Cristina, el alfa y el omega de las movilizaciones

La vicepresidenta volvió a dar clases de conducción política en Juncal y Uruguay. Por ella comienzan las convocatorias y es quien define cuándo se terminan.

En los últimos años, un comentario más o menos recurrente sobrevolaba las discusiones en los grupos de derecha de la Argentina. Fueran de Juntos por el Cambio o los autopercibidos libertarios, en muchas ocasiones se sentenciaba que “el peronismo perdió la calle”.

Los más lúcidos entendían que este fenómeno era momentáneo, que la pandemia y el ser obedientes con las normas de cuidado habían provocado el efecto. Los más afiebrados creían que la situación era definitiva. En favor de estos últimos, vale decir que los propios adherentes del Frente de Todos se sentían desmovilizados por una administración altamente condicionada por el pasado y el presente, una situación económica muy despareja -para algunos sectores de la sociedad de crecimiento, para otros, calamitosa- y una conducción con poca épica a la hora de convocar.

Tanto sobre estas consecuencias en la calle como sobre las causas que las generaron, opinó la propia Cristina Kirchner cuando reconoció que el Frente había defraudado en parte las expectativas de sus votantes. Podría uno plantear que entre ese reconocimiento en una de esas quincenales apariciones que ensayó la vicepresidenta y el presente, las cosas no ha cambiado sustancialmente. La corrida especulativa a la que nos sometió el establishment, la renuncia de Guzmán, los rigores de una inflación que no se acierta a contener… Nada de todo esto ha mejorado las cosas. Claramente, todo lo contrario.

Y, sin embargo, en ese contexto aciago, una reacción comenzó a producirse. La llegada de Sergio Massa contribuyó a estabilizar ciertas variables, o al menos le dio una narrativa más aceptable, a lo que de cualquier modo sigue siendo un ajuste. Quizás más que un relato más tolerable para los adeptos al kirchnerismo lo que acertó a encontrar el Gobierno con Massa es una finalidad.

Se necesitan equilibrar las cuentas porque el riesgo de colapso es alto, pero después de eso habrá nuevamente una búsqueda expansiva. ¿Alcanza con eso para entusiasmar? ¿Es suficiente para convencer a la militancia de tragarse un sapo que claramente raspa el paladar de muchos que venían acostumbrados a platos más tentadores durante gobiernos peronistas?

Son preguntas que aún están en proceso de ser respondidas. Pero en el mientras tanto, la derecha judicial, mediática y política hizo su aporte para que se despejen dudas. El alegato del fiscal Luciani y su pedido de condena como corolario a una causa impresentable desde el punto de vista probatorio enardecieron los ánimos a un lado y otro de la política.

JxC celebró el alegato como una condena adelantada y los más extremos de ese espacio creyeron entrever el objeto de deseo más preciado: el fin del liderazgo de Cristina Kirchner. En efecto, si la letra fría del pedido del fiscal implicaría una proscripción real para la expresidenta, en el partido de Macri parecen buscar algo más acorde al siglo XXI: su cancelación.

La necesitan desactivada, pero presente. Porque muchos de los dirigentes cambiemitas han basado su carrera política en fustigar la figura de Cristina Kirchner. Sin ella, en el escenario no habría centro, se desestructuraría el juego político que han jugado desde hace años. Eso quizás explique ciertos nerviosismos que llevaron a reacciones muy inquietantes por parte de dirigentes del PRO y sus socios políticos.

En medio de la represión de ayer, Patricia Bullrich hizo un paralelo entre los 12 años de pedido de la condena del fiscal y los 12 años de gestión kirchnerista, algo que ya había sugerido la propia vicepresidenta. Ricardo López Murphy fue más allá. Mientras se veían los palos, gases y carros hidrantes de la policía de la ciudad, tuiteó “son ellos o nosotros”. Una demostración de intolerancia inaceptable para el sistema democrático.

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Fueron muchos los que justificaron la represión en nombre de la paz. Una operación de torsión de la realidad que solo puede ser contestada parafraseando una famosa ironía de Jorge Luis Borges: los hechos calumnian a los hombres. Lo que se dice es subsidiario de lo que se hace hasta para los dueños de las tapas y editoriales dominicales.

En el Frente de Todos, el alegato del fiscal fue igual de revulsivo, con las consecuencias que hemos visto y nos planteamos desentrañar desde el comienzo de este editorial.

Se terminó en un instante la era del hielo kirchnerista. Los vientos paralizantes de un gobierno y una realidad poco convocantes dejaron de surtir efecto en el mismo momento en el que se adivinó un intento de ataque final la figura de su líder. De hecho, el tribunal de la causa vialidad contribuyó aún más a restablecer esta comunión al impedir la ampliación de la indagatoria a la vicepresidenta.

Obligada a hacer su exposición por las redes sociales, el encuentro entre Cristina y sus feligreses fue directo, o al menos sin intermediaciones institucionales. Todas las fotos que luego vimos de ella rodeada de una multitud manifestante se adivinaron en la espera a que hablara a comienzos de la semana por YouTube. Antes de que comenzara, casi 100 mil personas estaban conectadas para verla.

Y luego vinieron las manifestaciones a su casa, hecho histórico que aún no tenemos distancia para mensurar. Algunos han definido la decisión de Horacio Rodríguez Larreta de rodear con vallas la casa de la expresidenta bajo la frase “convirtieron Recoleta en Martín García”, pero esa afirmación parece exagerada en más de un aspecto.

La necesidad de un nuevo 17 de octubre puede hacer trampa. Recordar los días de estadía del General Perón en noviembre del ‘72 con el hotel internacional de Ezeiza completamente sitiado por fuerzas militares o las movilizaciones a Gaspar Campos luego de su vuelta definitiva en 1973 pueden ser aproximaciones más ajustadas.

En nombre del orden público se intenta tabicar a un líder popular con la fantasía de diluir su efecto. Antes y ahora esa estrategia ha demostrado ser errada. Probablemente, a Larreta le sirva la represión de ayer para pararse como un neo halcón en la feroz interna de Juntos por el Cambio, pero es inocultable la torpeza de su maniobra y el fracaso del objetivo.

Los manifestantes no se fueron del lugar y las vallas fueron levantadas. Más allá de las negociaciones que existieron entre el gobierno de la Ciudad y el Nacional para zanjar el conflicto, la vicepresidenta volvió a dar clases de conducción política en Juncal y Uruguay. Es cierto que la CGT realizó marchas multitudinarias, que la izquierda y los movimientos sociales tienen mucha presencia, pero lo que vimos esta semana tiene un clima, un fervor y una sensación de futuro de diferente calidad.

Por Cristina Kirchner comienzan las movilizaciones y ella define cuándo se terminan. Es el alfa y el omega de la militancia callejera masiva en nuestro país. No es casual que pocas veces la hayamos visto tan cerca de su pueblo como en estos días, mezclada entre la multitud como le gustaba hacer a Néstor Kirchner.

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