Por eso, cuando vemos a este Heat que acaba de llegar a la segunda final en cuatro temporadas, parece que subimos a la máquina del tiempo. Hay muchas similitudes, más allá de las diferencias en el juego. Un conjunto granítico, lleno de oficio, que sabe a lo que juega, con una identidad que se apoya en la defensa, los pases, la disciplina en la táctica y que tiene un líder de la vieja guardia.
Butler tiene lo mejor de esta era y lo mejor de la otra. Es un pitbull, que ladra y muerde, en el mejor sentido. Es un líder emocional, vocal, duro, áspero, que no le escapa al roce ni en los momentos calientes. Al contrario, los ama. Está hecho para esos momentos, lo nutren, lo potencian. Por eso ya lo llaman Mister Playoffs. Las pruebas: en fase regular promedió 22.9 puntos, 5.9 rebotes, 5.3 asistencias y 1.8 robo mientras que en postemporada está en 28.5, 7, 5.6 y 2. Este lunes por la noche, en la esperada noche de Boston, sumó 28, 7, 6 y 3, en otra noche épica, que le permitió quedarse con el premio al MVP de esta definición de conferencias.
Pero, claro, lo suyo va más allá de números. Es uno de esos líderes que manejan momentos de máxima tensión, que hacen las jugadas grandes, las que ganan partidos, y que lo hablan afuera cuando tienen que hablar. Justamente, hace un año, hizo una declaración que pasó inadvertida pero que anoche, tuvo un valor documental.
“Dentro de un año volveremos a estar en esta situación y será distinto”. Butler acababa de perder el Juego 7 ante este mismo rival, en esta misma instancia, y prometía revancha. Justamente 365 días después lo cumplía en la casa de Boston. Nada menos.
Así se ha comportado a cada paso, como un líder de fierro que se fue alimentado de cada pequeño desafío para crecerse en los momentos más calientes, cuando la presión arrecia y el resto sufre. Por caso, en el Juego 2, le mandaron como defensor a Grant Williams, quien lo desafió y lo cargó en un par de jugadas. El clásico trash talk tan habitual en la NBA y que Butler ama. Jimmy contestó con un de golazos sobre Williams, y cuando volvía a defensa hizo los clásicos gestos “no me puede marcar”, “me mandaron a este pibe, están locos”. Claro, de eso se nutre. Y la devuelve. Como se la devolvió a Al Horford. En el mejor momento de Boston en el Juego 2, el dominicano se arrodilló e hizo la seña de tiempo muerto mirando al banco de Miami. Un error de novato que aprovechó Jimmy, repitiendo la seña, en la cara de Horford, cuando Miami le dio una paliza en el Juego 3.
Jimmy no perdona. Y es una de esas estrellas, como había tantas en los 90, que podían hacer las dos cosas, que les da la personalidad y el juego para sostener disputas verbales o mentales con las propias del juego. Otros, lo hemos visto en las últimas semanas, creen ser los protagonistas de “películas” que vieron cuando eran chicos o miraron por Youtube. No es para cualquiera burlarse o jugar al trash talk. Jimmy tiene la personalidad y el juego para apoyar lo que hace o dice.
Su forma de ser está directamente relacionada a su historia. Jimmy es un sobreviviente. No conoció a su padre -de ahí, sumando otras coincidencias, tomó fuerza la teoría que es el hijo no reconocido de Michael Jordan-, su madre lo echó de su casa a los 13 años por la rebeldía que tenía, vivió años en casa de amigos hasta que una familia sustituta lo adoptó, le dio contención afectiva, un hogar y una rutina. El básquet fue su tabla de salvación. Y aunque siempre se destacó, nunca estuvo entre los más destacados. Incluso a nivel universitario. Eso sí, fue una rata de gimnasio, como lo llaman en USA, un obrero que se entrenaba como nadie. Tal vez por eso fue superando obstáculos hasta llegar a la NBA. Aunque no arribó en alfombra roja. Los Bulls lo eligieron no tan adelante, en el puesto #30 del draft…
Pero Butler se hizo de a poco un lugar en la NBA, primero con la disciplina que lo caracteriza, haciendo todo lo que le decían y después, cuando tuvo una chance mayor –playoffs 2013- dando un salto de calidad para convertirse en una figura. Así fue que, en las temporadas siguientes, se convirtió en una piedra basal del sistema de Tom Thibodeau. Entre 2014 y 2017 llegó a tres All Stars (2015, 2016 y 2017) y tuvo tres temporadas promediando al menos 20 puntos, 5 rebotes, 3.5 asistencias y 1.5 robo. Eso le dio un contrato millonario y la chance de jugar en el seleccionado de Estados Unidos.
Luego hubo dos años que su carrera se diluyó, parecía que nunca tomaría el status de superestrella. Cayó en un Minnesota con problemas de egos y luego en unos 76ers que parecían candidatos pero nunca lo concretaron. De él se dijo que era un mal compañero, que tenía malas formas y choques con otros jugadores. Lo cierto que, hace un año, cuando Miami eliminó a Philadelphia, Butler gritó en forma de pregunta “¿Tobias Harris sobre mí?”, pasando facturas y dejando claro que los 76ers habían elegido a Harris, muy inferior a Jimmy Buckets.
En 2019 arribó a su lugar en el mundo, este Miami de Eric Spoelstra, uno de los mejores entrenadores de la NBA y discípulo de Riley, que está hecho a su medida. Jimmy parece una extensión de la mentalidad del Padrino, de su forma de competir. Y, cuando ahí se sintió cómodo, explotó hasta ser hoy uno de los mejores de la NBA. No brilla tanto en fase regular, como en otros, pero entre abril y junio, agarrate. Ya lo hizo en la temporada acotada por la pandemia, su primera en la franquicia, cuando sorprendió a todos metiendo al Heat en la final de la NBA. No pudo aquella vez con los Lakers de LeBron, tenían lo justo y necesario para llegar hasta ahí -y no más-.
En la siguiente campaña, mediocre, llegó a playoffs pero los Bucks lo eliminaron en primera ronda, con barrida incluida. Un golpe duro del que el Heat y Butler se recuperaron en la siguiente, llegando a la final del Este, que perdieron en un decisivo séptimo juego ante los Celtics, justamente el rival que ahora tienen contra las cuerdas, en la nueva revancha de Butler y el Heat.
En la actual volvió la irregularidad. Incluso Miami perdió el Play-In para entrar a la postemporada. Los Hawks lo eliminaron y mandaron a jugar con los Bulls por el último boleto. El Heat ganaron pero parecía que su vida sería corta, sobre todo al verlo sufrir la baja por lesión de su gran tirador Tyler Herro y luego, por el mismo tema, de otro escolta que usaban para generar y anotar, como Victor Oladipo.
Plantel corto, con talento limitado. Pero, claro, nadie contaba con esos intangibles que, generalmente, disimular carencias o debilidades. Butler fue el líder de los soldados de Spo y Riley. El 4-1 ante los Bucks de Giannis, los mejores del Este y tal vez el plantel más completo de la NBA, abrió los ojos de todos. Y le dio otra revanchita a Miami tras el 0-4 del 2021. Luego llegaron los duros Knicks pero, ya dijimos, difícil ser más duros que estos Chicos Malos de Riley: 4-2 y a otra cosa.
Hasta acá llegaron dijeron varios. Incluso ESPN publicó, en base a estadísticas, una predicción que levantó mucha polvareda y hoy forma parte de los memes: 97% a 3% a favor de Boston. Butler y sus muchachos lo usaron de motivación puertas adentro, primero para poner el 3-0 en la serie y luego para ganar el séptimo en Boston.
En el medio, Miami perdió tres al hilo, dos casa. Fue cuando pareció que el equipo estaba acabado. En confianza, en lo físico, en el juego. Parecía que había comenzado la caída luego de tocar el techo con su rendimiento. Sólo parecía. No contaban con líderes como Butler, Spo y Riley. Nadie puede sorprender de otra épica de este equipo que será el segundo clasificado #8 en llegar a las finales de la NBA, luego de los Knicks en 1999.
"Están rindiendo muy por encima de su posibilidades y se merecen respeto. Los muchachos a los que deberíamos poder tener bajo control están jugando como locos", intentó explicar Jaylen Brown, una de las figuras de los Celtics. Y eso se explica de una manera: Miami ha creado un ambiente para que suceda.
El Heat es lo que es hoy por Riley, por su impronta, por su filosofía de trabajo. Pat puso primero a la franquicia en el mapa, luego construyó tres equipos campeones –dos luego de seducir al gran LeBron que dejara Cleveland y se armara un Big 3 en Miami- y en estos años casi de la nada, armó dos equipos que impactan a todos, el que llegó a la final en 2020 y ahora el actual, que está a un paso.
Con formas distintas. Riley se adapta pero habitualmente no busca acumular estrellas, como otros. Salvo cuando pudo sumar a LeBron, desde que se fue el Rey, buscó una figura insignia y rodearla con jugadores complementarios. La fortaleza está en lo colectivo, no en la suma de las partes. Una construcción absolutamente opuesta a la mayoría, que sólo busca acumular “talento”. El talento, para Riley y Spo, pasa por otro lado… Riley lo hace a su manera, casi que con saldos y retazos, con obreros relegados por otros, con talentos que sólo su ojo clínico vio, con figuras descartadas en otros lugares, con un DT que forjó bajo su ala y le dio alas fiel a una filosofía que lo llevaría a ser hoy el coach-directivo más laureado detrás de Red Auerbach. El Padrino y otra obra de orfebrería en el máximo nivel del deporte mundial.
Cuando llegó, en 1995, Riley encontró en el Heat todo lo que necesitaba para un acto fundacional. Una franquicia que tenía apenas siete temporadas de vida y estaba queriendo ser más que un partenaire –nunca había clasificado a playoffs y en solo una había logrado récord positivo-, que estaba dispuesta a entregarle las riendas de todo, del equipo y de las decisiones en las oficinas.
Así fue que, con decisiones en todos los ámbitos, Pat empezó a sentar las bases de su reinado. Dentro de la cancha, supo que debía aplicar la misma receta deportiva que en los Knicks –juego lento, físico y con gran predominio de la defensa- y afuera ir más allá en su fórmula de exigencia y disciplina, ya que en una franquicia en ciernes, sin la presión popular y mediática que existía en la Gran Manzana, era mucho más realizable.
En Miami estaba todo dado para sembrar, para construir a su imagen y semejanza, a partir del poder que le habían otorgado. Y así lo hizo. Lo primero que hizo fue obligar a que el Heat mejorara sus instalaciones de entrenamiento y la logística de sus viajes. Pidió avión privado y hasta que el equipo se alojara en lujos hoteles. Quería todo lo mejor, como tenían los mejores equipos, a los que pensaba ganarles. No quería que los jugadores tuvieran excusas cuando él les exigiera lo máximo, como tenía pensado.
Así lo hizo y fue armando la estructura, sentando las bases. Que no negoció ni cuando llegó LeBron y se formó aquel Big 3 que le dio dos títulos (2012 y 2013). James, una vez, quiso echar a Spoelstra, su elegido, el pibe que arrancó en el puesto más bajo del staff, como coordinador de video, y luego llegó a coach, cuando Riley se cansó… Antes de los títulos, en noviembre del 2010, el Rey le dio a entender que lo quería a él en el banco, en vez de a un novato, pero Pat lo bancó. Hoy Spo lleva 15 años sentado en el banco, lleno de gloria y reconocimiento.
En el medio tuvo golpes, como aquella partida de LeBron. Pero el Padrino es de la vieja escuela, duro, casi sin sentimientos, que no se queda mirando hacia atrás sino que está planeando lo que viene. Alguien que, además, no vive en el pasado ni en el futuro. “Yo vivo en el presente. Voy a seguir adelante, no voy a parar. Es ganar o la miseria”, dejó claro su filosofía de vida. Y así que, en vez de seguir el camino de otras franquicias, que apostaron por reconstrucción totales, soportando malas campañas y nutriendo su equipo con pick altos de draft, Riley eligió el camino del reciclado para siempre ser competitivo y esperar la chance de dar esos golpes de timón que le diera un candidato al título. Y así lo hizo. No le fue fácil, pero de a poco, con su ojo clínico para captar talento, con su personalidad para convencer y con una cultura de trabajo instaurada, lo fue logrando, siempre con el sistema, el ADN y la cultura como la base de todo.
Todo ha fluido a partir de esa consistencia en las decisiones, de los lineamientos y la disciplina que imponía Riley desde la cima de la franquicia. Las piezas que faltaban las empezó a apilar como ladrillos de una pared. En el draft 2017 eligió a Bam Adebayo (pick 14), un pivote versátil, capaz de hacer de todo, con un estilo de juego ideal para estos tiempos, el lugarteniente de Butler en el juego. Luego llegó la selección de Tyler Herro en 2019 (pick 13). Pero esos fueron los jugadores que más alto seleccionó, cuando otros equipos parecen que si no tienen un top 3, no puede competir por nada.
Siguiendo con en esta película que podría llamarse “viendo lo que otros no ven” fichó a Caleb Martin (brilló en la final del Este y hasta tuvo votos para ser el MVP), Max Strus, Gabe Vincent y Duncan Robinson, jugadores que nunca fueron drafteados y hoy son determinantes, los que menciona Brown que están jugando como “locos”. Decisiones brillantes y quirúrgicas, las mismas que hizo hace años para meter al otro finalistas (Kendrick Nunn, Derrick Jones, Jae Crowder, etc).
Riley lo hizo, a partir de instauran una línea de trabajo, de ser, de comportarse, de entrenarse y de jugar… El equipo siempre por sobre todo, la disciplina, el profesionalismo, el compromiso, el altruismo… El tener el equipo más duro, mejor preparado físicamente, menos egoísta y más profesional.
A su imagen y semejanza. Como aquellos 80 y 90 en los que se formó como entrenador. Nada es casualidad. Por eso Miami Heat está en la final. Lo espera Denver Nuggetts, el favorito. Como ya lo han sido Milwaukee, New York y Boston. ¿Ahora quien se atreve a apostar en contra del Heat?