“Que la gente crea…”. Una y otra vez lo dijo, con palabras, con gestos, con actitudes. Y una y otra vez encolumnó a millones detrás suyo: jugadores, dirigentes e hinchas…
El inesperado regreso hace que los fieles del Millo vuelvan a creer en grande. Los motivos que indican que su retorno no es un riesgo, que no hay nadie mejor que él para este momento.
“Que la gente crea…”. Una y otra vez lo dijo, con palabras, con gestos, con actitudes. Y una y otra vez encolumnó a millones detrás suyo: jugadores, dirigentes e hinchas…
Si él lo decía, si él lo creía, había que creer. Porque detrás de él, de su fe, llegaban los triunfos, los títulos, los hitos, las hazañas. Una y otra vez, año a año. El fortalecía a propios y achicaba a extraños. Con él, todo era posible. O parecía. Como fue vivir la etapa más épica de la historia. La más grande. La más disfrutable. La que cambió la historia. O la potenció. Nada más y nada menos.
Entonces, ahora, de repente, en horas, el hincha despierta. Revive. De su letargo. De su hastío. De su bronca. De haber dejado de creer. De sentir que cualquiera le podía ganar. Que la fragilidad, las dudas, el vaivén de emociones del pasado, habían regresado. Luego de una década. De invencible a vencible. De superpoderoso a endeble. Y ahora, de repente, todo cambia. Porque vuelve EL. El Dios que todo lo hizo posible.
Como dar vuelta la paternidad de Boca, eliminarlo cinco veces en cinco años, de todas las formas posibles, de ganar una y otra final, acá, allá, en Mendoza y en Madrid, yendo perdiendo, sin localía, con un gol sacando del medio y otro sin arquero. Ganar y ganar, especialmente en los mano a mano y a nivel internacional, dos facetas en las que el club generalmente había sufrido.
De repente, la ilusión vuelve. Y que la gente crea, otra vez. Porque tiene con qué creer. Porque vuelve al mejor, el más grande.
“Es un paso atrás para el club que vuelva Marcelo ahora”, dice un hincha del Millo, escéptico y aún dolido por la salida de Micho, la que considera injusta. “Es un riesgo que vuelva ahora”, dice otro, en esa misma línea de banca a quien se fue como un señor. “Pone en juego todo lo que ganó, no es el momento”, comenta un tercero, creyendo que no es oportuno que el Muñeco se bajé tan rápidamente de su propia estatua.
Y ahí surge la pregunta: ¿pero desde cuándo que vuelva el mejor es un riesgo? ¿Desde cuándo lo es que quien llegue, en este principio de incendio, sea el de más capacidad, el de más personalidad, el más bicho, el de más oficio, el mejor declarante, el mejor líder, el mejor evaluador de talento, el mejor en la estrategia de partido, el mejor haciendo los cambios, el mejor en exigencia durante el día a día y el más grande en “espalda popular”? ¿Cómo eso sería un riesgo? ¿Cómo se entiende que vuelva el máximo ídolo de la historia puede ser algo peligroso?
Si Gallardo está descansado, enfocado, convencido, con ganas de revancha luego de lo que le pasó en Arabia, no puede haber otro mejor. Ni cerca. Un riesgo, en todo caso, sería apostar por otro, no importa el nombre que sea, desde Coudet a Crespo. Y más cuando los octavos de final de la Libertadores están a la vuelta de la esquina. El único capaz de agarrar este despelote de equipo, apático y sin confianza, y transformarlo en algo competitivo es él. Hizo cosas más difíciles. Mucho más…
“Ojalá sea aquel Muñeco de la primera parte del ciclo, no el de los últimos años. Desde aquella derrota ante Flamengo, en 2019, fue pobre lo suyo y lo de sus equipos”, tira otro hincha del Millo, un nuevo escéptico, mientras camina por la Boca y sólo repara en triunfos y derrotas, casi que con algo de amnesia.
Tal vez lo comenta soslayando -nada menos- que la primera etapa duró “apenas” cinco años y, especialmente, sin percatarse que lo que instauró Gallardo fue mucho más que un ciclo exitoso. Mucho más que triunfos y títulos. Lo que construyó Marcelo fue una religión, que sumó fieles de a millones a partir de una forma de ser, de una filosofía ganadora, una oleada que -a base de resultados y actitudes- fortaleció a un club, a una comunidad que hoy arma una multitudinaria fiesta, domingo a domingo, en su renovada casa, sin siquiera evaluar demasiado el resultado.
Lo que hizo Gallardo, entre otras cosas, fue unir. Con sus formas y su fondo. En los triunfos y en las derrotas también. El hincha, con él, se sintió orgulloso. Y protegido. Ni hablar identificado. Marcelo, un hijo dilecto del club, fue un hincha en el banco, pero con todas las capacidades que un hincha no tiene…
Más allá de sus errores por inexperiencia, Demichelis terminó sufriendo el nunca poder alvanzar la vara tan alta que dejó el Muñeco. Lo lógico: era muy difícil venir detrás de semejante monstruo. La sombra era demasiado grande y lo perseguía hasta el baño. Era normal.
Es que Gallardo ha sido, para River, mucho más que un entrenador. Fue el pastor Marcelo, el líder de una revolución. La Revolución Gallardista que rompió con todo y llevó al club a otro nivel, mientras condenaba a su archirrival a varios años de ostracismo.
Y ahora él, cuando nadie lo esperaba, vuelve. Un golpe para River y, aunque nadie lo acepte, para Boca. Y, de repente, todo volverá a ser felicidad y optimismo por Nuñez. Y la fiesta se potenciará. Porque Marcelo regresará a la casa que construyó. Porque, no hay dudas, sin su ciclo no había este enorme y moderno Monumental. Ni este club renovado. Ni nada. River es otro. Y por gallardo. Por eso, si quería volver, tenía que volver.
Y su regreso, sin dudas, invita a creer. Apenas el rumor de su regreso logró cambiar las energías y hasta potenció la gran despedida de Micho. Sin siquiera decir una palabra, el semblante del hincha cambió. Y, en silencio, de la desesperanza se pasó a la ilusión. A creer. Porque si él quiere volver es porque cree. Y si él cree, todos creerán, los fieles se encolumnarán detrás de su Dios.
Marcelo traerá más que su impronta, que su oficio, que su talento en la dirección técnica. Traerá, para el hincha, el volver a creer. Y en grande. Hay quienes se ilusionan, pese a ver este equipo abúlico, con una final de la Libertadores en casa y con él en el banco. Pero él todo lo puede, al menos en la visión de miles de hinchas.
Luego, claro, la verdad estará en el verde césped, diría Angelito, el gran maestro de Gallardo. Pero ojo, a no confundirse. Detrás de esta fiebre, de esta ilusión, habrá sustentos palpables, motivos -futbolísticos y de liderazgo- que van más allá de la fe.
Con el Muñeco volverá la exigencia extrema en el día a día del plantel. Nadie dudará que jugará el mejor, el que más entrena, el que mejor nivel tiene. No habrá nombres ni contratos. Ni nada raro. Volverán los planteos sorpresa, los cambios arriesgados, los que potencian equipos, los armados modernos, adelantados en el tiempo, los planteos para ir siempre al frente, y hasta los fichajes que ilusionan.
Porque el Muñeco, entre sus condiciones, puso esa, sumar dos o tres jugadores en estas semanas. ¿Volverá Montiel? ¿O Pezzella? ¿Llegará el volante mixto que tanto extraña el equipo? ¿Y otro por afuera? ¿También se sumará Barovero como entrenador de arqueros? Con él vuelan los rumores, claro. Y muchos querrán estar, ser dirigidos por él. O acompañarlo. Porque acá sí es el verdadero “si te llama el Muñeco…”.
“Tengo dudas. Las segundas partes nunca fueron buenas. Fijate lo que le pasó a Bianchi en Boca…”, tira otro de los que duda en el grupo. ¿Pero alguien en Boca le critica al Virrey lo que pasó en su regreso? Gallardo no piensa en eso y se baja de la estatua. No tiene miedo. El, como siempre, piensa en positivo. En grande. Si él cree, ¿cómo no vas a creer?