Por estas horas se está desatando uno de los capítulos más cruentos del conflicto entre Palestina e Israel. Después de los sorprendentes atentados terroristas de Hamás en territorio hebreo, y la desmesurada respuesta del Ejército israelí en la Franja de Gaza, se presenta un escenario inédito en Medio Oriente, con los peores antagonistas posibles: fundamentalistas radicalizados dispuestos a todo, y una derecha ultranacionalista a la que no le tiembla el pulso al desplegar su poderío militar.
Repasemos los hechos. El sábado por la madrugada, combatientes de Hamás, la organización política que domina Gaza, lanzó un ataque sin precedentes. La agresión tuvo misiles e invasiones por aire, tierra y mar, incluyendo secuestros y asesinatos de cientos de civiles y soldados, cuya cifra se actualiza de modo constante. La noticia paralizó a Occidente, y fue celebrada por ciertos sectores de sociedades árabes, persas y adeptos a la causa palestina en general.
La respuesta del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no se hizo esperar: “Estamos en guerra”, dijo sin vacilar. Su feroz contraofensiva tuvo devastadores ataques aéreos que hicieron estallar casas, importantes edificios e incluso mezquitas, causando cientos de muertos, entre palestinos guerrilleros y personas que nada tenían que ver con aquellos extremistas. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) justifican la embestida, afirmando que las posiciones de Hamás se esconden entre la población civil, incluso cerca de escuelas.
El contraataque contaba con el beneplácito de Estados Unidos y la Unión Europea (UE), que expresaron su apoyo incondicional a Israel, destacando su derecho a defenderse del terrorismo. Para Palestina, en cambio, Israel comete crímenes de guerra.
El Gobierno de Netanyahu también anunció el corte de la electricidad para toda la Franja de Gaza, empeorando aún más las condiciones humanitarias del enclave. El lunes, se confirmó un bloqueo más extendido: “Ni comida, ni agua, ni gas, todo cerrado”, arremetió el ministro de Defensa hebreo, Yoav Galan. Este lugar, cuya costa y gran parte de sus fronteras son controladas o bloqueadas por Israel, ya se caracterizaba por el hacinamiento y la escasez de suministros, teniendo a unas dos millones de personas con los derechos básicos vulnerados.
A eso se le suma la habitual tensión entre colonos israelíes y palestinos en Cisjordania, una región de Palestina álgida pero menos conflictiva, que incluso tiene diálogos con Israel y Naciones Unidas. A su vez, el terror iniciado el sábado en Israel fue seguido por un intercambio de hostilidades entre el brazo armado de Hezbollah –que, junto a Hamás, también es apoyado por Irán– y las FDI, al sur del Líbano. Entre tanto, la Casa Blanca confirmó más apoyo financiero y logístico para el país hebreo, algo que permite visualizar la prolongación del conflicto.
Repercusiones al interior de Israel y Palestina
Tal como pasó en la previa de la Guerra de los Seis Días en 1967, Netanyahu acaba de llamar a “un Gobierno de emergencia de unidad nacional sin condiciones previas”, dejando atrás la crisis política que sacudió al país este año. En efecto, el actual peligro externo disipa las crispaciones internas, que tuvieron su pico máximo en las masivas protestas contra la reforma judicial que limita el poder de la Corte Suprema. Esto, cuando el primer ministro afrontaba un juicio por presunta corrupción. Mientras vuelen misiles, lo más probable es que ni un solo israelí esté pensando en la división de poderes o el proceso judicial contra el político.
Por ahora, es muy pronto para analizar cómo repercutirá el escenario bélico en la opinión pública israelí. Sin embargo, cuando afloran discursos duros en materia de seguridad y se identifica a un enemigo común, casi todos los países democráticos suelen tener el mismo resultado: la sociedad se inclina hacia la derecha. Además, en Israel el sentimiento nacionalista siempre fue alto, a tal punto que ser parte del Ejército es motivo de orgullo y respeto, a diferencia de naciones como Argentina, donde las Fuerzas Armadas tienen un gran descrédito desde la última dictadura.
El panorama de Palestina es muy distinto, en términos políticos y sociales. La primera razón es que su territorio está dividido en dos sectores, separados por Israel: Gaza y Cisjordania. Esta última región es administrada parcialmente por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), aunque algunas zonas son controladas por el Ejército israelí. La ANP es la cara diplomática de los palestinos ante el resto del mundo, contando incluso con embajadas en otros países. De hecho, pese a la rispidez, al Ejecutivo de Netanyahu le conviene colaborar con el sostenimiento de esa organización semigubernamental, para evitar que su lugar sea tomado por milicias, tal como ocurrió en Gaza, siendo un vecino difícil de controlar.
Igualmente, después de los atentados de Hamás en Israel, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Palestina no condenó esos actos terroristas que tenían a civiles como objetivos. Por el contrato, lanzó un comunicado al estilo ‘yo te avisé’. Así empieza: “Hemos advertido repetidamente contra las consecuencias de bloquear el horizonte político y no permitir que el pueblo palestino ejerza su legítimo derecho a la autodeterminación y establezca su propio Estado”.
También dijeron que la incursión fue una respuesta a “las provocaciones y ataques diarios, incluido el terrorismo continuo de los colonos y las fuerzas de ocupación, así como los ataques a la Mezquita de Al-Aqsa y los lugares sagrados cristianos e islámicos”. Entonces, pese a la crispación entre la organización política convencional y el fundamentalismo islámico, parece haber un mensaje de unidad hacia los palestinos en general: todos contra la ocupación de Israel.
En Gaza, el Movimiento Islámico de Resistencia, o Hamás, gobierna de facto desde 2007 bajo los preceptos de la ‘sharía’, o ley islámica. Si bien es cierto que en 2006 obtuvo un buen resultado para lograr la mayoría en el Consejo Legislativo Palestino, el resultado fue rechazado por al-Fatah, partido ligado a la ANP y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), causando una gran confrontación entre ambos movimientos. Todo concluyó en el traumático ascenso de Hamás, la máxima autoridad en la Franja de Gaza. Aunque, a falta de comicios, no queda claro si hoy la mayoría de los gazatíes apoya su liderazgo.
Entre tanto, las últimas acciones paramilitares de la agrupación islámica sirvieron como una importante demostración de fuerza, hacia dentro y fuera de Palestina, pese a la arrasadora respuesta israelí. Por primera vez, Medio Oriente vio que Israel, el temido Israel, no es impenetrable. “Todavía controlamos el curso de la batalla y estamos listos para continuar durante mucho tiempo”, dijo Abu Ubaida, portavoz de las Brigadas Al-Qassam, el brazo armado de Hamás.
La gran pregunta es, ¿qué sigue?