Tanto en su presentación en Pilar el viernes como en el encuentro del PJ bonaerense en Mar del Plata, el cántico fue el mismo: “Cristina presidenta”.
Tanto en su presentación en Pilar el viernes como en el encuentro del PJ bonaerense en Mar del Plata, el cántico fue el mismo: “Cristina presidenta”.
Antes de cada discurso de Cristina Fernández una parte de los medios y la dirigencia se preguntan de modo insistente, pero vano, acerca de qué va a hablar. Es una especie de lugar común con cierta esterilidad por dos motivos casi contrapuestos. Por un lado, está claro que nada de lo que haga la vicepresidenta se filtra si ella no lo de desea. Ni un libro autobiográfico ni la decisión de una fórmula como la de 2019 ni el contenido de sus discursos. Pero por otro lado, también es una pretensión baladí anticipar el contenido de un mensaje de Cristina Kirchner porque si uno sigue la lógica de sus últimas apariciones públicas, es muy predecible. Generalmente, como ningún otro dirigente, se detiene en lo que preocupa a la gente.
Más allá de las internas, más allá de su evidente desilusión por el rumbo del gobierno que ella integra, por fuera de la conmoción personal de haber sufrido un intento de asesinato hace dos meses y de la comprobación de que el poder judicial la prefiere como acusada -y condenada- que como víctima, Cristina Kirchner destina la parte central de sus discursos a las razones de los padecimientos de la gente.
Por ese motivo, el contenido de sus discursos es imposible de vaticinar en los detalles pero completamente coherente y esperable en términos generales.
El de este viernes en el plenario de Delgados de la UOM en la localidad de Pilar no fue la excepción. Novedades hubo, por supuesto. Era el primer discurso ante un auditorio masivo luego del atentado frente a su domicilio y se refirió a eso. La causa Vialidad entra en etapa de definiciones y también volvió a criticar a la justicia que avala y promueve el lawfare.
Pero quizás la novedad más trascendente esté dada por la incipiente pero sólida sensación de qué hay posibilidades de que sea candidata para la presidencia en 2023. El “operativo clamor” del que tanto se habla se volvió algo concreto en estas semanas. Buena parte de los dirigentes asistentes a Pilar hablaron de eso. En Mar del Plata, en el encuentro del PJ bonaerense se volvió a hablar del tema. Más allá de las interpretaciones, la propia ex presidenta dejó varias frases que alimentan esa esperanza de muchos: “Voy a hacer lo que tenga que hacer para lograr que nuestro pueblo pueda organizarse en un proyecto de país que vuelva a recuperar la ilusión y la alegría".
Horas después, Máximo Kirchner fustigó al presidente y sus ansias de reelección sin nombrarlo: "A pesar de que hay compañeros que están interesados en las aventuras personales, tengo la esperanza de que, como hizo Cristina en 2019 para que el país saliera del oprobio neoliberal macrista, hagan lo mismo y dejen de jugar a los ofendidos y a los tristes".
La posibilidad de una Cristina candidata que pueda encauzar a una dirigencia desunida, a una militancia apagada y a un electorado apático ilusiona a muchos. Se imponen entonces una serie de preguntas. La primera, inquietante: ¿por que tendría más chances de ser electa en 2023 que en 2019 después de una gestión desgastante del gobierno de Alberto Fernández? Ella misma aludió en parte a esto en su discurso el viernes explicando en contexto en el que tomó la decisión de armar esa fórmula. Persecución judicial y mediática, la CGT en una situación ambigua frente al gobierno de Macri al igual que algunos de los movimientos sociales, Lula preso… algunos de estos elementos han cambiado, como el presente brasileño. Otros se mantienen peligrosamente parecidos.
¿Acompañarían la CGT de los gordos e independientes una candidatura de una mujer a la que muchos aborrecen, otros temen y todos recelan? ¿Lo haría el movimiento Evita? De hecho, la pretensión kirchnerista de eliminar las PASO el año que viene -una posibilidad muy clara de generar problemas en el macrismo- está naufragando en Diputados no por la oposición sino por la propia interna.
No está tan claro hoy que el liderazgo de Cristina Kirchner sirva para unificar a un Frente de Todos tremendamente quebrado. La referencia y el elogio a Sergio Massa -“El ministro de Economía está haciendo un gran esfuerzo administrando las consecuencias de lo que pasó”- seguramente tengan como objetivo resolver ese problema, galvanizar posiciones y podría propiciar el fortalecimiento y profundización de la coalición, más que su disolución. Otra vez, el ejemplo de Lula y acuerdo amplísimo para volver al poder están en el horizonte.
A nadie se le escapa que Cristina Kirchner es una dirigente de una sofisticación proverbial que ha logrado cosas que contradicen ciertas lógicas modernas en la política. Algunos ejemplos: puso en la palestra pública durante sus gobiernos la diferencia entre el poder del voto y el poder permanente de las corporaciones por lo que logró ser poder y contrapoder a la vez, resolvió el intríngulis que representó la derrota del PT en Brasil en 2018 (cómo hacer para estar y no estar en la fórmula, cómo retener los votos esquivando la campaña mediático-judicial en contra).
Ahora busca una torsión aún más compleja. Ser oficialismo y alternativa esperanzadora a la vez. La pregunta es si lo lograra o no. No son pocos los que sostienen que el electorado, ese pueblo al que ella se refiere en cada discurso, no diferencia como lo hacen dirigentes y militantes del espacio su posición de la de Alberto Fernández. Que el desgaste y el descrédito de esta gestión la toca de modo definitivo. Se apoyan en ciertas encuestas para esta afirmación.
Más allá de las dudas que pueden generar estas compulsas, quizás no tengan en cuenta que el electorado también elige en función de alternativas reales y no en el aire. Si la experiencia del Frente de todos resultó decepcionante hasta aquí -entendiendo los condicionantes del endeudamiento y la fuga heredados, la pandemia y las consecuencias económicas de la guerra- la memoria no es tan frágil como para olvidar que enfrente de una hipotética fórmula del oficialismo (¿Cristina-Massa?) estaría Juntos por el Cambio, la fuerza que es responsable de uno de los desastres económicos, políticos y sociales más trascendentes de las últimas décadas.