Advierten por las peligrosas relaciones que exigen los Estados Unidos

En los últimos días ha acontecido otro de los incontables episodios, en el que Estados Unidos intenta poner a sus intereses nacionales como supuesta norma ética universal para las relaciones internacionales.

Los Estados Unidos tienen una visión de su política exterior, como si fuera una extensión de sus propias políticas internas y sus intereses. Y todo aquello que esté en conflicto con esos intereses, es cuestionable y es sancionado. Es decir, cualquier nación cuya política exterior no se alinee en forma incondicional y completa con la política exterior estadounidense, asume riesgos tanto a nivel estatal, como lo asumen sus empresas que intentan hacer negocios en el mercado mundial.

Dentro del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, existe una agencia específica, la Oficina de Control de Activos Externos, cuya declaración de objetivos sostiene lo siguiente: "La Oficina de Control de Activos Extranjeros administra y hace cumplir los programas de sanciones económicas principalmente contra países y grupos de personas, como terroristas y narcotraficantes. Las sanciones pueden ser integrales o selectivas, y se valen del bloqueo de activos y de restricciones comerciales para lograr objetivos de política exterior y seguridad nacional".

Esta oficina en la sucesora de una oficina anterior que administraba activos alemanes y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Y su origen es "la propia OFAC fue creada formalmente en diciembre de 1950, tras la entrada de China en la Guerra de Corea, cuando el presidente Truman declaró una emergencia nacional y bloqueó todos los activos chinos y norcoreanos sujetos a la jurisdicción estadounidense".

Es curiosa la sanción a la República Popular China por su intervención en la guerra de Corea, tras la arrolladora ofensiva de las tropas estadounidenses y sus aliados, luego del desembarco en Inchon, ofensiva que llegó hasta la propia frontera entre la República Popular China y la península coreana.

Y esto dado que: "El ministro de Asuntos Exteriores de China, Zhou Enlai, había advertido al general en más de una ocasión que si las tropas de la ONU se acercaban al río Yalu, los chinos entrarían en la guerra. MacArthur ignoró las advertencias de Enlai. El general simplemente no creía que China fuera a involucrarse jamás". Es decir, los Estados Unidos de América sancionaron económicamente a la República Popular China por una guerra defensiva y anunciada en varias ocasiones, lo que prolongó la guerra de Corea durante más de dos años sin ningún fundamento político y estratégico alguno. El caso es interesante porque señala que para Estados Unidos de América las políticas de sanciones económicas a terceros países es una prolongación de sus intereses, independencia de la justificación ética o prudencial que puedan o no tener.

En los últimos días ha acontecido otro de los incontables episodios, en el que Estados Unidos intenta poner a sus intereses nacionales como supuesta norma ética universal para las relaciones internacionales. El primer ministro de la India Narendra Modi, visitó al presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin, el 8 de julio del presente año, sin hacer ninguna declaración explícita y tajante acerca del conflicto bélico que ocurre en Europa oriental.

Como señalara una agencia pública de noticias estadounidense en esa oportunidad: "Sin embargo, hay pocas señales de que Modi, el líder de la mayor democracia del mundo, planee desafiar directamente a Putin por sus acciones en Ucrania. En cambio, el líder indio parece estar entablando conversaciones con Moscú como parte de un acto de equilibrio más amplio entre Oriente y Occidente que ha estado en el núcleo de su política exterior". Y en esa dirección Donald Lu, subsecretario de Estado para Asia Meridional y Central del Departamento de Estado de Estados Unidos, declaró que “no podría estar más de acuerdo con usted en cuanto a nuestra decepción por el simbolismo y el momento elegido para el viaje del primer ministro Modi a Moscú. Estamos teniendo esas conversaciones difíciles con nuestros amigos indios”.

Como en todos los casos de relaciones internacionales, la historia cuenta. Los Estados Unidos de América y Pakistán tienen una larga relación de colaboración militar, que por lo menos se retrotrae al año 1954, cuando ambos países firman un acuerdo de asistencia y defensa mutua y al año siguiente el Pakistán entra en el Tratado de la Organización del Sudeste Asiático (SEATO). Y esta relación se reforzó en el período de la intervención militar soviética en apoyo del gobierno central afgano, en la cual Estados Unidos y Pakistán fueron aliados en la provisión de armamento y entrenamiento a los rebeldes afganos.

Y aquí el asunto es que la India tuvo numerosos enfrentamientos militares con Pakistán en torno a la cuestión de Cachemira, y en todos los casos el ejército pakistaní empleó armamento de origen estadounidense. Es desde ese momento en que nace una alianza política y militar muy importante entre la India y la entonces Unión Soviética.

En primer lugar, se trató de una alineación estratégica. Si bien la India y la URSS no compartían una ideología o una perspectiva similar en materia de política global, tenían preocupaciones comunes. La India tenía motivos para preocuparse por la cordialidad entre Estados Unidos y Pakistán, mientras que la Unión Soviética veía a Estados Unidos como un enemigo implacable.

En la década de 1960, el deterioro de las relaciones de ambos países con China los acercó. La Unión Soviética se convertiría en un socio fundamental para la India, y utilizó su poder de veto varias veces en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en cuestiones relacionadas con Goa, Cachemira y Bangladesh. La India respondió absteniéndose en la votación contra la URSS durante la crisis de Hungría en 1956 y contra Checoslovaquia en 1968.

Esta relación fundada en lazos de muchos años y en un apoyo diplomático incondicional hacia la India, es para esta nación un activo estratégico fundamental que debe ser preservado, teniendo en cuenta que el conflicto entre la India por un lado y por otro lado Pakistán y la República Popular China, se han agravado al ser los tres países poseedores de armamento nuclear. Y por esa razón los comentarios del señor Donald Lu han sido criticados tanto por funcionarios estatales indios, como por periodistas y analistas políticos de esa nación. Y todos estos comentarios enfatizan el encuadre histórico fundamental en el que se entienden esas relaciones.

Todo lo anterior hace ver que el mecanismo de sanciones económicas estadounidense, mecanismo fundado en principios éticos jurídicos que intentan aplicar la ley sobre delincuentes y organizaciones criminales que operen en el ámbito internacional, tiene otro fin.

Bajo la excusa hacer ello, los Estados Unidos de América emplea las amenazas o las sanciones ciertas para defender sus intereses nacionales. La política de sanciones es simplemente atemorizar y neutralizar cualquier viso de política exterior independiente por parte del tercero países. Y dado que no solo se sanciona a países y sus activos públicos, sino que se sanciona a las propias empresas privadas radicadas en ellos, lo que hace que estas empresas se conviertan de alguna manera en actores aliados de la política exterior estadounidense para evitar ser sancionadas, ya sea en sus ventas al mercado estadounidense o sus conexiones financieras con entidades de este país.

Cualquier nación que quiera tener una política exterior independiente, fundada en intereses nacionales, y que en particular quiera ejercer una neutralidad activa, capaz de reducir los conflictos de alta intensidad que haya en distintas regiones del planeta, y que incluya como principios que guíen su política exterior el principio de reciprocidad y complementación, debería rechazar absolutamente esta herramienta de política exterior estadounidense que, más que aliados en igualdad de condiciones, parece exigir súbditos, que acepten algún grado de subordinación.

Y esto es un escenario muy peligroso para una nación, como la República Argentina, que por su necesario desarrollo nacional, necesita la más amplia libertad de vincularse con todo el mundo y de vender a todos lo que nos quieran comprar.

Por Gabriel Di Taranto

Es Magíster en Comunicación Política (UNDAV)

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