Un viaje iniciático a Nueva York y una visita obligada a Studio 54, la emblemática disco visitada por celebrities de la talla de Andy Warhol, Mick Jagger, Al Pacino o Donna Summer, les revolucionó la cabeza y el espíritu.
“Era un lugar fantástico, adonde iba la gente más linda de New York. Una fila de limousines de 150 metros y un montón de gente vestida de smoking, mostrando billetes de u$s100 para que sean tenidos en cuenta y le permitieran el ingreso. Dijimos: ‘¡Esto es maravilloso!’. Poder recrear algo parecido en Buenos Aires tiene que ser un gran éxito. Porque no solamente era el lugar, sino los personajes. De pronto uno se cruzaba con Andy Warhol, Bianca Jagger, las mejores modelos del mundo y todas las figuras que hacían al jet set internacional”, recuerda Ricardo Fabre, en diálogo con C5N.com.
Volvieron fascinados de aquel viaje y con la firme idea de montar la mejor discoteca de todo Buenos Aires. Comenzaron a buscar un local que tuviera techos altos y que les permitiera recrear lo que habían visto en Studio 54. Arrancaron por la zona de Recoleta, pero rápidamente se dieron cuenta de que no les alcanzaba el dinero.
"Nos fuimos desplazando por los barrios hasta que llegamos a Álvarez Thomas y Forest, un lugar raro para la noche de Buenos Aires. Había que ser muy audaz, y nosotros lo éramos, para poder hacer un negocio de esta envergadura y lograr ser un lugar que convoque a la farándula de Buenos Aires. El primer año me la pasé explicándole a la gente cómo llegar. No existía el GPS”, ejemplifica Fabre.
Tres señoritos ingleses en la primera noche
New York City inauguró la noche del domingo 14 de diciembre de 1980 con un show de The Police. Apenas unas 800 personas presenciaron con cierta indiferencia el recital del trío británico, que hasta ese momento era desconocido en la Argentina. Sin embargo, hoy son miles los que juran haber estado ahí.
"En aquel entonces yo era socio de Daniel Grinbank y Dardo Ferrari. Hacíamos algunos espectáculos internacionales. Yo le había pedido a Daniel que contratara a un grupo para la inauguración de La City. De pronto me llama desde Londres y me dice: 'Mirá, tengo un grupo que se llama The Police’. Yo no los conocía, nadie los conocía. Pero le dije ‘bueno, vamos’. Cerramos tres actuaciones por u$s12.000, la primera en la inauguración de La City, la segunda en Obras Sanitarias y la tercera en el teatro Radio City de Mar del Plata”, cuenta el empresario.
A los pocos meses, y con el contrato ya firmado, el trío integrado por Sting, Andy Summers y Stewart Copeland trepó al primer lugar en ventas, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, y el show que Fabre y sus socios habían comprado por u$s4.000 pasó a valer u$s40.000.
"Quince días antes de la inauguración nos llamó el representante de la banda y nos ofrece u$s50.000 para cancelar el contrato. No tenían ganas de bajar a Buenos Aires. A ninguno de nosotros nos sobrara el dinero en ese momento, pero ya estaba todo anunciado y no podíamos echarnos para atrás. Era el empuje que necesitaba el lugar para que parta en punta", explica Fabre.
El lugar donde todos querían estar
En poco tiempo, New York City se convirtió en un punto de encuentro obligado de la noche porteña, el lugar elegido por las principales celebridades. Políticos, actores, modelos, deportistas, artistas… Nadie quería faltar.
"El que estaba en Buenos Aires, venía a La City. Por ejemplo, un viernes, el presidente Carlos Menem venía. Carlitos Menem, Zulemita Menem, Guillermo Cóppola… Maradona, si estaba en Buenos Aires, venía. Gabriela Sabatini con su familia, venía. Graciela Borges, Susana Giménez, Marta Minujín, Pancho Dotto y Ricardo Piñeiro con todas sus chicas, que competían entre ellos a ver quién era el que ocupaba un lugar más preponderante. Absolutamente todos los que de alguna manera hacían a la noche de Buenos Aires estaban acá. No había otro lugar que pudiera competir", asegura.
A las piñas en el baño de La City
Como sucede con los documentos de la NASA, que durante años se mantienen en secreto y al cabo de un tiempo son desclasificados, el dueño de La City se anima a revelar uno de los secretos mejor guardados de aquellas noches intensas de la década del '80 que tuvo como protagonistas a dos ex campeones mundiales de boxeo: Carlos Monzón y Miguel Castellini.
"Carlos venía muy seguido, casi todos los viernes, con Olmedo, el Facha Martel, Susana Romero… Ya estaba retirado. Parece ser que había diferencias con Castellini. Hasta que una noche se cruzaron y decidieron resolverlas en el baño de caballeros. Como habitualmente había varios paparazzi de todas las revistas, Carlos pidió que por favor esto no trascendiera, que no hubiera fotos", describe Fabre.
"Desocuparon el baño, se metieron los dos, y ahí se dieron durante un buen rato. Todo el mundo respetó, no hubo una sola foto, y nosotros asumimos el compromiso de que esto había que mantenerlo en secreto durante un montón de años. El baño quedó destrozado, hubo sangre. Y por como salieron, me parece que ganó Monzón por puntos", arriesga el empresario.
Olmedo Monzon Facha Martel
Más allá de la anecdótica trifulca entre Monzón y Castellini, Fabre aclara que en los grandes años de New York City (1980-1993), nunca tuvieron que contratar personal de seguridad. Ellos mismos, en persona, se encargaban de resolver los inconvenientes que pudieran surgir entre la clientela. Incluso, tenían un propio tribunal de faltas mediante el cual aplicaban una, dos, tres o hasta cuatro fines de semana de suspensión, de acuerdo a la gravedad del acto que se había cometido.
"Nosotros hemos trabajado con mucho público de rugby durante un montón de años los días sábados y jamás hemos tenido ningún inconveniente, porque era simplemente llamarle la atención y decirle: ‘Flaco, pará, esto no lo podés hacer’. Y en alguna oportunidad hemos aplicado alguna suspensión. Pero a las dos horas nos estaban pidiendo perdón. Esas cosas hacen al vínculo con el cliente, en un manejo muy personal. Nunca hubo ni una sola persona de seguridad en la empresa. Nunca en aquellos años", jura Fabre.
En ese sentido, considera que el asesinato de Fernando Báez Sosa cometido por un grupo de rugbiers el 18 de enero de 2020 en la puerta del boliche Le Brique de Villa Gesell pudo haberse evitado.
“Hay dos grupos y uno tiene que hacer una evaluación rápida. El fuerte y el débil. Si por un lado hay diez rugbiers y por el otro, pobrecito, este chico con su amigo, yo creo que hubiese sido correcto haber sacado a esos diez rugbiers y a este chico haberlo protegido”, razona Fabre.
“Si yo hubiese estado en ese lugar pongo el auto a mi disposición y lo llevo a su casa, porque es como uno tiene que proteger a la persona que está indefensa. Es uno o dos contra diez. Haberlo sacado y haberlo abandonado fue el gran error”, lamenta el dueño de New York City.
El momento en que todo empezó a cambiar
Fabre señala el año 1992 como el quiebre, el momento en que la noche porteña fue perdiendo su glamour para ingresar en una etapa tóxica, oscura y violenta.
"Cuando comenzó a hacerse fuerte en Buenos Aires la música electrónica, la noche se fue tornando más pesada como consecuencia del éxtasis y todo lo que se fue agregando. No solamente acá, en el mundo. Esos lugares que convocaban a la farándula, al jet set, dejaron de hacerlo porque la discoteca dejó de ser un lugar seguro. Dejaron de ir porque sentían que no estaban protegidos, porque comenzó a circular un grupo de gente que ponía en peligro su integridad”, aclara Fabre.
Pasaron casi 43 años y La City sigue ahí. Cada viernes, cada sábado, una clientela fiel acude al llamado de la pista. Es raro cruzarse con algún sub-30. La disco hoy apunta a un público de 35, 40 o 50 años. Y más también. Un público que no es tenido en cuenta en Buenos Aires.
A diferencia de los más jóvenes, que un día pueden estar en Las Cañitas, otro en Palermo y otro en la Costanera, el público de La City es habitué. Por eso la capacidad siempre está colmada.
“Es un lugar que marcó la noche de Buenos Aires y donde mucha gente se relacionó, se enamoró, formó una familia… Hay un sentimiento muy fuerte de todo nuestro público hacia el lugar. La City, para muchos de nuestra generación, es un sentimiento que nos ha marcado de por vida. No hay otro lugar en Buenos Aires que pueda decir lo mismo”, concluye Fabre.