La denuncia de Fabiola Yañez contra el ex presidente Alberto Fernández fue el tema de conversación casi excluyente de los dirigentes que se reunieron el viernes en La Rioja para celebrar la jura de la constitución provincial.
La onda expansiva de la denuncia por violencia de género contra el expresidente todavía es incalculable en términos políticos para el PJ, que apenas empezaba a reorganizarse tras la derrota electoral. Mientras la noticia copa la agenda informativa, la crisis económica se agudiza y la imagen de Javier Milei cae en las encuestas.
La denuncia de Fabiola Yañez contra el ex presidente Alberto Fernández fue el tema de conversación casi excluyente de los dirigentes que se reunieron el viernes en La Rioja para celebrar la jura de la constitución provincial.
El gobernador Ricardo Quintela tenía mucho para celebrar porque la Carta Magna plasma buena parte de sus ideas de gestión y corona un proceso político de hegemonía peronista que lo coloca como uno de los líderes de la oposición.
A su lado estuvo Axel Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, el dirigente que más ataques de Javier Milei ha recibido, el que tiene la gestión más difícil y el que expresa más cabalmente la herencia kirchnerista, más allá de recelos momentáneos.
En un contexto menos aciago, el evento habría sido una excepcional plataforma para que el peronismo muestre algún músculo en momentos en los que las decisiones del gobierno de La Libertad Avanza comienzan a reflejarse en pérdida de empleo, destrucción de pymes y derrumbe estrepitoso del consumo.
En los últimos dos meses, esa realidad material también tiene su correlato en las encuestas de opinión donde, tanto la imagen presidencial como la de gestión, caen de modo sostenido.
Pero las crisis, incluso la de un partido camaleónico y resiliente como el peronismo, tienen tiempos propios que no pueden ser apurados. Y menos si aparece un cisne negro como la revelación de la presunta violencia de genero ejercida por el exmandatario. Es por eso que, aunque en los discursos no estuvo presente, el cálculo de qué impacto político puede tener fue el gran tema entre los presentes.
En términos personales, está claro que el escándalo sólo viene a confirmar algo que se sabía y es que la carrera de Alberto Fernández está terminada. Incluso parece frívolo plantearlo en estos términos luego de ver las fotos de los moretones en la cara y el brazo de la exprimera dama y el contenido de los chats entre ambos. La violencia de género siempre es repudiable pero en este caso se profundiza esa sensación cuando viene de un dirigente político que pretendió transformar en una bandera propia la lucha del colectivo feminista.
Hay una frase producto de un acto fallido -que el propio Alberto Fernández convirtió en doble eslogan- que enoja particularmente a quienes asistieron a la decepción que significó su gobierno y, ahora, al horror que implican las nuevas denuncias. En un discurso público, queriendo utilizar su eslogan dijo “volvimos mujeres” en lugar de “volvimos mejores”. Entre risas, el entonces presidente asimiló el error como una señal de su subconsciente del camino correcto.
En cualquiera de sus dos versiones, hoy muchos dirigentes creen que esa frase fue una burla. Que Alberto Fernández no mejoró la experiencia de los tres gobiernos peronistas que lo precedieron y que, de confirmarse la denuncia, no honró la lucha de millones de mujeres en nuestro país. Por eso, en La Rioja algún dirigente de varias décadas ironizaba acerca de la falsa superioridad moral que entrañó su liderazgo y el modo en el que termina.
El Gobierno no sólo ha utilizado el escándalo para fustigar las políticas en materia de género de la anterior gestión sino que también con esto justifica el desmantelamiento de toda la red de contención de mujeres vulnerables. Es lógico que suceda porque ha sido la conducta en los ocho meses que lleva Javier Milei en la Rosada.
El ajuste puede tener múltiples justificaciones pero siempre es el rumbo elegido. Por eso se agradece el escándalo también, porque quita del debate público las consecuencias de un plan de ajuste que comienza a tornarse imposible de afrontar porque quienes son sus principales víctimas, las clases medias y bajas, los jubilados y el sector productivo. ¿Alcanzará con que el tema no esté en agenda para que el ánimo social cambie?
Un episodio de esta semana parece contener todos los elementos de los posibles meses por venir. En la estación Constitución se ha instalado un sistema tercerizado con personal de seguridad para intentar evitar que los pasajeros salten los molinetes, una modalidad que crece de modo exponencial debido a la crisis.
El jueves, ese personal de seguridad realizaba medidas de fuerza por falta de pago y eran policías los que custodiaban la salida. El clima venia tornándose espeso desde comienzos de la semana por demoras y cancelaciones y, en plena hora pico, un joven quiso saltar los molinetes.
La Policía lo retuvo y lo tiró al piso con violencia a lo que la multitud que se agolpaba en los molinetes reaccionó. Se produjo un virtual linchamiento de los policías que no pasó a mayores sólo por fortuna y que se viralizó en redes. El episodio es menor pero contiene todos los elementos de lo que afrontan las masas en el día a día. Y quizás su posible respuesta si no cambia la situación.