La teología del balcón

A Cristina Fernández sus enemigos la consolidaron en la fe. Con la cárcel domiciliaria la santifican. Una laica reungida por el pueblo que la bendice en constante peregrinación por su casa-santuario.

“No balconeen la vida”. Con esta frase arengó el Papa Francisco a los jóvenes. “Hagan lío” para que no sean espectadores de la historia y su propia historia.

Jorge Mario Bergoglio instaló la teología del balcón -si sabremos de balcones en la Casa Rosada- desde el policlínico donde transcurrió sus peores momentos de salud. La prensa mundial nos mantuvo enfocados en el balcón del décimo piso del policlínico Gemelli. Desde allí llegó a impartir el Ángelus.

Ahora le toca a Cristina Fernández de Kirchner. No lo busco. La detención por sus enemigos lo consiguió. El trampolín que la elevó. La pusieron más cerca del cielo.

Cientos de manos en alto apuntaron a la casa, ya santuario de la calle porteña San José 1111. Este fue el acto de fe de católicos, judíos, musulmanes, evangélicos y no creyentes, que el pasado domingo 15 de junio, tres días antes del fallo de los tres cortesanos, empujaron los curas de Opción por los Pobres con la lectura de la palabra de Dios. Sin el encierro de una iglesia, desde la calle, pese el frío otoñal. Ella los escuchaba y en oración íntima.

En ese mirar constante hacia arriba, hacia el balcón, se produce la misma acción de los creyentes en los santuarios, parroquias, capillas, inclinados, de rodillas, pedimos a la Virgen, a su hijo Jesús, que nos escuchen, los dolores, problemas, o los agradecimientos.

Los enemigos de Cristina consolidan su fe. Con la cárcel domiciliaria la santifican. Una laica, encima metida en política, reungida por el pueblo que la bendice en constante peregrinación por su casa convertida en santuario.

Viendo este nuevo fenómeno de amor con la líder del peronismo detenida fueron a borrar los rastros de santidad, por ejemplo, la estampita de Santa Evita debajo de su chapa catastral, y ponen mayor distancia entre el santuario de mamá Cristina y sus hijos.

El último gran acto de los enemigos de Cristina que la acercaron más a Dios y la Virgen, fue el magnicidio errado. “La fusilada que vive”. Quedó emparentada con los miles de perseguidos. Nadie pudo dejar de ver, y no se olvida, que el arma cargada y en perfecto funcionamiento a diez centímetros de su cabeza no pudo concretar la muerte. La vida prevaleció.

La fortaleza con alegría de Cristina es evidente. Verla en el balcón provoca urticaria al gorilaje, sus voceros en los medios y deja pasmado a muchos del propio movimiento justicialista.

El otro elemento que acompaña a esta nueva teología del balcón es la coraza. Un pequeño símbolo. Para muchos ateos un talismán. Para otros el Rosario que le regaló Francisco.

El peronismo perseguido se vuelve un apostolado. Es la fe a flor de piel. Por eso tanta alegría entre tantas lágrimas.

Máximo, el hijo, está en ese proceso de conversión. De aquel joven del año 2003 que rechazaba ingresar a la Catedral, a vivir el Te Deum, de su padre electo presidente de la Nación, pasó a colgar en su oficina la carta de San Pablo a los Corintios explicando que sin amor no hay nada, y luego a predicar esas mismas palabras de quien fuera Saulo, para el 24 de marzo de 2022 en un reportaje a unas jóvenes militantes.

No es sólo prédica. Máximo al haber logrado concretar el impuesto a las grandes fortunas para financiar las obras en los barrios populares lo llevó a profundizar el diálogo con un joven sacerdote en la Matanza. Pero sobre todo es un laico, junto a su mujer (quienes no buscan fama, ni cargos) insisten a Máximo y Cristina en la fe católica, apostólica y romana.

El último de los signos en Cristina es sentarse con sus propios enemigos, incluso aquellos que buscaron o alentaron su asesinato. Practicar la tolerancia es muy distinta a predicarla. Dialogar no es lo mismo que suprimir.

El tiempo dirá cómo sigue la saga de la teología del balcón.

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