La semana que pasó desafía ciertos relatos vinculados a la muerte del héroe. Como compendio o reducción de los últimos 15 años en la política argentina, todo lo trascendente estuvo relacionado con Cristina Kirchner y sus avatares. En efecto, la sentencia por la insólita causa Vialidad, su potente diatriba posterior contra lo que caracterizó como mafia judicial, el anuncio de un eventual renunciamiento a una candidatura para 2023, la organización de una movilización en su apoyo y hasta su estado de salud mostraron que la centralidad de la dirigente más importante del siglo XXI en nuestro país continúa siendo inexpugnable.
Y esa centralidad descansa justamente en que, cual una figura celeste, la vicepresidenta no sólo ejerce una atracción inigualable gracias a la que orbitan los demás protagonistas, sino también porque explica con su discurso y organiza con su acción el funcionamiento del universo político vernáculo. Nadie como la expresidenta para caracterizar y definir la connivencia inaceptable del poder económico, mediático, judicial y político de espaldas a la mayoría de la población.
En la causa Vialidad -por la que ha sido condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos- cada participación suya ha sido para denunciar eso. Desde la indagatoria se ocupó de demostrar cómo la persecución a dirigentes opositores se utilizó a partir de 2015 para instalar un modelo regresivo, de exclusión y de endeudamiento que necesitaba de todas esas complicidades para ser tolerado. En su último discurso ajustó su definición e intercambió el término lawfare por uno más contundente: mafia judicial.
Si se revisan los chats filtrados en los que un grupo de funcionarios judiciales (entre ellos el juez que instruyó la causa judicial), integrantes del gobierno de la Ciudad y ejecutivos del Grupo Clarín intentan encubrir el posible delito de dádivas en un viaje a Lago Escondido, podríamos darle la razón a la ex presidenta. Mucho de lo que allí se dice es de carácter mafioso. Las objeciones acerca de la legitimidad de hacer análisis a partir de una filtración no parecen muy productivas por un par de motivos.
Primero porque el viaje existió y eso ya es un problema para nuestra democracia. Segundo porque mucho de lo que se dice en ese chat luego fue corroborado por alguno de los mencionados. Y los chats, más allá de que deberán ser refrendados o no en una investigación judicial, nos sirven para hacer el análisis político inquietante que mencionábamos: los poderes facticos de la Argentina conspiran de espaldas al pueblo.
Denuncia del Gobierno por el viaje al Lago Escondido
Lo que hizo Cristina Kirchner remeda un gesto similar de su antecesor en la presidencia Néstor Kirchner en 2006. En el excentro clandestino de detención La Perla, Kirchner denunció un 24 de marzo que el cuello de botella por el que no avanzaban las causas por delitos de Lesa humanidad era la Cámara de Casación Penal, presidida por un allegado a represores, Alfredo Bisordi. Al día siguiente, tanto en Clarín como en La Nación se censuró al primer mandatario por lo que consideraban un ataque a la división de poderes y entronizaban a Bisordi como un adalid del republicanismo.
Sin ese gesto, resistido por los mismos sectores que hoy organizan viajes de camaradería al sur, seguramente los avances en las políticas de Memoria, Verdad y Justicia de nuestro país serían muy inferiores. En aquella oportunidad, Kirchner pateó el tablero del posibilismo, como su esposa 16 años después. Algo para tener en cuenta como contexto: en cualquier encuesta de opinión el Poder Judicial encabeza de forma abrumadora el listado de instituciones con peor imagen.
A pesar del blindaje del que gozan gracias a los mismos grupos mediáticos que probablemente les ofrezcan dádivas, la mayoría de la población siente que la Justicia se levantó el velo e inclina el fiel de la balanza en su contra. La misma sensación de injusticia que tiene Cristina Kirchner la sienten casi todos los ciudadanos. Sin embargo, cualquier intento de democratizar el Poder Judicial, transparentar su funcionamiento o ejercer mayores controles es denunciado por la derecha política, la propia “famiglia judicial” y los medios concentrados como un ataque inaceptable a la República. Como con Bisordi en la década pasada.
Lo que Cristina Kirchner hizo fue denunciar que con estas complicidades no hay democracia posible y que entregarse a la espera agónica de la correlación de fuerzas favorable sólo es atarse de pies y manos. El mismísimo “renunciamiento” que anunció tiene que ver con eso. Presentarse como candidata sin discutir el propio sistema es continuar siendo rehén de la misma lógica facciosa que consagra desigualdades, ocultamientos e impunidad. Lo que para muchos parece ser el final de algo quizás sea el principio de muchas cosas.