La semana pasada, en un encuentro organizado por la Fundación Faro, el presidente Javier Milei sorprendió a propios y extraños con un anuncio inusual: prometió moderar su lenguaje y dejar de insultar a sus adversarios políticos.
Una investigación muestra que el estilo agresivo del Presidente perdió apoyo incluso entre votantes libertarios, lo que podría haber motivado la promesa de un cambio comunicacional.
La semana pasada, en un encuentro organizado por la Fundación Faro, el presidente Javier Milei sorprendió a propios y extraños con un anuncio inusual: prometió moderar su lenguaje y dejar de insultar a sus adversarios políticos.
“Voy a dejar de usar insultos, a ver si están en condiciones de poder discutir ideas. Creo que discuten las formas porque carecen de nivel intelectual suficiente para debatir sobre el fondo”, declaró el mandatario, con su habitual tono desafiante.
El gesto, lejos de surgir de una autocrítica sobre la violencia verbal y el respeto que demanda la investidura presidencial, parece responder a un síntoma que el propio Gobierno empieza a registrar: el desgaste de un estilo que, aunque disruptivo al inicio, comienza a generar cansancio incluso entre sus propios votantes.
Una investigación realizada por Patricia Nigro y Mario Riorda, basada en datos de encuestas recientes, revela que el lenguaje agresivo de Milei perdió eficacia como herramienta de comunicación. La ciudadanía, golpeada por la crisis económica, exige menos eslóganes y más medidas concretas que mejoren su vida cotidiana.
El malestar no se limita al electorado opositor. Ante la pregunta “¿En qué medida se siente identificado con el estilo comunicativo del presidente Javier Milei?”, el 39,2% de los votantes libertarios respondió “para nada identificado”, el 32,9% “algo identificado” y solo el 27% dijo sentirse “bastante identificado”. Entre los opositores, el rechazo es casi unánime: el 97,7% no se reconoce en ese estilo.
El estudio también midió percepciones sobre el impacto democrático de esos discursos. Entre los simpatizantes del Gobierno, el 31,9% cree que la incivilidad política hace “mucho daño” a la democracia, el 21,8% opina que provoca “algo de daño” y el 42,3% sostiene que no genera ningún perjuicio. En el caso de los opositores, el 94% afirma que el daño es considerable.
Respecto al efecto de los mensajes de odio en la convivencia social, el 26,8% de los votantes libertarios cree que generan “mucho daño”, el 32,9% “algo de daño” y el 35,2% “nada de daño”. Entre los opositores, el 95,3% considera que deterioran gravemente el tejido social.
En síntesis, el cambio de tono anunciado por Milei parece menos una rectificación y más un cálculo político: un intento por contener la pérdida de adhesión en un momento en que la paciencia social se agota y el electorado demanda soluciones tangibles por encima de la retórica beligerante.