Son varios los motivos que mueven a pensar que lo que se juega este domingo va mucho más allá de un recambio presidencial. En un país marcado en las últimas décadas por una antinomia muy profunda entre facciones, pero también por el descenso a una escala moral del debate político (lo que implica abrir las puertas a la intolerancia) y una creciente insatisfacción de la sociedad, se debatirá incluso mucho más que dos modelos.
La sola evidencia de expresiones antidemocráticas, agresiones y amenazas muy concretas a dirigentes, personajes públicos y hasta artistas que han explicitado su elección ya debería bastarnos para entender que lo que está en juego es la calidad misma de la democracia que entra en su quinta década.
Pero además, ciertos grupos -nostálgicos de la dictadura- se han sentido azuzados por una parte de la dirigencia para reivindicar el accionar de las fuerzas armadas durante los setenta. Represores como el Tigre Acosta y otros se han manifestado, conscientes de que pueden conseguir impunidad, dependiendo de cómo resulten los comicios.
Se debaten dos modelos radicalmente opuestos pero, sobre todo, el cariz que tendrá la democracia a partir del 10 de diciembre. Ya vivimos y aún sufrimos la baja calidad institucional que el gobierno de Mauricio Macri instituyó desde 2016. En este sentido marcha también, la duda que una de las fuerzas ha instalado sobre el mismísimo sistema de votación. A pesar de que luego en sede judicial esas denuncias no se refrendaron, sí se propagaron en redes y medios de comunicación echando un manto de duda sobre un mecanismo electoral que no tiene máculas reales en 40 años.
Nuestros comicios, se reconoce internacionalmente, son extremadamente seguros en cada una de sus instancias. La historia así lo atestigua además. Siendo presidenta Cristina Kirchner ganó las elecciones Mauricio Macri por menos de dos puntos de diferencia con Daniel Scioli. Luego, él mismo perdió su reelección en manos de Alberto Fernández. En estos últimos años, ganó las elecciones de medio terminó Juntos por el Cambio, salió primero en las PASO presidenciales Javier Milei y en las generales, Sergio Massa. Todos los resultados se dieron en un marco de transparencia y, muchas veces, con oficialismos perdedores. Es por eso que llama la atención la irresponsabilidad que implica todo el movimiento alrededor de denuncias insólitas, sin ningún sustento y que luego no tienen correlato judicial.
Brasil y EEUU, dos ejemplos del avance de la ultraderecha
No es que sea novedoso u original. Las ultraderechas del mundo han recurrido a esto como pudo verse en las denuncias de fraude de Donald Trump y Jaír Bolsonaro cuando perdieron en manos de Joe Biden y Lula. Los resultados también fueron los mismo: hordas de fanáticos encolerizados irrumpieron en el Capitolio y en el Planalto con el objetivo de desestabilizar a los flamantes gobiernos.
Se habla poco de los resultados y las consecuencias legales que acarrean esas actitudes, incluso para los dirigentes que las instigaron. Bolsonaro no puede ser candidato hasta 2030 y Trump también ha enfrentado problemas legales por sus actitudes anti democráticas.
En España las cosas no están mejor. En un artículo de hace unos días del diario El País se consigna que medio centenar de militares retirados franquistas piden a sus colegas activos que destituyan al recientemente investido presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Volviendo a la Argentina, si a las denuncias infundadas le sumamos que La libertad avanza ha repartido sólo un tercio de las boletas necesarias para el normal desarrollo de la elección, podemos temer que los comicios que celebran las cuatro décadas de Democracia pueden ser los más problemáticos de la historia moderna. Además de los más peligrosos.