La llegada de Sergio Massa al Gobierno es uno de los eventos más mentados y anticipados de la historia política reciente de nuestro país. En efecto, desde la cachetada que recibió el oficialismo en las primarias de las elecciones legislativas del año pasado el nombre del tigrense se mencionaba como un posible conductor para una gestión que no siempre ha encontrado el rumbo. Mucho más cuando la Economía comenzó a crujir al ritmo de las remarcadoras de precios y de los dólares paralelos.
Las razones por las que su desembarco en el Ejecutivo no se había producido hasta ahora son múltiples. Algunas tienen que ver con su figura, otras con su zigzagueante historia política, los momentos del Gobierno y, también, con lo que piensan de él los diferentes espacios de la coalición. Bueno es recordar que el tan anunciado congreso del Frente Renovador en el que se iba a clamar su candidatura a Presidente se anunciaba cada vez que perdía poder o era dejado de lado y se posponía a su vez cuando recuperaba su impronta en el siempre difícil equilibrio del Frente de Todos.
Massa ha manejado siempre con maestría el modo en el que se leen los resultados de sus decisiones o emprendimientos políticos. Una especie de imagen de invicto lo acompaña a pesar de que no siempre las evidencias apoyan eso. Esta basada quizás en algo intangible pero poderoso en política: la voluntad.
La voluntad de poder de Sergio Tomás Massa le ha granjeado enemigos pero también lo ha mantenido en los lugares más destacados aún a pesar de derrotas electorales, un paso muy complicado por la jefatura de Gabinete de ministros y una verdadera misión imposible al frente de una cámara de Diputados que, a partir de 2021, se volvió un campo minado. Lo dicho: los resultados -hay muy buenos, regulares y malos- se subordinan a una decisión de incidir que pocos tienen en la política argentina.
Como también decíamos, eso le ha generado no pocos recelos. De hecho, la llegada de Massa al gabinete implica una doble situación casi contrapuesta: dinamita y ordena a la vez. Allí están las renuncias de Julián Domínguez, Gustavo Béliz y Daniel Scioli para testificar lo que produce su llegada. Es cierto que las razones del alejamiento de esos pesos pesados del gobierno no son todas iguales pero sirven para entender el carácter refundador de lo que se anunció el jueves.
Aquí conviene detenernos brevemente. Cada nombre que se incorporó al Gabinete fue saludado por el volumen político que le otorgaba. Ese fue el espíritu de buena parte de los nombramientos de ministros. Los citados Scioli y Domínguez pero también Juan Manzur, Aníbal Fernández, Juan Zabaleta y Jorge Ferraresi fueron incorporados con esa idea. Territorialidad, gestión y política. El problema es que la propia dinámica de la coalición parecía licuar esas características en función de una desarticulación que ha generado hasta hoy muchas dificultades en la toma de decisiones hasta condenarlas a la intrascendencia. He aquí lo paradójico: un gobierno repleto de políticos de peso que por momentos no tiene capacidad política.
¿Hay motivos para temer que esa lógica también termine primando por sobre la impronta de Sergio Massa? Sin ser concluyentes podemos confiar en que quizás no. Y eso no está relacionado sólo con características personales. Hay otros dos elementos que pueden llevarnos a ese vaticinio. El primero es que, efectivamente, la integración de buena parte de las áreas económicas al nuevo ministerio le otorgarán toda la botonera para enfrentar los serios problemas que enfrenta la Argentina de un modo más integral.
Los ministerios sectoriales, tan del siglo XXI, muchas veces terminan generando el resultado opuesto al buscado. Al no tener injerencia en la película completa, una decisión en Producción o Agricultura pueden terminar perjudicando a quienes busca beneficiar en función de desarreglos mayores. Las pujas sectoriales son enemigas de la administración general.
Pero hay otra razón por la que quizás la llegada Massa pueda escapar a esa lógica de desdoro para las figuras políticas que llegan al gobierno. Y esta razón es una buena noticia independientemente del episodio. La elección de Massa es el resultado de una serie de charlas, encuentros y decisiones de los integrantes más importantes de la coalición, que entienden que este es el camino correcto para resolver la crisis.
La buena noticia es que, por primera vez en mucho tiempo, una decisión de Estado es promovida por todos los sectores y en diálogo. Silvina Batakis fue elegida el mismo día en el que el presidente y la vicepresidenta volvían a hablar, una situación inusitada para una coalición casi inédita en la historia política argentina. O al menos en el peronismo. No ha sido fácil pero se ha llegado a esta síntesis. Todavía queda ver cómo se reconfigura el poder al interior del Gobierno, pero está claro que todos sus componentes entienden que este era el único camino. No el de Massa ministro de Economía o el Massa salvador sino el de volver a articular políticas entre todos y que haya una persona que tenga el poder para ejecutarlas.
Alberto Fernández y Silvina Batakis
Alberto Fernández y Silvina Batakis
Se da una última paradoja alrededor de Massa. Muchos de los militantes kirchneristas más conspicuos recelan de la elección y la consideran una capitulación frente a alguien que consideran un traidor, agente del Departamento de Estado y otras bondades. Pero el tigrense llega con una muy buena relación con Máximo Kirchner, forjada en Diputados, y con la anuencia de Cristina Kirchner, a partir de un diagnóstico común acerca de la gravedad de la situación actual, en desmedro de los dirigentes más cercanos al Presidente que consideraban que los problemas eran pasajeros y se acomodarían después de septiembre.
Si con esto alcanza para que el Gobierno enderece el rumbo en las cosas que están mal y potencia las que funcionan aún no lo podemos anticipar, pero la era Massa ha comenzado en el Frente de Todos.