Carrió, Milei y la obsesión de la derecha por banalizar la historia

Las últimas apariciones públicas del dirigente libertario y la referente macrista no hacen más que confirmar la decadencia del nivel del discurso político.

Entre las muchas mitologías que se crean alrededor de la política y su faz pública, una de las más difundidas es que en otros tiempos los debates fueron más profundos o tuvieron mayor calidad en su desarrollo, propósito y exposición. Según este postulado, el paupérrimo presente de muchos de los cruces entre dirigentes obedece a una decadencia que procede de tiempos mejores en ese sentido.

Bastarían solo un par de ejemplos de que esto no es así y que siempre ha habido discusiones repletas de maniqueísmo, falsas premisas y hasta mentiras para echar por tierra esa convención. Pero que la actualidad de la discusión política no haya sido precedida por una suerte de edad de oro de la que es sólo su versión degradada, no implica que debamos dejar de señalar la necesidad de participaciones más sinceras, profundas y menos marcadas por el efecto inmediato por parte de muchos de los dirigentes de la actualidad.

Hay algo un tanto irresponsable en la búsqueda de trascender aún con las peores armas. Y buena parte de la derecha, montada en ciertos medios de comunicación y la utilización de las redes, ha desatado sus opiniones avanzando incluso sobre consensos que nuestra sociedad logró con dolor.

Un ejemplo de esto es que la prédica en contra de los organismos de derechos humanos y el negacionismo han dejado hace rato de ser un juego marginal de algunos sectores y se han convertido en un peligro muy palpable.

En ese mismo sentido, también las menciones superficiales a momentos trágicos de la humanidad están a la orden del día. Hace un tiempo, Javier Milei comparó el pase sanitario con la estrella de David que debían portar los judíos durante la Alemania nazi y al confinamiento con la experiencia de los guetos. Tamaña barbaridad le valió el apercibimiento de la DAIA en función de la banalización del Holocausto que implicaba.

Era un momento en el que el diputado autopercibido libertario estaba en alza y nada parecía hacerle mella. Hoy, los tiempos son distintos. La misma corporación político- mediática que lo convirtió en una figurita estrafalaria le cuenta las costillas y hasta difunde profusas noticias en su contra.

El escándalo por la utilización de pasajes del Congreso para hacer campaña surgió de los medios del establishment, lo mismo que buena parte de las críticas a sus comentarios inusitados en favor de la libre venta de armas o de la constitución de algún tipo de mercado de órganos en nuestro país. Milei no cambió. La que cambió es la postura del poder en relación con él. Hoy, que parece que puede hacerle sombra a los elegidos por el sector más concentrado de nuestro país para que lo gobiernen, sus desplantes y sus peligrosas opiniones ya no les parecen tan refrescantes a los medios de la derecha.

Pocos dirigentes expresan de un modo tan cabal y analítico algunas de las opiniones del poder como Elisa Carrió. Lo que para muchos es delirio místico o boutades de una señora que amaga siempre con jubilarse, en realidad es el modo de expresar lo que una parte de la sociedad, la más exclusiva, la que menos quiere ensuciarse con los devaneos de la política, expresa en sus charlas de círculo íntimo. Carrió no es el poder, pero lo expresa como nadie. Habla como el poder.

Dijo Elisa Carrió esta semana: "Este chico sabe mucho de economía, y no sabe nada de nada más. El problema es que cuando la sociedad entra en ira, se enferma. Y cuando se enferma, vota enfermos, vota psicópatas (…) Su argumentación del anarco-capitalismo llega a lugares impensados. La venta legal de órganos es un genocidio. Es que los pobres vendan sus órganos sanos a los ricos de todo el mundo que necesitan órganos". Y lanzó: "Puede saber de economía, pero puesto como presidente puede ser Hitler. Peor todavía, porque no tiene equilibrio emocional ni templanza”.

Las declaraciones de la líder de la Coalición Cívica tienen un análisis más general y otro quizás que requiera más detalle y alguna suspicacia. En términos generales, parece obedecer a lo que mencionamos: la derecha republicana no puede contener su tendencia hiperbólica, porque básicamente discute pocas ideas y muchos prejuicios. En efecto, muchas veces los programas de ese sector político son inconfesables a riesgo de perder votos y, entonces, lo más fácil es demonizar al adversario, aún a riesgo de la banalización ya aludida.

Una pequeña digresión en este sentido: por estos días, el diputado Waldo Wolff publicó en la red social Twitter un largo hilo en el acusaba al peronismo de fascista con datos históricos. A modo de ilustración, posteó una foto de Juan y Eva Perón junto a un cuadro de Mussolini. La foto era falsa, estaba trucada. Para quienes queremos debates reales y honestos, ese hecho invalida todo lo que viene después.

Probablemente, para los seguidores más fanáticos de Wolff, la mentira sólo reafirma lo que ya creen. “Que la verdad no me obture el camino a una buena historia”, habrá pensado el diputado de derecha.

Volviendo al punto, Milei recibió de boca de Carrió algo de su propia medicina y también una buena dosis de exageración a su estilo. Si hay alguien con más megalomanía a la hora de declarar que Milei, esa es Carrió.

Como despedida, la suspicacia que habíamos prometido. Va en forma de pregunta. El comentario de Carrió -formulado días después de reunirse con Gerardo Morales-, ¿es para Milei y sus potenciales votantes o para Macri, Bullrich y aquellos que en Juntos por el Cambio piensan como él y sueñan con sumarlo?.

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