aprender, cerrar su mirada a aquella dolorosa experiencia, ha decidido obedecer y no negociar.
Ha vuelto a firmar un acuerdo redactado con condiciones impuestas por otros a los que se permite intromisiones y exigencias políticas, económicas, y sociales que dañan su soberanía nacional y su independencia política.
Los pactos injustos generalmente no son recordados por sus cláusulas, sino por sus consecuencias.
La Historia no discute intenciones, sino que analiza y señala responsabilidades y quien firma o negocia cargara con ellas. Siempre la historia, aquella que juzga…