Cada vez más estudios coinciden en que no solo importa qué se consume al despertar, sino también el momento en que se lo hace. En el marco de investigaciones sobre longevidad y salud del metabolismo, el desayuno puede ser parte de una estrategia que puede potenciar la calidad de vida si se adapta al reloj biológico.
En el pasado, el desayuno fue elevado al rango de “comida más importante del día” por campañas comerciales, sobre todo desde la industria alimentaria. Pese a eso, voces autorizadas del ámbito médico-nutricional señalan que su valor depende tanto de los nutrientes como del horario en que se ingiere. Comer apenas uno se despierta no siempre es lo ideal, y postergar esa primera ingesta puede ofrecer beneficios metabólicos concretos.
La idea de un desayuno más tardío, lejos de ser un hábito desordenado, responde a un enfoque que busca alinear la alimentación con los ritmos circadianos. Mantener el cuerpo en ayuno algunas horas más puede ayudar a mejorar la respuesta glucémica, promover la quema de grasa y brindar una mayor estabilidad energética a lo largo del día.
DESAYUNO CON HUEVOS
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A qué hora debés desayunar según expertos en longevidad
Especialistas en nutrición y bienestar sostienen que no es necesario comer apenas suena el despertador. De hecho, el médico británico Rupy Aujla sugiere esperar entre una y dos horas tras despertarse para ingerir alimentos. En ese intervalo, recomienda hidratarse con agua, incluso con una pizca de sal, para ayudar a la función renal y reactivar el organismo con suavidad.
Según Aujla y otros referentes en salud metabólica, el rango ideal para desayunar se ubica entre las 9 y las 10 de la mañana. Este retraso permite extender el ayuno nocturno y activar los beneficios de la alimentación restringida en el tiempo: mejor quema de grasa, mayor sensibilidad a la insulina y un control más eficiente del apetito. La condición es que transcurran al menos 12 horas desde la última comida del día anterior.
La falta de hambre al levantarse tiene una explicación fisiológica. Adam Collins, profesor de nutrición en la Universidad de Surrey, afirma que el cuerpo ya libera glucosa por sí mismo en las primeras horas del día, como parte de su activación natural. Por eso muchas personas no sienten la necesidad de comer al instante, y forzar esa comida puede alterar el equilibrio energético.
El problema de desayunar productos refinados, como cereales comerciales, bollos o pan blanco, es que generan un rápido pico de azúcar en sangre seguido por una bajada abrupta. Esto puede provocar fatiga, antojos y distracción. En cambio, iniciar el día con una comida rica en proteínas y fibra mantiene la saciedad y los niveles de energía de forma constante. Algunas ideas pueden ser avena con semillas, frutas y frutos secos, huevos revueltos o un plato salado con vegetales y sobras de la cena anterior.