Yanina González creció en un duro contexto en el que pasó hambre, frío, abusos y necesidades varias. Sin embargo, cuando creció decidió cambiar su realidad y hoy lleva adelante un comedor con el que asiste a diario a unas 50 familias, número que crece a ritmo acelerado ante la ausencia de un Gobierno que decidió recortar el asistencialismo en medio de una crisis económica y social pocas veces vista en Argentina.
Los merenderos, comedores y ollas populares tienen cada vez más gente esperando comer y, paradójicamente, cada vez menos recursos. Con un Estado casi ausente y un Gobierno que dejó de proveer alimentos, resisten contra la vulneración de un derecho tan básico como el de alimentarse. "No sé por qué este gobierno mira para otro lado", se pregunta.
La realidad del Merendero Las Cosquillas, en la localidad bonaerense de González Catán, hasta hace dos años era muy distinta: "Venían 35 o 40 personas a buscar un plato de comida", explicó en diálogo con Carla Czudnowsky. El espacio funciona todos los días, desde las 7 hasta las 10 de la noche, y cuenta con la colaboración de unas 30 personas.
Su función no es solo la de dar de comer: acompañan, abrazan y contienen a miles de personas con todo tipo de necesidades. "Les brindamos un espacio donde bañarse porque muchos no tienen agua caliente", ejemplificó sobre las distintas formas que toma esa asistencia. En el lugar también se dan cursos, se ofrece ayuda escolar porque "a los chicos les va mal en la escuela, no pueden pensar porque no comen". "Tenemos un taller de reciclado donde hacemos mantas con los sachet de leche" que salen a repartir a la gente que está en situación de calle para que se abrigue.
Cambiar una realidad
Cuando se tiene que describir, Yanina se autodefine como una heroína porque "viene de un estado de vulnerabilidad extremo". "Conozco lo que es el abuso, lo que es el hambre, lo que es el frío, no tener un lápiz para escribir", resume sobre su historia de vida: tuvo su primera hija a los 14 años y para los 21 ya tenía cuatro. Durante esos años tuvo que soportar una situación de abuso constante "hasta que un día dije: 'no puedo seguir así, algo tengo que hacer'. Y con 21 años, me fui a la calle con cuatro hijos, viví abajo de un puente", relata.
Según su mirada, todo eso "me llevó a ser una persona con empatía". "Hoy por hoy tengo un comedor, que es un espacio de contención, de familia, de amor. Articulo, armo redes, vínculos, para poder tener para el otro", sostiene y enumera los escenarios con los que se encuentra a diario: "Algunos necesitan remedios, un espacio donde estar, sacar un turno, saber a donde ir a pedir ayuda en una situación de violencia".
"Yo lo pasé, lo viví y sé lo que es el hambre y te duele un montón que no haya, que no se tenga para comer", comenta angustiada mientras se refiere a la realidad de algunos de los que se acercan a pedir ayuda. "Ese abuelito que trabajó y aportó toda la vida y te dice si compro el remedio, no como y al revés", expresa preocupada.
Al mismo tiempo que empezó a dar la copa de leche para los chicos del barrio, hace algunos atrás, Yanina se esforzó por alcanzar sus metas: "Hoy por hoy soy técnica cardióloga, técnica radióloga y operadora en adicciones". "Siempre quise ser maestra", confiesa y se emociona al contar que hoy es más que eso para un montón de chicos: "La mamá de todos, me dicen".
Yanina sostiene el comedor con donaciones y con el único ingreso económico que recibe a través del Potenciar Trabajo: unos $78 mil mensuales con los cuales mantiene a sus cuatro hijos y el merendero para todo el barrio al que acuden cerca de 150 personas día a día.
"Esto ya lo pasamos en el 2001 y sobrevivimos. Hay que volver otra vez a empezar pero nos cuesta el doble porque antes era un merendero para niños y ahora es familiar: también vienen los abuelos y los papás que no tienen trabajo", lamenta.