El sistema político llega con alta expectativa a la elección bonaerense, la población no

Es muy difícil predecir el resultado de los comicios bonaerenses por la falta de interés de los votantes y por el, casi seguro, alto ausentismo que habrá. Este dato sólo se menciona como un elemento marginal y no como el núcleo constitutivo del problema que nuestro país atraviesa.

Como sucedió con las legislativas de la Ciudad de Buenos Aires, las elecciones bonaerenses de este domingo generan una expectativa que podría considerarse desproporcionada si nos atuviéramos a lo que efectivamente se elige. La legislatura y los concejos deliberantes de los 135 municipios de la provincia tienen una incidencia nula en las condiciones de vida de un habitante de Chaco o de Santa Cruz.

Y sin embargo, toda la política está en vilo en relación con estas elecciones. Esto en parte parece obedecer a la desconexión que todo el esquema de poder de la Argentina -no sólo el político- tiene con el transcurrir de la población en general. La evidencia de que es muy difícil predecir el resultado de la elección por la falta de interés de los votantes y por el, casi seguro, alto ausentismo que habrá, sólo se menciona como un elemento marginal y no como el núcleo constitutivo del problema que nuestro país atraviesa.

La carencia de representación política motivada por los últimos 8 años de gobiernos deficitarios, de las dos coaliciones principales, llevaron a un outsider como Javier Milei a la Casa Rosada. Pero hace varios meses que el libertario es identificado por un sector mayoritario de la población como el representante más brutal de la casta a la que decía venir a combatir. Y como mencionamos, la expectativa que se ha puesto en la elección bonaerense tiene elementos de casta.

Quizás fue el oficialismo el que incurrió primero en esta sobre dimensión replicando, como decíamos, la estrategia de CABA. Si en la elección porteña se dirimió la interna de la derecha en el país y Milei terminó con la carrera de Mauricio Macri, la búsqueda que se autoimpuso el gobierno en esta cita es plebiscitar el rumbo pero, mucho más importante, también convertir al peronismo en una fuerza folclórica que termine derrotada en su propio territorio, como sucedió con el PRO.

La empresa era ambiciosa pero imaginable hasta hace seis meses, cuando los libertarios avanzaban a todo motor en su intento hegemónico y Axel Kicilloff, La Cámpora y Sergio Massa no parecían encontrar el rumbo de un acuerdo. Hoy, con el peronismo unido, el Congreso en contra, la economía real aniquilada, el sector financiero repleto de turbulencias, un Congreso en franca contradicción, denuncias de corrupción y los gobernadores aliándose para formar un nuevo bloque de poder, la campaña “Kirchnerismo nunca más” parece absolutamente inviable.

Suceda lo que sucediera el domingo -todo puede pasar- ningún resultado parece tan definitivo. Eso vale también para la oposición. Es cierto que un triunfo holgado le serviría al gobernador Kicilloff para afianzar su rol como contrafigura del presidente y también alcanzar una dimensión interna que por ahora le niegan. Pero, qué pasaría si triunfo no es por tanto o si incluso se pierde? Ya vimos el mal que le hizo al peronismo la inflación de expectativas en la ciudad de Buenos Aires. Leandro Santoro hizo una elección que está dentro de los márgenes históricos, salió segundo pero se vivió como un fracaso por haber creído que se ganaría en un territorio tan hostil como el porteño.

De nuevo, la carga que los dirigentes le ponen a esta elección, está completamente disociada de la importancia que la población le da y eso puede llevar a distorsiones en la previa. Más allá de esto, la campaña -una de las más pobres que hemos visto- tampoco ayudó a entusiasmar. El oficialismo presentó, salvo en la primera y en la quinta sección electoral, personajes desconocidos como cabeza de lista.

El riesgo de querer demostrar que la marca es la que convoca es evidente, sobre todo después de estas turbulentas semanas, plagadas de conflictos, internas y denuncias en La Libertad Avanza. La amarga queja de los candidatos se escuchaba en todos lados: “no podemos caminar por nuestra sección porque nos gritan que Karina es coimera y nos hacen el tres con el dedo”. No se puede decir que la oposición haya sido más creativa ni propositiva. La idea fuerza más importante del peronismo para esta campaña fue frenar al gobierno libertario. Es lógica y quizás justa como estrategia pero no presenta ni una sola razón positiva para votar a sus candidatos.

Quizás en este punto, hay que ampliar la mirada para identificar que el problema es quizás más profundo. Si Javier Milei llegó a la presidencia con una promesa de futuro, basada en una crítica a todo el sistema, es evidente que dejó esas convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Se alió con el PRO, a quien combatió incluso en campaña, y fue abandonado su propuesta hacia adelante para volcarse la ataque y al antikirchnerismo como único camino discursivo para justificar la gestión. La mencionada elección de la frase “kirchnerismo nunca más” como eslogan no muestra sólo la catadura moral de quienes la pensaron. También hace evidente que no hay otra propuesta que eso para ofrecer al votante.

En su último libro, “Ultraderechas”, Jorge Alemán encuentra una explicación a este nuevo estadio de la ultraderecha en el poder: “… el neoliberalismo no ofrece una promesa de felicidad, sino una administración de la miseria en la que cada uno debe encontrar a su propio culpable y gozar del ejercicio continuado del sadismo.” Los escándalos de corrupción en los que están envueltos tanto la hermana del presidente como los primos Martín y Lule Menem son inaceptables pero su repudio quizás esconda una adhesión al proyecto mileísta por parte de sectores autopercibidos como de centro o moderados.

La verdadera corrupción, intrínseca al sistema, es el carry trade. El último informe del JP Morgan es significativo en este sentido. El Banco de inversión confía en que aún con una derrota digna, el gobierno logrará enderezar el rumbo político para encarar lo único que verdaderamente importa a quienes leen estos informes, que es pagar las deudas adquiridas con los capitales especulativos. Que un proyecto de país se base en la bicicleta y la fuga en desmedro del aparato productivo es de una vileza intolerable pero, además, lo vuelve inviable.

Eso es menos señalado por gobernadores y legisladores, empresarios y periodistas, que critican las formas y hasta denuncian las coimas pero se avienen a un plan de ajuste que deja a las mayorías sumidas en la angustia y la desesperación de un presente durísimo y un futuro cada vez más oscuro. Es por eso que, más allá de la las expectativas que pueda generar la elección del domingo en los sectores de poder, sólo los votantes más comprometidos entienden o desean que se convierta en un parteaguas. Construir una alternativa real al rumbo actual es una tarea que tiene a la elección bonaerense como capítulo necesario pero no suficiente.