Los crímenes de Guillermo “El Concheto” Álvarez sacudieron a la Argentina en la década del 90. A diferencia de otros delincuentes, no actuaba por necesidad ni por venganza, sino por el placer de robar y matar. Su historia quedó marcada por su frialdad y la aparente falta de remordimientos ante cada asesinato.
Su primera víctima fue Bernardo Loitegui, hijo del exministro de Obras Públicas del gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse. Junto a un cómplice, le robó su Mercedes Benz y lo ejecutó de dos disparos, a pesar de que el hombre no se resistió. El ataque ocurrió frente a la hija de la víctima, en una escena de violencia sin sentido que reflejaba su brutalidad.
Semanas más tarde, el 28 de julio de 1996, volvió a matar, esta vez en un pub. Durante el ataque, asesinó a Fernando Aguirre, subinspector de la Policía Federal, y a Andrea Carballido, una joven que festejaba un cumpleaños. Para entonces, Álvarez ya no intentaba ocultar su fascinación por el crimen: aseguraba que el robo y la violencia lo seducían de una forma irresistible, comparándolo con una adicción.
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En prisión, mató a facazos a otro recluso, consolidando su imagen de asesino despiadado.
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La historia de Guillermo “El Concheto” Álvarez
Bajo su apariencia de joven refinado, con lentes y traje, se escondía un criminal despiadado. Investigadores que analizaron su perfil destacaron el contraste entre su imagen pública y su comportamiento feroz en los asaltos, al punto de compararlo con Clark Kent, el alter ego de Superman.
Su captura ocurrió un mes después de sus crímenes, en la casa que compartía con su familia. En su habitación, la policía encontró recortes de diarios de 1972 sobre Carlos Eduardo Robledo Puch, el asesino serial apodado el Ángel Negro, que había cometido sus delitos en la misma zona donde Álvarez creció. Según fuentes penitenciarias, su intención era superar el récord de Robledo, e incluso intentó contactarlo en prisión sin éxito.
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El perfil de Guillermo Álvarez, el asesino que no sentía remordimiento por sus crímenes.
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Su último asesinato ocurrió en la cárcel de Caseros, donde mató a Elvio Aranda con un facón. Su historial criminal dejó una huella en la historia delictiva argentina, consolidando su imagen como un asesino sin escrúpulos, impulsado por una atracción incontrolable hacia la violencia.