Costó más de lo que cualquiera aconsejaría pero los dos candidatos que quedaron relegados en el podio de las primarias finalmente retomaron su campaña. El golpe del triunfo a nivel nacional de Javier Milei tuvo distintos efectos pero recién esta semana obtuvo respuestas por parte de las dos coaliciones que han gobernado la Argentina en su historia reciente.
En el caso de Sergio Massa, la tardanza en reiniciar la campaña tiene una lógica asociada a su doble condición. Condicionado por la propia gestión como ministro de Economía, debió afrontar la imposición de una devaluación por parte del FMI y sus consecuencias el día siguiente de las PASO.
Massa devaluó, negoció, recibió el intencionalmente demorado desembolso del Fondo y comenzó a anunciar medidas para paliar las consecuencias de esa devaluación. En el medio se despegó definitivamente de Alberto Fernández, denunció el carácter inflacionario del acuerdo rubricado por Martín Guzmán y logró, a partir de algunas medidas progresivas, recuperar la agenda.
La tarea es muchísimo más complicada de lo que parece. Mantenerse en carrera siendo el ministro del 12,4% de inflación en agosto y un 124,4% interanual ya es todo un mérito. Arrebatar parte de la agenda requirió de anuncios como los relacionados con los bonos, el aumento del mínimo no imponible y la devolución del IVA para los productos de la canasta básica.
El tenor y carácter de las decisiones de gestión distinguen a Massa de los demás candidatos. Es el único de los tres con posibilidades de llegar a la presidencia que propone un país inclusivo y un horizonte de recuperación de derechos. El problema es que, a pesar de tomar decisiones con mayor fuerza que la media del gobierno de Fernández, no ha podido escapar a la lógica defensiva de intentar reparar el daño ocasionado por la crisis de deuda. Massa promete futuro y una parte de su gestión se orienta hacia allí pero el presente es aciago y eso es lo que deberá arrastrar a lo largo de toda la campaña.
Encuestadores cercanos a Juntos por el Cambio se apresuraron al final de esta semana a decir que las medidas anunciadas fueron percibidas como positivas por la población pero que no parecen tener impacto electoral. La conclusión parece apurada y quizás haya que esperar al impacto en los bolsillos para sacar alguna conclusión previa a la elección.
Massa volvió de su visita a La Rioja esta semana y su viaje a Tucumán del sábado pasado con la promesa de los gobernadores que habrá mayor enjundia en la búsqueda de los votos perdidos. Se verá si luego eso se materializa. Lo que parece estar claro es que la política de las altas esferas, la de la foto con dirigentes para generar volumen y atraer voluntades hoy parece agotadas. En muchas de las provincias donde ganó Milei, no sólo no tuvo aparato o candidatos… en algunos casos ni siquiera había pisado su suelo.
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La disyuntiva de Patricia Bullrich y Juntos por el Cambio
Patricia Bullrich tampoco las tiene todas consigo y por eso recién este fin de semana reinicia su gira proselitista.
Por un lado, debió recurrir a Carlos Melconian para que la auxilie en los sensibles temas económicos luego de una serie de errores en sus declaraciones. También se sumaron dirigentes para contestar sobre otros temas y Bullrich quedó relegada a hablar sobre seguridad o ensayar propuestas alocadas, soluciones holísticas y con un dejo new age que no parecen estar en sintonía con la ferocidad de los problemas que enfrenta la Argentina.
¿Es necesariamente esa una forma de campaña equivocada? Es difícil decirlo porque Javier Milei logró colonizar la agenda con propuestas no menos alejadas del pensamiento mágico. Lo que quizás sí logró el candidato libertario y no su contendiente cambiemita es generar una sensación de cambio agresivo a la lógica que sufren buena parte de los argentinos.
En la mayoría de los estudios cuantitativos vinculados a lo electoral, la necesidad de un cambio drástico del rumbo económico es mayoría. Milei sintoniza mejor con eso aunque proponga escenarios delirantes o que seguramente empeorarán las cosas. Jaime Durán Barba, ex asesor de Mauricio Macri, lo definió de modo palmario: “Lo más probable es que Juntos por el Cambio salga tercero, nunca vi a nadie que proponga ajuste y sacrificios y gane las elecciones”.
Además de esto, Bullrich tiene otros problemas más concretos. Debió esperar varias semanas para lograr un apoyo decidido por parte del ex presidente Macri y una tímida aclaración de que no simpatiza más con la candidatura de Milei que con la de su propia alianza.
El enojo con Macri se sintetiza en la reflexión de un dirigente del espacio: “En la primaria, cuando tenía que ser neutral, apoyó explícitamente a Patricia y ahora, que tiene que ser taxativo, juega una neutralidad insólita.”
La aparición de Luis Barrionuevo en el armado de Milei -el gremialista más pro Macri después del fallecido Gerónimo Venegas- más la cercanía de algunos empresarios hacen pensar que, más allá de sus declaraciones, el ex presidente sigue jugando a dos puntas. Vedado para hacerlo antes de la elección general, esto seguramente se verá de modo más decidido en octubre. Por eso, la cohesión interna no es la mejor en Juntos por el Cambio y la sospecha de que si Bullrich no entra en el ballotage, la alianza de derecha se romperá es una constante en los diálogos. Y las encuestas de las últimas semanas parecen marcar esa tendencia.
Al oficialismo, que no tiene pocas preocupaciones, ahora le ha surgido una nueva. Que el tan mentado voto útil se materializa en la general y haya un corrimiento de voluntades de Juntos por el Cambio a la Libertad Avanza que lo dejen cerca del triunfo en primera vuelta.
Hay datos sintomáticos de la desintegración de Juntos por el Cambio. En Córdoba, el electo gobernador Martín Llaryora, seduce a intendentes radicales o macristas bajo la premisa de que no tendrán representación provincial o nacional más allá de octubre.
Es paradójico que un año con tan buena cosecha regional, termine con la alianza opositora sin representación a nivel país. Pero es un escenario muy posible.