El hombre de unos 50 años, con la N° 13 celeste y blanca de Chapu, camina ansioso, a paso acelerado, y de la mano lleva su hijo, de 11, que va enfundado en la N° 5 de Manu. Mientras cruzan la avenida y quedan cautivados por el estadio del Parque Roca que los espera, el padre se emociona al explicarle lo que vivió aquel 28 de agosto de 2004.
Donde estaba, qué sintió y lo que significó ese logro para la historia del deporte argentino. “Fue la mayor hazaña de todos los tiempos del deporte, hijo. Lo del fútbol que viviste es normal, podemos ser campeones del mundo, en básquet esto era imposible, impensado. Como tantas otras cosas que lograron estos chicos ante las potencias del básquet…”. El nene lo mira y trata de procesar toda la información que le da, pero lo que más le llega es la emoción que le pone su padre al relato. Un adelanto de lo que se vendría después, en una noche tan emotiva como histórica, el merecido momento que el país le debía a los héroes de Atenas, que cuando ganaron el oro olímpico ni siquiera tuvieron una bienvenida en el país.
20 años después pasó lo que tanto esperamos todos: que los campeones se juntaran por primera vez, los 12, dos décadas después, y en su país, donde la mayoría de ellos (7) ni siquiera viven. Un mimo al alma de ellos. Los jugadores y el cuerpo técnico, que nunca pensaron que esto podía ser posible. “Pensamos en un viaje juntos, a algún lugar, pero nunca en un partido”, admitió Nocioni.
“¿Cómo no íbamos a venir? No importa la edad, que caminen, que estén lentos, que no se puedan mover. Queríamos estar acá, verlos, agradecerles, ovacionaron”, admitió Rubén, un bahiense que mostró su especial orgullo por tener a tres de su ciudad, Manu, Puma y Pepe. Los hinchas disfrutaron de los stands con juegos que se amaron en las afuera del estadio y arrasaron con el merchandising oficial. Todos querían llevarse algo que dijera “GD 20 años” y le recordara tanto esta noche especial, como aquellos momentos inolvidables vividos años atrás, en la época dorada de nuestro básquet.
Fue un flash para todos, en especial para ellos, que ni siquiera pensaban que podían lograr llenar un estadio para 15.000 personas. Tal vez no saben que ellos trascendieron todo, el básquet y el deporte, incluso los resultados y los títulos. Su legado va más allá. Claro que las medallas ganadas los elevaron a otro status, pero tanto fue cómo lo hicieron, las formas, el camino, los valores… Y por eso la gente los ama. Porque fueron una inspiración. Ellos fueron como deportistas lo que millones soñaron ser: jugadores con talento y garra a la vez, con ambición y modestia a la vez, con competitividad extrema pero sin abandonar nunca la legalidad.
A la hora del juego vimos lo que todos suponíamos, que los años pasaron y ellos no son los mismos, pero que se mantienen de una forma envidiable. Desde Delfino, el más joven con 42 años, hasta Hugo Sconochini, el más grande con 53, todos se mostraron bastante en forma física y con buen ritmo. Varios de ellos se entrenaron por meses, con plan físico y ejercicios diarios de básquet. Walter Herrmann, de 45, fue uno de los mejores. Se esperaba porque sigue jugando y hace un año fue el MVP del Mundial de Máxibásquet que se disputó en Mar del Plata. Delfino también mostró su vigencia. Es justamente uno de los dos en actividad (juega en la segunda de Italia), el otro es Rubén Wolkowyski, quien a los 51 juega con su hijo Tomás en el Fuengirola.
Pepe Sánchez repartió lujos como en sus mejores años. No sorprende: a los 47, juega diariamente, incluso con chicos, en el centro de alto rendimiento que tiene en Bahía Blanca, y hace tres años se dio el lujo de volver por un partido a jugar en la segunda división argentina. Jugó con Manu en el mismo equipo y reeditaron el tándem de las viejas épocas. Ginóbili, de 47, jugó tranqui, sin exigirse -tuvo un tirón en el soleo-, pero hasta metió una volcada impresionante a pase de su amigo.
Scola, de 44, se retiró hace tres años, tras los Juegos Olímpicos, nada menos y mostró el oficio anotador de siempre. Chapu, de 44, no repartió mamporros como prometió, prefirió divertirse. Como todos. Fue un show, un momento para disfrutar, con juego y show, que potenciaron las mascotas (Rosco, argentino, y Burney, de Miami Heat). También estuvo Airbag con sus temas populares y hasta tocando el himno con guitarra.
Después de un parejo primer cuarto empezaron a aparecen los invitados. Hubo jugadoras profesionales, como Mica González y Luciana Delabarba, varios deportistas olímpicos que compartieron momentos con los campeones (Peque Pareto, Germán Chiaraviglio, Marcos Milinkovic, Nico Fernández Miranda, Chalo Longo), y artistas famosos que son amantes del básquet, como Duki, el cordobés Paulo Londra, Coscu, el comediante Lucho Mellera y Luquita Rodríguez, entre otros. También fue lindo cuando los campeones jugaron con sus hijos e hijas para terminar un partido que se llevó el Equipo Blanco por dos puntos. Ni hablar la emoción que generó la presencia de Ricardo González, único sobreviviente del campeón mundial de 1950. El capitán mostró lo bien que se mantiene a sus 99 años y fue homenajeado por los campeones olímpicos. Un puente entre dos hitos históricos.
También hubo momentos para que estrellas nacionales y mundiales dieron su mensaje a través de la pantalla gigante, desde Ricardo Darín y Diego Torres hasta Gaby Sabatini y Lucha Aymar, pasando por Facu Campazzo y hasta Gregg Popovich. “Nunca más se hará lo estos chicos hicieron. Porque además lo hicieron con clase. No me quiero imaginar las risas y los vinos que van a correr. Espero que Manu me mande unas fotos y videos de esos momentos”, tiró Pop y se llevó la ovación de todo el estadio.
El final quedó para reafirmar la comunión de la gente con sus ídolos. Ovaciones continuas, el infaltable “dale campeón” y aplausos cerrados cuando los héroes de Atenas recrearon el podio olímpico y recibieron medallas. Un hito inolvidable, tan eterno como un equipo que se ganó el corazón de todos los argentinos.