La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) en el 2016 lanzó una sonda con el objetivo de destruir a Bennu, un asteroide gigante ubicado a 200 millones de kilómetros de la Tierra. Esta misión tenía entre sus objetivos tomar una muestra y traerla de nuevo a nuestro planeta, pero por algunos problemas no tuvo un resultado favorable y debió pedir ayuda a la Iglesia Católica
Gracias a los instrumentos construidos y a las mediciones realizadas por una rama de los jesuitas, la NASA solicitó la ayuda del responsable de esta área, el fraile Robert J. Macke para que pueda aplicar sus técnicas en el estudio de este asteroide y obtener más datos de las muestras que pueden llegar a obtener de este fenómeno.
Cuál fue el asteroide que llamó la atención de la NASA
La sonda capturó imágenes de la muestra y las transmitió inmediatamente a las instalaciones de la agencia espacial estadounidense en la Tierra. Sin embargo, estas imágenes sorprendieron a los científicos, ya que la superficie del asteroide resultó ser muy diferente de lo que habían imaginado previamente. Inicialmente, se había supuesto que "Bennu" estaba cubierto de pequeñas piedras o guijarros, pero las fotos revelaron la presencia de rocas redondeadas en su superficie, que se asemejaba a una especie de piscina repleta de bolas de plástico.
De acuerdo a lo informado por la NASA: "Resulta que las partículas que componen el exterior de Bennu están tan sueltas y ligeramente unidas entre sí, que si una persona pisara a Bennu sentiría muy poca resistencia, como si se metiera en un agujero de bolas de plástico típico de los parques para niños”
La llegada de la sonda con las muestras está programada para el 24 de septiembre. La cápsula transportadora que contiene los fragmentos de roca y polvo de Bennu aterrizará en el estado de Utah, en el oeste de los Estados Unidos, y proporcionará una cantidad importante de material para que los científicos puedan llevar a cabo su análisis.
Especialistas de la NASA comentaron: "Sin dudas, Bennu es uno de los asteroides más peligrosos conocidos actualmente, porque si choca con la Tierra, causaría una perturbación en todo el planeta”. Pese a la preocupación, la posibilidad de que impacte en nuestro planeta es bastante improbable (1 entre 2.700, entre los años 2175 y 2199). Pese a esto, los especialistas se muestran impacientes en conseguir muestras para poder estudiarlo.
Por qué la NASA le pidió ayuda al Vaticano
La NASA tuvo que acudir a la ayuda de esta institución debido al observatorio dirigido por astrónomos jesuitas con el que cuenta la Iglesia desde la década de 1930. Esta rama de los jesuitas se enfoca en el estudio del cosmos, por lo que tenián disponibles recursos y herramientas para resolver el problema que había tenido esta agencia espacial.
A mediados del siglo xix el sacerdote Angelo Secchi construyó en el techo de la Iglesia de san Ignacio de Loyola un lugar desde donde poder iniciar numerosas investigaciones astronómicas, con el objetivo de demostrar "la compatibilidad del catolicismo con la ciencia". Desde ese momento, este observatorio se convirtió en una referencia histórica en la investigación de asteroides
Este centro cuenta con una gran colección de restos de meteoritos. Se calcula que cuenta con alrededor de 1.200 especímenes. El curador de esta colección, el fraile Robert J. Macke, elaboró un dispositivo personalizado capaz de estudiarlos, por lo que la NASA demostró interés en estos recursos para su investigación.
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Cuál es la histórica relación entre la NASA y el Vaticano
El fraile Macke se convirtió en un especialista en rocas espaciales y junto a sus colegas del Observatorio del Vaticano pudieron perfeccionar las técnicas que usaron para realizar las mediciones y la extracción de datos de los meteoritos que estudiaron. La NASA, por lo tanto, pidió su colaboarción para que asista al Centro Espacial Johnson en Houston para poder ayudar a los científicos a usar su picnómetro.
"No veo ningún conflicto entre la fe y la ciencia" comentó Macke, quien cree no sólo en la Biblia sino también en la posibilidad de que el universo tenga 13.800 millones de años. "Hay personas que interpretanlas Escrituras literalmente, y eso no es hacer justicia a las Escrituras. Si miras, por ejemplo, la historia del Génesis, no es un libro de recetas para la creación. No es realmente una historia. Su intención era ser una historia para expresar una verdad fundamental”, afirmó.