Las dudas de la infancia
Durante su niñez, Daniel no sospechaba nada. Su apropiador insistía en remarcarle el parecido físico con su supuesta madre, y de tanto repetirlo él terminó creyéndolo. Pero con los años, comenzaron los choques ideológicos.
Tenía 13 o 14 años cuando algo se quebró. Fue una noche cualquiera, en la que a escondidas y encerrado en su habitación vio La noche de los lápices que daban en la televisión abierta. “Inmediatamente entendí que era una historia real de pibes que tenían más o menos mi edad. Fue fuerte. Me hizo entender que las cosas no eran como decían mis apropiadores”, contó Daniel en diálogo con C5N.
La película dirigida por Héctor Olivera y protagonizada por Alejo García Pintos, Vita Escardó, Pablo Novak, Pepe Monje y Leonardo Sbaraglia profundizó las contradicciones con quienes lo criaron. “Ellos hablaban de una guerra o de dos demonios. Él no hablaba de su tarea en la Policía Bonaerense durante la dictadura, pero entrelíneas dejaba justificaba el accionar de los militares”.
En su casa, los silencios pesaban más que las palabras. “Recuerdo escucharlo decir que si esos bebés no se entregaban a alguien, iban a morir. No entraba en su cabeza la posibilidad de entregarlos a sus verdaderas familias”.
Sin embargo, esas primeras dudas de juventud estaban atravesadas por los sentimientos: “Con ella tenía una relación de afecto, fue más mamá. Él era más distante, frío, pero siempre estaba presente”.
En la historia de Daniel, había un detalle que cada año volvía como una punzada: “A mí me habían anotado un 24 de marzo. Supongo que a modo de celebración. Cada 24 de marzo era raro, doloroso”.
La sospecha tomó cuerpo recién después de la muerte de su apropiadora: “A mis 21 años muere mi apropiadora, y mi apropiador, a los cuatro meses, ya estaba en pareja. Eso le molestó a una hermana de crianza, veinte años mayor que yo. Fue ahí cuando, junto con su pareja, me plantearon las dudas que yo ya tenía. Me dijeron que creían que ese matrimonio no eran mis padres”.
La historia, sin embargo, seguía sin pruebas claras. “A ellos les llamaba la atención la edad de mi apropiadora. Tenía 50 años cuando yo llegué. Para la época era muy difícil concebir a esa edad”.
Daniel calló durante años. Las dudas pesaban. “A mí me dolía mucho pensar en esto. Yo no lo podía compartir con nadie. Ellos se encargaron de que yo fuera una persona muy cerrada y dependiente, con pocos vínculos”.
Años después, conoció a quien sería la madre de sus hijas. “Le conté mis dudas y me dijo: ‘Si querés, yo te acompaño, vamos a Abuelas’. Y yo le decía: ‘No, yo no tengo dudas, yo le creo a él’. Sentía culpa, como si traicionarlo fuera imperdonable. Me daba miedo que pudiera ir preso. El sentido de culpa era lo que más me impedía avanzar en la verdad”.
Aún así, las convicciones empezaban a torcer el rumbo. “Nunca prendió en mí la idea de los dos demonios. No iba a las marchas, pero simpatizaba con la historia de las Madres, las Abuelas y los 30 mil. En el fondo sabía que en algún momento el camino iba a llevarme a Abuelas”.
Ese camino recién comenzó a despejarse con la paternidad. “Ser papá me movilizó mucho. Me sentía mal al entender que esa mentira se estaba trasladando a mis hijas”. Sin embargo la verdad aún tardaría en llegar.
Al tiempo Daniel se separó y volvió a vivir con su apropiador. "Ahí ya no pude aguantar más. Empecé a exigirle la verdad. Él me seguía mintiendo. Me decía que mi madre me había tenido con otro hombre, que le fue infiel y él la perdonó. Me seguía mintiendo. Eso me permitió romper el vínculo y acercarme a Abuelas, por mí y por mis hijas”.
Cristina Navajas de Santucho con Camilo, el hermano mayor del nieto 133. . Imagen: Abuelas de Plaza de Mayo
Cristina Navajas de Santucho con Camilo, el hermano mayor del nieto 133. . Imagen: Abuelas de Plaza de Mayo
El camino hacia la verdad
“Lo primero que hice fue entrar a la página de Abuelas para saber qué tenía que hacer”, recuerda Daniel. “Cuando entré, el primer caso que aparecía era el de mi verdadera mamá. Lo leí sin saberlo y me puse a llorar”. Casualidad o destino, Daniel sintió una conexión especial con aquella mujer que estaba viendo a través de la pantalla de una computadora. “Meses después, cuando me dieron la noticia y me mostraron la foto de mi mamá, vi que era ella. No lo podía creer”.
El procedimiento para conocer su verdadera identidad fue meticuloso. Desde Abuelas le pidieron que tratara de conseguir su fe de bautismo. En muchos casos, explicaron, los padrinos eran quienes habían facilitado la entrega de los bebés apropiados. “Cuando voy a la parroquia donde me habían bautizado, pido la fe de bautismo y me dan una hoja. Leo: bautizado el 19 de marzo, fecha de nacimiento 24 de marzo. No podía creer que nadie se haya dado cuenta de eso. Me bautizan el 19 y me anotan el 24. Ellos eligieron la fecha”.
Esa contradicción cronológica, mínima en apariencia, desarmaba todo un relato de décadas. Sus apropiadores siempre habían dicho que había nacido con poco peso, que casi no sobrevivía. “De toda la mentira eso debe ser lo único cierto, porque mi mamá me tuvo en un centro clandestino, pasando hambre, frío, torturas. Es lógico que haya nacido ochomesino y en malas condiciones”.
Tras el parto, lo bautizaron el 19 de marzo y lo escondieron en el campo, en Santiago del Estero, donde el apropiador tenía familia. “Aunque se manejaban con impunidad, no podían justificar ante los vecinos tener un bebé cuando mi apropiadora nunca había estado embarazada”.
El libro de actas, más tarde, confirmó las sospechas: “Por debajo de la fecha del 24 de marzo figura la del 10 de enero, que se entiende que es la verdadera. A mi mamá la secuestraron en julio del ‘76, embarazada de dos meses. Haber nacido en enero fue haber sobrevivido por milagro.”
Esta fecha coincide con el testimonio de Pablo Díaz, sobreviviente de La noche de los Lápices (otro guiño del destino), que dijo que Cristina Navajas de Santucho estaba a punto de parir cuando él fue trasladado desde el Pozo de Banfield a finales de diciembre de 1976.
Santucho
El tatuaje que se hizo Daniel con su real fecha de nacimiento
Daniel reconstruye cada dato como si aún intentara ordenar el rompecabezas. “Entiendo que habré estado unos primeros días, tal vez unas semanas con mi mamá. Después me separan de ella y me entregan a esta pareja.” El padrino de bautismo, declaró en la causa, había aceptado hacerlo “como un favor”, aunque era vecino y conocía a la familia. “Trajeron un bebé de dos meses y nadie se preguntó cómo podía ser que esa mujer nunca haya estado embarazada. Es algo que me pregunto hasta hoy”.
En marzo de 2023 decidió finalmente acercarse a Abuelas. En abril se hizo el análisis de ADN y en julio llegó el resultado. “A mis hijas las fui preparando, contándoles lo que estaba pasando”. La confirmación lo encontró en un día agitado, entre el trabajo y los festejos familiares. “Unos días antes me habían hackeado el celular, tuve que cambiar el número y no alcancé a avisar al Conadi. Como no lograban ubicarme Manuel Goncalves, que vivía en Almirante Brown como yo, se ofreció a buscarme. Fue a la casa de mis hijas, a la de mi apropiador, hasta que me encontró en el mayorista donde trabajaba”.
“Se acerca, me dice que iba por un trámite que yo había hecho, pero yo no entendía nada. Lo hice esperar, y cuando salgo me cuenta que venía del Conadi. Me quería morir por haberlo hecho esperar. Él me dijo que lo tenía que acompañar a las oficinas porque me tenían que dar una noticia importante. Sin embargo Daniel decidió aplazar la cita formal hasta el día siguiente: “No podía faltar al cumpleaños de mi hija. Cumplía nueve años. Entonces le dije que iba a ir a la primera hora del día siguiente. Esa noche, su hija mayor le preguntó quién lo había estado buscando. “Le dije que era alguien del Conadi. Me pidió que ni bien tuviera los resultados le avisara. Esa noche no dormí. A la mañana siguiente me encontré con Manuel y con Claudia, la hija de Estela”.
La paz de saber la verdad
“Saber la verdad fue una sensación de paz. Me saqué un peso enorme”, dice Daniel, con esa calma que sólo llega después de haber atravesado la tormenta. “Que me digan que tenía un papá vivo, tres hermanos y toda una familia que me buscó toda la vida fue hermosísimo, increíble.”
La noticia vino con un gesto de humanidad que marcó el comienzo de un nuevo vínculo: una videollamada para conocer a su hermano. “Cuando Manuel y Claudia me dan la noticia me preguntan si quería conocer a mis familiares. Inmediatamente les dije que si. No dude ni un instante. Rebalsaba de emoción.”
Así decidieron llamar a su hermano Miguel "el Tano" Santucho, que en ese momento se encontraba paseando a su perra por Italia . “Manuel le dice que se siente, que le tiene que dar una noticia importante. Él le responde que no joda, que con eso no se jode. Cuando le dice que era en serio, que habían recuperado a su hermano, se volvió loco, empezó a correr, a gritar, se le escapó la perra.”
El encuentro fue inmediato, visceral. “Manuel le pregunta si me quería ver. Cuando giró el celular lo vi todo colorado, transpirado. Ahí le dije gracias por seguir buscando y no haber bajado los brazos". Entre lágrimas y risas, los gestos y las sonrisas confirmaron lo que el ADN ya había dicho: eran familia. “A mi papá le destrozaron la familia, le desaparecieron cinco hermanos, y la vida nos dio la posibilidad de recuperar el vínculo. Es increíble.”
Miguel y Daniel Santucho
Daniel y Miguel Santucho marchando un 24 de marzo
Con el paso del tiempo, Daniel empezó a reconocerse en sus orígenes. “Hoy soy otra persona. Más segura, más decidida. Antes me costaba generar vínculos, amistades. Hoy fluye. Fue liberarme de un montón de cosas.” La restitución, dice, no le despertó odio. “Nunca quise volver a buscar a mi apropiador. Entendí que era un tema del que se tenía que encargar la justicia. Yo me enfoqué en mi verdadera familia.” El hombre que lo había criado murió en septiembre de 2023, dos días después de que Daniel tramitara su nuevo DNI. “Me deja tranquilo que la verdad se supo, y él supo que yo supe la verdad. No murió impune.”
El reencuentro con su historia fue también un reencuentro con su madre. “Lo más importante era reconstruir su imagen. Lo hice a través de mi papá, de mi tío Jorge, de amigas y compañeras de estudio de mamá. También por los testimonios de sobrevivientes como el de Adriana Calvo.” En sus hermanos descubrió rastros de sí mismo: “Creo que tengo la tranquilidad de Camilo, la sensibilidad de Flor, la intensidad del tano. Entendí que yo era de ahí, que venía de esa familia.”
“Hay gente que dice que cuando me escucha hablar siente a mi vieja. Que es ella hablando a través mío. Su poder de palabra, de diálogo. Antes no lo tenía. Empezó a aparecer cuando empecé a descubrir mi identidad.” Hoy, esa voz recorre escuelas, charlas, documentales, libros en los que cuenta su historia. “De empleado de un mayorista pasé a estar un año después en todo tipo de lugares, pero acompañado de mi familia. Esa contención fue necesaria para poder salir.”
Ver a su hermano seguir buscando a los nietos que todavía faltan lo conmueve: “Lo hace con el mismo amor con el que me buscó mi abuela. Es por ahí.” También lo emocionó la reacción de sus hijas. “Cuando se enteraron quisieron contarlo ellas en el colegio. Verlas así me llenó de orgullo.”
Daniel aún se asombra por la empatía que despierta su historia. “Cuando recuperé mi identidad no entendía cómo gente que no me conocía se emocionaba conmigo. Hoy lo comprendo. Siento lo mismo cada vez que aparece un nuevo nieto.” Su mensaje se volvió testimonio. “Por haber estado en ese lugar sé lo que se sufre. Vivir con dudas duele. Vivir en la mentira duele todos los días. La verdad puede doler una vez, pero libera.”
“Es necesario cortar con ese dolor. Saber quién sos para poder construir tu vida hacia adelante. Si sos padre, más todavía: para no trasladarles a tus hijos esa inseguridad, ese miedo.” Su historia también sirve de ejemplo para los padres adoptivos, los niños adoptados o para toda persona que tiene problemas con reconocer su identidad. "Hay que saber de dónde venimos, qué valores nos representan. Saber la verdad es encontrarse con uno mismo. Y cuando ayudás a otros a hacerlo, ya no estás más solo”.
Daniel Santucho junto a su familia
Daniel Santucho junto a su papá y sus hermanos Miguel y Florencia
* Si naciste entre 1975 y 1983 y tenés dudás sobre tu identidad o conocés a alguien que podría ser hija o hijo de personas desaparecidas, contactactate con Conadi y/o Abuelas de Plaza de Mayo.