El 17 de octubre expuso a cielo abierto nuevamente las divisiones que aquejan al oficialismo desde muy poco tiempo después de ganar las elecciones de 2019. En realidad, la alquimia electoral que buscaba destronar a Mauricio Macri suponía la asunción de que las diferencias internas debían ser dejadas de lado para enfrentar a un contendiente mayor que, además, llegaba golpeado por los efectos en el electorado de una gestión de gobierno desastrosa. Pero las consecuencias del desastre Macri, más la pandemia, la guerra en Europa y algunos profundos errores del gobierno de Alberto Fernández no sólo golpearon a la población sino también a la coalición de gobierno. Los enfrentamientos preexistían pero se agravaron.
Algunos acompañan al kirchnerismo desde que se constituyó como una fuerza que actualiza al peronismo en el siglo XXI. La contienda con Eduardo Duhalde, el alejamiento de una parte de la CGT, las defecciones de dirigentes como el propio Alberto Fernández, Sergio Massa y Florencio Randazzo son apenas algunas muestras.
Pero yendo más allá, podríamos decir que los antagonismos profundos son intrínsecos al peronismo también durante buena parte de su existencia en el siglo pasado. Hoy se vive la ilusión de que el apoyo de le dirigencia a Juan Domingo Perón fue monolítico a lo largo de toda su vida política pero claramente sabemos que eso es falso.
La palabra Lealtad describe los eventos de octubre de 1945, esa reacción del pueblo trabajador para apoyar a un líder que lo había puesto en el mapa económico- social, esa constitución como sujeto político que rinde pleitesía a quien favoreció sus derechos. Pero la invocación a la lealtad también es un elemento crítico de un movimiento que se vio asediado por los poderes concentrados desde sus comienzos.
En buena parte de su historia -los 18 años de proscripción, la última dictadura- ser peronista fue peligroso. En otros momentos, sectores enfrentados ideológicamente creían que eran más “leales” al General o, al menos, a su idea. Luego, como decíamos, representó la muerte, la tortura y la desaparición.
El vandorismo, el “peronismo sin Perón”, la teoría del cerco… son todas nociones o debates que emanan de ese intríngulis que produjo el ataque de ciertos poderes fácticos para horadar la lealtad. Quienes creen que este es un problema sólo del peronismo y que sus propios límites están dados por el enfrentamiento ideológico entre los sectores más conservadores y los más dinámicos del justicialismo olvidan que en el mundo y a lo largo de la historia los movimientos populares siempre fueron condicionados de este modo. Con la persecución por un lado y con el canto de sirena que llama a unirse al establishment por otro.
Si esto pasó con Perón, era imposible que no sucediera con Cristina Kirchner. Y lo vimos a partir de diciembre de 2015 estuvo directamente relacionado con eso. La persecución judicial a los dirigentes kirchneristas estuvo acompañada de la idea de varios sectores del peronismo de que había que continuar sin la ex presidenta. Son los mismos sectores que volvieron a reconocer su liderazgo cuando diseñó el dispositivo electoral triunfante en 2019 pero que hoy sueñan con dejarla a un costado nuevamente.
CGT 17 de octubre Lealtad
NA.
El movimiento político sindical que lanzaron los “gordos” e “independientes” de la CGT en el estadio Obras apenas oculta esa aspiración. De mínima busca lograr mayor participación en las listas, de máxima organizar con intendentes, gobernadores y movimientos sociales una corriente que desbanque al kirchnerismo del centro de la escena. Y eso aún a riesgo de perder las elecciones del año que viene.
Los cruces por redes sociales entre La Cámpora y el Movimiento Evita de esta semana son sólo una actualización de algo que sucede desde hace mucho más de una década. Las críticas que en Obras se hicieron al sector liderado por Máximo Kirchner nos recuerdan a los peores momentos de desunión del peronismo. En ese escenario estaba Luis Barrionuevo, alguien que reconoció haber retenido en su casa a un testigo casi fraguado para contribuir al lawfare contra Cristina Kirchner y sus funcionarios.
La vuelta de Juan Zavaleta a Hurlingham muestra una buena foto de los problemas del oficialismo. Apresurado por no perder poder en su distrito en manos de un joven dirigente de La Cámpora, abandonó su puesto en el Ministerio de Desarrollo Social. Esto se contó hasta el hartazgo. Se ha mencionado menos el hastío por tener que ejercer una gestión en una cartera plagada de necesidades y problemas pero repleta también de imposibilidades, tanto por el recorte económico como por la disputa de poder entre los distintos grupos que la administran.
Así las cosas, a una gestión trabada por una oposición decidida a obstruir se suma una coalición completamente fracturada, con acusaciones que echan por tierra esa idea de “el peor de nosotros es mejor que el mejor de ellos” que funcionó como aglutinante en la última elección presidencial.
El oficialismo se ha mostrado dividido en cuestiones trascendentales como la gestión económica, el acuerdo con el Fondo y ni siquiera estrategias electorales como la eliminación de las PASO prosperarán con este panorama.
Tanto los movimientos sociales como la CGT no apoyan algo que sienten que les quitará poder a la hora de armar listas en manos de quienes ostentan “la lapicera”. Desde enfrente, aunque aquejados por sus propias internas, los candidatos de Juntos por el Cambio y la derecha en general se relamen.