¿Y si la muerte fuera solo una ilusión? La verdad que los sabios siempre supieron

Desde la Madre Teresa hasta Tagore, las voces más lúcidas de la historia coinciden: somos almas eternas habitando un cuerpo temporal. Descubrí cómo el lenguaje del corazón nos permite seguir hablando con quienes ya pasaron de grado.

Los grandes maestros de la historia nos enseñan que somos mucho más que un cuerpo, mucho más que este ego y esta personalidad limitada que podemos ver, tocar y representar. Somos, lo digo siempre, almas eternas, seres divinos que viven una experiencia humana por un tiempo limitado sobre el planeta.

El dolor por la partida de nuestros seres queridos tiene mucho que ver con el apego al cuerpo que nos acompañó afectivamente durante un tiempo. Esta añoranza de la presencia física es normal y natural, y está bien procesar un duelo y sentir tristeza, pero sólo por un tiempo, y sin que el dolor de esa ausencia nos destruya celularmente.

El verdadero desafío que nos presenta la muerte de otros es no morir nosotros en vida. Tenemos que aceptar las cosas que no podemos cambiar, y vivir la vida cada día, con profundidad, valorando a fondo nuestra existencia y sus dones, que son muchos y son maravillosos.

¿Perdiste a alguien amado? ¿Un padre, un amigo, un hermano, un hijo? Sabé que ellos siguen viviendo, aunque de otra manera, de una manera que no es ésta que conocés acá, sobre esta Tierra. Pero siguen ahí. Su energía sigue ahí. Esta idea es el mejor consuelo para enfrentar ese dolor tan real y a veces tan demoledor.

Cuando le pregunté a la Madre Teresa acerca de la partida del cuerpo, me dijo lo siguiente:

“Nuestros seres queridos que partieron siguen vivos, y siempre estamos unidos a ellos. Nos une el amor que nos tenemos, más allá de las separaciones físicas.

Así como yo hago contacto con mi Cristo interno en el silencio de mi habitación, también quienes han perdido un ser querido pueden conectarse y hablarles, teniendo la certeza de que la conexión sigue existiendo. No los retengan, déjenlos libres y sepan que ellos pasaron de grado hacia un lugar de mayor conciencia”.

La ilusión de creer que esos seres ya no existen causa mucho sufrimiento. Pero si lográs contactarte con sus almas, te vas a dar cuenta de que siguen estando.

Los grandes sabios nos cuentan que la muerte no es el fin de nada, sino el comienzo de una experiencia menos limitada que esta humana y corpórea que encarnamos aquí.

El cuerpo tiene un tiempo biológico para moverse y expresarse en el planeta Tierra. Es el vehículo preciado del alma, que lo utiliza para experimentar personajes y situaciones en este trayecto, condicionado por leyes materiales.

Estamos tan identificados con esta cáscara, con este convincente maquillaje, que no lo queremos perder. Y a veces hasta parece una ironía, porque ni siquiera lo cuidamos en vida, pero igual no queremos que desaparezca. No cuidamos el balance biológico, lo deterioramos prematuramente, y cuando asumimos que se acerca el fin, nos aferramos con uñas y dientes a los últimos despojos de ese cuerpo material. Y aunque no supimos vivir, no nos queremos morir.

El ego se desespera, y el alma se regocija, porque sigue su camino de experimentación de lo irreal, rumbo a la esencia y la verdad.

Cada nacimiento debería acercarnos más a la expresión consciente de nuestra divinidad, sin embargo estamos bastante estancados. Y seguimos naciendo y muriendo, sin darnos cuenta de quiénes somos. Y la verdad es que eso que somos no se pierde jamás. Porque eso que somos no se gana ni se pierde, simplemente es. No temas en perder algo que no podés perder. El alma no gana ni pierde, no nace ni muere, no negocia ni manipula, no tiene miedo, no siente dolor ni placer. El cuerpo sí lo hace.

El alma no muere; sólo el cuerpo. Cuando te das cuenta de esta verdad gigante, la muerte pierde toda su fuerza, porque ya no le vas a temer, sino que la vas a aceptar como el viaje que en realidad es: un simple viaje hacia un estado de más conciencia dichosa.

En el alma arde la llama de la inmortalidad. Es lo invisible que sustenta lo visible. El alma no ha nacido ni morirá. Es inteligencia perpetua, disfrute sin término. En este sentido, recordá también que cuando un ser querido pasa de plano, su alma sigue viaje, y podés hablar con él usando el lenguaje del corazón.

¿Sabés cómo lo dice Rabindranath Tagore? Es hermoso: “Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando”.