"No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento. No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos, generando más pobreza y aumentando la conflictividad social. La inviabilidad de ese viejo modelo puede ser a advertida hasta por los propios acreedores, que tienen que entender que sólo podrán cobrar si a la Argentina le va bien", dijo Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003, al asumir la presidencia de un país devastado. Su tono, más que solemne, era urgente. Venía de una Argentina que apenas dos años antes había estallado en la mayor crisis de su historia democrática: el colapso de 2001, las cacerolas, los bancos cerrados, los presidentes que duraban horas y los muertos de diciembre.
Entre el 19 y el 20 de diciembre de 2001, 39 argentinos fueron asesinados por las fuerzas de seguridad en las calles. Algunos cayeron en las inmediaciones de la Plaza de Mayo, otros en el conurbano bonaerense, otros en Rosario. El país que Kirchner heredó tenía nombres en su memoria: Gastón Riva, Pocho Lepratti, Diego Lamagna, Alberto Márquez, entre tantos.
“Sabemos que nuestra deuda es un problema central. No se trata de no cumplir, de no pagar. No somos el proyecto del default. Pero tampoco podemos pagar a costa de que cada vez más argentinos vean postergado su acceso a la vivienda digna, a un trabajo seguro, a la educación de sus hijos, o a la salud”, agregó Kirchner ese día, marcando la que sería una de sus prioridades de gestión.
Embed - Asuncion de Nestor Kirchner a la Presidencia de la Nacion
Su llegada al poder fue casi improbable. Ganó con apenas el 22 por ciento de los votos tras la renuncia de Menem a la segunda vuelta. No tenía mayoría en el Congreso ni poder territorial fuera de Santa Cruz. Pero traía algo más profundo: la decisión de revertir la historia reciente de la subordinación económica y política.
El punto de partida era el desastre: la convertibilidad había implosionado, el país estaba en default, el PBI había caído 11 puntos en un año y más de la mitad de los argentinos era pobre. Y, por encima de todo, el Fondo Monetario Internacional seguía siendo el guardián del rumbo económico, el árbitro de cada presupuesto y de cada política pública.
Kirchner comprendió que la deuda no era solo un problema financiero, sino una forma de dominación. “Creciendo nuestra economía mejorará nuestra capacidad de pago. No pagaremos la deuda a costa del hambre y la exclusión de millones de argentinos generando más pobreza y aumentando la conflictividad social, para que el país vuelva a explotar”, repitió en su discurso de inauguración del 122º período de sesiones ordinarias del Parlamento.
“Nos hacemos cargo como país de haber adoptado políticas ajenas para llegar a tal punto de endeudamiento, pero reclamamos que aquellos organismos internacionales que al imponer esas políticas contribuyeron, alentaron y favorecieron el crecimiento de esa deuda, también asuman su cuota de responsabilidad. Resulta casi una obviedad señalar que cuando una deuda tiene tal magnitud la responsabilidad no es sólo del deudor sino también del acreedor”, dijo meses después, en un discurso ante la ONU.
Con esa idea comenzó una política que marcaría una época: el desendeudamiento. No fue un acto aislado, sino un proceso que combinó audacia, estrategia y una fuerte recuperación del rol del Estado. El ministro Roberto Lavagna encabezó la reestructuración de la deuda en default, que había quedado colgada desde la implosión de la convertibilidad. El canje de 2005 fue una operación histórica: más de 80 mil millones de dólares renegociados con una quita del 65 por ciento. Era la primera vez que un país emergente imponía sus condiciones a los acreedores. "Déjennos crecer para poder pagar, porque los muertos no pagan las deudas”, había dicho Kirchner durante las negociaciones.
Pero no bastaba con reestructurar la deuda: Néstor también sabía que había que cortar el cordón umbilical con el FMI. En diciembre de 2005, anunció el pago total de la deuda con el organismo, unos 9.800 millones de dólares, con reservas del Banco Central. Fue una decisión política de alto riesgo: implicaba desprenderse de buena parte del respaldo financiero acumulado durante los primeros años de recuperación. Sin embargo, Kirchner entendió que la independencia económica era la condición para desplegar un proyecto de desarrollo soberano.
"En el día de la fecha, hemos tomado las decisiones institucionales, que nos permitirán destinar nuestras reservas de libre disponibilidad al pago de la deuda total con el Fondo Monetario Internacional. Hace 50 años que viene siendo motivo de nuestros desvelos", expresó en el discurso que brindó desde Casa Rosada.
Kirchner sostuvo que la deuda con el FMI fue la más condicionante para el país, ya que implicó constantes revisiones e imposiciones que obstaculizaron el crecimiento. Señaló además que, a diferencia de otros países en crisis, Argentina no recibió ayuda del organismo y que el FMI, lejos de cumplir su función original, promovió políticas de ajuste que generaron pobreza y sufrimiento en el pueblo argentino.
Embed - Néstor Kirchner anuncia el pago total de la deuda con el FMI • 15 de diciembre de 2005
Esa medida, explicó, no significaba aislarse del mundo, sino recuperar la voz propia. “Queremos superar las terribles heridas que produjeron las políticas herradas aplicadas en el pasado, queremos superar entre todos con la frustración que nuestra crisis nos sumiera. Soñamos con dejar a quienes nos sucedan un país mejor, donde el próximo gobierno pueda dedicarse a consolidar, a imaginar, a crear, a crecer con dignidad", indicó.
La operación no fue solitaria. Brasil, bajo el liderazgo de Lula da Silva, hizo lo mismo casi al mismo tiempo. Ambos presidentes coordinaron la jugada, convencidos de que la región debía emanciparse de la tutela financiera. Era una decisión económica, pero también geopolítica: un gesto de autonomía sudamericana frente al poder del norte. Kirchner y Lula sellaron así una alianza que trascendía los números: una idea de soberanía compartida.
El pago al FMI fue posible porque la economía se había puesto de pie. Entre 2003 y 2005, el PBI creció a tasas superiores al 8 por ciento anual, impulsado por la producción industrial, la recuperación del consumo interno y las exportaciones. El desempleo, que había superado el 20 por ciento, bajó por debajo del 10. La recaudación fiscal aumentó, las reservas se multiplicaron y, sobre todo, volvió la confianza en la política como herramienta de transformación.
A los ojos de sus críticos, el pago al FMI fue una apuesta temeraria, pero la historia posterior mostró su sentido. Durante casi una década, la Argentina no dependió de misiones técnicas ni de condicionalidades externas. El país se movió con autonomía, financiando su desarrollo con recursos propios.