El fallido viaje a Oslo en el que el Presidente no se cruzó con la líder opositora venezolana, María Corina Machado, fue otro paso en falso de la torpe pero decidida política exterior libertaria, cuyo único vector es el alineamiento cerril con Donald Trump y sus deseos.
La puesta, organizada entre el Departamento de Estado norteamericano y una parte del Consejo del Nobel de La Paz, requería de la presencia de los jefes de Estado más serviles de la región para darle volumen político al hecho y eso se cumplió. Pero las dificultades para arribar de la flamante galardonada frustraron la escena y Javier Milei debió volverse sin la foto con una dirigente que hoy es tan patrocinada como él por el líder norteamericano.
A esta altura, quizás sea bueno repetir una certeza para no naturalizarla: en cualquier otro período de gobierno, tanto los viajes fallidos del Presidente como los realizados por motivos personales generarían un escándalo mediático de proporciones bíblicas. De modo misterioso, o no tanto, eso no corre para el derrotero global de Javier Milei. La prensa adicta ve con naturalidad las escapadas del primer mandatario a cualquier lugar del mundo para recibir premios poco relevantes o para participar de actividades cuya importancia estratégica para la Argentina es discutible. El viaje a Oslo no fue la excepción.
Cuando llegó, Milei quiso recuperar el tiempo perdido y demostró, con su gestualidad, cuánto le importa aprobar lo más rápido posible la reforma laboral. En el mismo Aeroparque Jorge Newbery posó firmando el proyecto diseñado por los estudios de abogados pro empresas más importantes del país y que busca retrotraer los derechos laborales a periodos pre yrigoyenistas.
No es el primer presidente de derecha que sueña con lograr esa reversión. Mauricio Macri lo intentó luego de su triunfo electoral de 2017, pero el ruido y las protestas generadas por la reforma Previsional en diciembre de ese año lo hicieron desistir en una empresa que todo el establishment económico y financiero de nuestro país reclama a los gobiernos que patrocina desde marzo de 1976.
Quizás por esa experiencia, los mentores de la actual flexibilización diseñaron un esquema parlamentario distinto. Primero serán los trabajadores activos los que pierdan sus derechos, luego se avanzará en una reforma tributaria regresiva y por último, con casi todo dado, se lograría la tan ansiada destrucción del sistema previsional. Federico Sturzenegger lo pensó así y el gobierno comienza a ponerlo en práctica. Mientras tanto, desfinancian de facto a los jubilados, congelando bonos y pauperizando su salario. Pero la de las prioridades no es la única enseñanza del fallido gobierno de Macri. También los tiempos importan.
Javier Milei sabe que el crédito ganado en las elecciones comienza a agotarse conforme se profundizan los efectos de una política centrada exclusivamente en el sector financiero que ha condenado a la vez productiva del país a una parálisis casi total. También sabe que incluso ese sector tan favorecido, el financiero, tiene límites y que el esquema de toma de deuda permanente se agota, como también pasó con el gobierno de Cambiemos.
Por eso se propuso un tratamiento express del Presupuesto y la reforma laboral para tenerlos aprobados antes de enero de 2026. En el caso de la ley de leyes, el oficialismo aún conserva expectativas muy concretas, que comenzarán a encarrilarse a partir del lunes. Si las promesas que hizo Diego Santilli a los gobernadores dialoguistas surten efecto, probablemente haya número para que avance en Diputados.
El Gobierno nacional sigue agradecido por el enorme favor que el gobernador catamarqueño, Raúl Jalil, le hizo al romper el bloque de Unión por la Patria y dejar a La Libertad Avanza como primera minoría. Lo mismo que el tucumano Osvaldo Jaldo al principio de la gestión libertaria, son dos mandatarios peronistas que se mostraron colaboracionistas con el poder central en los momentos clave.
En esto, la Casa Rosada ha mostrado méritos llamativos. No tuvo gran pericia negociando con los propios para conseguir voluntades, pero se valió de aliados para eso. Tanto en el PRO, Encuentro Federal, el radicalismo y, como decíamos, en el peronismo, el Gobierno encontró diputados y senadores que les juntaran votos para las iniciativas verdaderamente importantes. De nuevo, quizás el mérito no sea de Martín Menem o del propio Milei, sino del poder permanente que los patrocina.
Ese mismo poder corporativo, que también sponsorea a dirigentes de la oposición, es el que cree que este es el momento perfecto para conseguir la reforma laboral. Vale recordar que el lema del primer coloquio de IDEA de la era Milei fue "Si no es ahora, cuándo?". El problema que se enfrenta en el Congreso es que, si el Presupuesto puede ser aprobado con alguna celeridad, esto parece más difícil con la reforma laboral. Las provocaciones que Sturzenegger sembró a la largo de los 197 artículos contra gremios, abogados laboristas y hasta jueces del fuero del trabajo dificultan un acuerdo de castas, incluso hasta para quienes hace rato operan de espaldas a los trabajadores.
Casi que por supervivencia, los dirigentes más dialoguistas de la CGT tuvieron que acercarse a los duros luego de leer un texto que busca hacer desaparecer la representación gremial como la conocemos hasta ahora. Casi por lógica, la Asociación de Magsitrados tuvo que alertar en un escrito que la aprobación de esta ley significaría la virtual "extinción del fuero laboral".
El debate promete ser más largo de lo pretendido por un oficialismo que sabe que el tiempo no le sobra y que las consecuencias del plan de exclusión comienzan a notarse sin que haya grandes beneficios concretos. Las rutas se siguen deteriorando, las pymes continúan cerrando, los empleos se pierden día a día y la inflación parece haberse estacionado muy por encima del 2%, sin miras de bajar.
Está claro que el Gobierno confía en la narrativa que se instalará para hacer más aceptable la reforma, con citas a empresas pequeñas o medianas que debieron cerrar por no poder afrontar juicios laborales o con apelaciones a que los dirigentes sindicales no quieren perder sus privilegios. También cuenta con aprovechar un período de desmovilización muy profunda en la sociedad argentina.
Para ejemplo, vale una comparación con una experiencia similar, que se produce en paralelo. El primer ministro portugués, Luis Montenegro, presentó "Trabajo XXI", un proyecto de flexibilización muy similar al libertario. En un país con 10 millones de habitantes, la CGTP (Confederación General de Trabajadores Portugueses) convocó el jueves pasado a una marcha multitudinaria en contra. Asistieron más de 3 millones de personas en distintas ciudades. La CGT de nuestro país prevé que la marcha del día 18, organizada para protestar por lo mismo, será un éxito si reúne 150 mil personas.