A 50 años del Plan Cóndor: del terrorismo de Estado a las nuevas estrategias de control de EEUU

En 1975, las dictaduras del Cono Sur brindaron en secreto por el inicio de una red de exterminio transnacional. Medio siglo después, intelectuales advierten que aquella lógica evolucionó hacia el "lawfare", el acoso económico y la manipulación digital, configurando un "Nuevo Plan Cóndor" que amenaza la soberanía regional.

Era 21 de noviembre de 1975. En una oficina escondida en algún lugar de la ciudad de Santiago de Chile se celebró lo que el agente chileno Arancibia Clavel, en un documento oficial de la época, describió como “coctel”. En los años noventa, la investigación judicial e histórica revelaría que, tras el eufemismo, se ocultaba una cumbre informal de servicios de inteligencia militar donde se selló la política represiva más extensa y clandestina de la historia latinoamericana: El Plan Cóndor.

Los cinco agentes sentados en torno a la mesa representaban a Chile, Bolivia, Argentina, Uruguay y Paraguay, y diagramaron un sistema de coordinación represiva trasnacional que les permitiría perseguir, secuestrar, torturar y desaparecer opositores políticos más allá del límite de las fronteras nacionales.

Ideológicamente, los unía la hipótesis de una Tercera Guerra Mundial en desarrollo, construcción derivada de la Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana, que postulaba la existencia de una subversión internacional organizada.

El montaje del Plan Cóndor fue el correlato final de una sucesión de golpes de Estado que atravesó la región entre 1964 y 1976, período en el que se consolidó la noción de un enemigo interno difuso, que le permitió a las Fuerzas Armadas del continente legitimar la aplicación de la mencionada doctrina.

A partir del entrenamiento recibido en la Escuela de las Américas y en la Escuela Francesa de guerra contrainsurgente, los aparatos militares pusieron en práctica metodologías represivas dirigidas contra militantes políticos, sindicalistas, estudiantes, intelectuales, periodistas y activistas sociales. La consigna de Guerra Total, habilitó el empleo irrestricto de los recursos del Estado con el solo objetivo de aniquilar cualquier proyecto político considerado subversivo, aun cuando ello implicara la violación sistemática del orden constitucional y la supresión de derechos fundamentales,

El diseño operativo del Plan Cóndor se gestó en Chile, bajo la conducción del General Contreras, jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional, brazo represivo del régimen de Augusto Pinochet .

La DINA surge formalmente en noviembre de 1973 y, en menos de un año sus atribuciones se volvieron ilimitadas, ampliando su accionar desde la represión interna hacia una persecución de alcance extraterritorial. Tras los primeros meses de dictadura, marcados por una violencia represiva extrema y brutal, los exiliados chilenos en Europa y el resto de América se transformaron en activos denunciantes de las dictaduras del Cono Sur, impulsando reclamos en foros internacionales. En ese contexto se inauguró una nueva fase represiva ahora con escenario internacional, sostenida en el espionaje, los secuestros, repatriaciones clandestinas y los asesinatos selectivos complementados con operaciones psicológicas de gran escala, como la Operacion Colombo de 1975, diseñada para encubrir el terrorismo de Estado y disciplinar a la opinión pública.

La dictadura argentina tomó como referencia el modelo chileno. Tras el golpe del 24 de marzo de 1976, la Junta Militar blindó las fronteras, anuló el derecho de opción de los exiliados y sistematizó prácticas como la desaparición forzada, la apropiación de niños y el saqueo de bienes, articuladas desde una extensa red de centros clandestinos de detención distribuidos a lo largo de todo el país.

Un documento firmado por el propio Jorge Rafael Videla dejó constancia explícita de su autorización para participar activamente en las reuniones del Plan Cóndor, confirmando así la plena integración del régimen argentino a la estructura represiva transnacional.

El hallazgo de los Archivos del Terror, en Asunción en 1992, permitió no solo reconstruir el siniestro entramado represivo del Plan Cóndor, sino también dimensionar el rol de Estados Unidos. Su participación abarcó tanto la colaboración directa de la CIA, el FBI y agencias militares, como el entrenamiento previo impartido a las fuerzas represivas de la región. Los documentos desclasificados demostraron que Washington conocía en detalle los operativos de secuestro, traslado ilegal de detenidos y asesinatos extraterritoriales, y aun así, sostuvo una política de tolerancia activa, en la que Henry Kissinger desempeñó un papel clave.

Peor aún, en 2020, el diario The Washington Post reveló que el sistema represivo del Plan Cóndor se apoyó en tecnología de comunicaciones cifradas provista por la empresa suiza Crypto AG, controlada en secreto por la CIA y el BND alemán. A través del sistema Condortel, Estados Unidos y Alemania accedieron en tiempo real a las comunicaciones entre las dictaduras, con pleno conocimiento de sus acciones represivas.

Hoy, a casi cinco décadas de aquella época, diversos intelectuales advierten la existencia de un Nuevo Plan Cóndor, que ya no se manifiesta a través de los clásicos golpes de Estado militares, sino mediante mecanismos propios del llamado Imperialismo del siglo XXI, atravesado por nuevas lógicas y estrategias políticas. Se trata de prácticas como el bombardeo mediático y digital, los golpes de Estado parlamentarios, el acoso económico, la difamación sistemática de líderes opositores, nd y la utilización de aparatos judiciales, orientados a desestabilizar a los gobiernos progresistas mediante procedimientos más sutiles y solapados.

El libro El nuevo Plan Cóndor. Geopolítica e imperialismo en América Latina y el Caribe, coordinado por Lautaro Rivara y Fernando Vicente Prieto, aporta una mirada colectiva —a partir de distintos autores latinoamericanos— que permite comprender cómo se despliega esta nueva estrategia. En ese marco, formas no declaradas de guerra económica y política configuran el núcleo del imperialismo del siglo XXI, utilizado para contener y disciplinar el ascenso de movimientos obreros, campesinos, indígenas, afrodescendientes, feministas, de diversidades sexuales y de economía popular.

Hace pocas horas Donald Trump publicó un documento que establece la Nueva Estrategia de Seguridad Nacional y en el reordena el vínculo con America Latina desde la lógica de subordinación y control estratégico definiéndola como su esfera de influencia natural trayendo el eco de la Doctrina Monroe de 1823.

El Plan Cóndor ya no se expresa mediante tanques ni dictaduras abiertas, pero sus lógicas persisten bajo nuevas formas de presión política, judicial, económica y mediática. Recordar aquel entramado represivo no es un ejercicio nostálgico ni académico, sino una herramienta indispensable para leer el presente, defender la soberanía regional y evitar que el pasado vuelva a escribirse con otros nombres.