Durante los noventa, a caballo de los intentos de los Estados Unidos de instalar tratados bilaterales de libre comercio con todos los países de la región, cundieron las narrativas recelosas entre vecinos a lo largo de toda Sudamérica. En la Argentina, buena parte de los voceros del establishment hablaban en contra de un supuesto carácter subimperial por parte de Brasil. También en el hermano país, en las sedes del poder paulista o carioca, se cuestionaban las pretensiones de nuestro país. No es casual que en 1995 se desatara la guerra entre Ecuador y Perú y que tanto Paraguay como Uruguay pensaran en copiar el modelo chileno de alianza con el gigante del norte de América, críticos de las asimetrías del Mercosur. No fallaba nunca. Cada comunicador, empresario o dirigente político que hablaba mal de los vecinos proponía como solución para el país relaciones cada vez más carnales con los Estados Unidos.
La larga década neoliberal terminó en desastre en buena parte del subcontinente y los presidentes del llamado ciclo populista enterraron esa idea en la cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005.
Este preámbulo sirve para brindar contexto a esta semana, la que precede la llegada a nuestro país de al menos 15 presidentes y otros altos representantes de los 33 países que integran la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Es inédita la concurrencia y es fundamental para una región que necesita de más integración y más articulación de políticas entre sus distintos estados.
En ese marco, los aspavientos de la oposición de derecha permiten varias capas de interpretación. Por un lado, la más obvia, indica que cualquier iniciativa del gobierno de Alberto Fernández será criticada por el sólo hecho de ejercer un modo bastante destructivo de oposición.
La guerra de trincheras que ordena Mauricio Macri desde el mismo momento en que perdió de modo aplastante las primarias de 2019 no permite matices ni acuerdos pensando en intereses superiores de la Patria. Son varios los episodios en los que el ex presidente planteó en reuniones de su propio partido que la idea fuerza primordial de los cambiemitas debía ser obstaculizar como sea la gestión del Frente de todos.
Esa fue su postura cuando se discutía si acompañar o no el acuerdo con el FMI y también el comentario de la presidenta del PRO en los días posteriores a la renuncia de Martín Guzmán, cuando la corrida cambiaria amenazaba la estabilidad política de la Argentina. En aquel momento recomendó a sus colaboradores cercanos que no había que tender la mano hasta que el oficialismo no estuviera “en el piso y escupiendo sangre”.
Pero esta interpretación, la de la oposición destructiva, explica sólo una parte de la postura. La idea de mimesis con otras derechas regionales también puede ayudar a describir de otro modo la actitud de buena parte de la derecha a la reunión de la Celac.
Hoy, los discursos de odio o intolerantes cruzan las fronteras merced a construcciones discursivas que se exportan como cualquier otro bien del mundo globalizado. Por eso no es raro escuchar en las derechas vernáculas slogan importados de Europa (“comunismo o libertad”) o ver a personajes autopercibidos libertarios como Javier Milei desenvolverse como rock Stars en España o México.
Algo de eso hay pero tampoco alcanza. Por supuesto que es lícito aceptar que en las condenas de los diferentes dirigentes de la derecha a la posible llegada de mandatarios como Nicolás Maduro de Venezuela o Miguel Díaz Canel de Cuba existe una genuina preocupación por la situación de los derechos humanos en esos países. Lo llamativo es que no hayan mostrado la misma atención a las sistemáticas violaciones a los DDHH que sufrieron los ciudadanos de Colombia y Chile en los gobiernos que precedieron a Gustavo Petro y Gabriel Boric respectivamente. Ni hablar de las denuncias de ayuda que habría brindado el gobierno de Macri a la represión encarada por el gobierno golpista de Jeanine Añez en Bolivia.
Pero además, si está preocupación fuera cierta, debería reconocer que el gobierno de Alberto Fernández ha tenido una postura de contemplación a las denuncias por posibles violaciones a los derechos humanos en varios países de la región, aún a riesgo de provocar internas dentro del propio Frente de Todos.
Alberto Fernández citó el Informe Bachelet, muy crítico de la situación de Venezuela, en varias oportunidades y ha participado de varias reuniones -la última en París- entre el oficialismo y la oposición para encaminar un diálogo político en el país petrolero. Además, se ha distanciado de Nicaragua y -de hecho- Daniel Ortega no participará de la reunión de la Argentina probablemente por este motivo. Por otra parte, presidentes más cercanos a la derecha participarán del encuentro.
Quizás la explicación más completa de la actitud de la oposición de derecha abarque todas estas razones e incluya también las de la propia dinámica de la interna y la de la búsqueda de contentar a sus núcleos duros. No parece casual que haya sido Patricia Bullrich la que tomó la delantera en las críticas a la llegada de algunos mandatarios. Luego Horacio Rodríguez Larreta, en su afán por acercar posiciones con los “halcones” de la alianza Juntos por el Cambio redobló la apuesta en su condena al encuentro y las presencias que implica.
Pero falta una dimensión que nos lleva al comienzo de artículo. No todo es sobreactuación en la postura de la derecha. Como en los noventa y como durante el gobierno de Macri en el que tanto él como Jair Bolsonaro dinamitaron la Unasur y vaciaron al Mercosur, la derecha no quiere que se consolide ningún bloque regional porque esto daría una fortaleza a los países que la integran para negociar distinto con las grandes potencias, en particular con los EEUU.
La premisa, que emana del Departamento de Estado, es que aquel movimiento fundante que lideraron Lula, Néstor Kirchner y Hugo Chávez en 2005 no se repita. El bloque aceptable por el establishment de la región es la OEA de Luis Almagro, con apoyo a golpes de Estado y liderazgo norteamericano incluidos. Las demás asociaciones, sobre todo las que excluyen a Washington, tendrán la oposición de quienes hoy critican a la reunión de la Celac que comienza esta semana.