París y un nuevo desafío diplomático para el gobierno de Alberto Fernández

El presidente participó en el Foro por La Paz acerca de la guerra en Rusia y Ucrania y el intento de reapertura del diálogo político en Venezuela. 

Corren tiempos difíciles para el mundo y nuestra región no sólo no es la excepción sino que es una de las que más sufre las consecuencias de desigualdades que, si bien no comenzaron con la pandemia ni la guerra, se han profundizado con ellas.

El presidente Alberto Fernández hizo, de modo astuto, referencia a esto en su participación de hace unos días en el Foro de París por La Paz. Allí, junto a su par francés Emmanuel Macron, aseguró que "no se trata de que estamos haciendo un planteo ideológico. Acá en el norte vuelan misiles y en el sur se desarrolla el hambre. Los costos de esa guerra la pagamos nosotros".

Si la búsqueda de estos foros es condenar la posición rusa y defender los intereses de la OTAN sin importar lo que suceda con Ucrania, hace falta que otras voces planteen las verdaderas consecuencias para el resto del mundo.

En este punto conviene hacer un alto y acercarnos por un momento a un esquema del capitalismo que se viene gestando desde fines de los setenta hasta hoy y que ha derivado en una transnacionalización de las empresas y una financiarización de la economía que cambió el esquema de acumulación tal como lo conocimos durante dos tercios del siglo XX.

En efecto, la guerra siempre es un evento desastroso desde lo humano, pero quienes conocen la historia de países proveedores de alimentos como la Argentina saben que también implicaba una oportunidad de crecimiento.

Ese escenario hoy ya no existe más. Las multinacionales giran -de modo legal o cuestionable- la mayor parte de sus dividendos a sus casas matrices e incluso las propias empresas argentinas funcionan como si sus intereses estuviesen en otro lado. Mucho se citó a Israel como ejemplo de un país que logró combatir la inflación en determinados momento de su historia, continuar con su desarrollo y no menguar en la inclusión de sus ciudadanos.

A las lógicas objeciones acerca de los momentos históricos y el tamaño del país, un funcionario del gobierno de Alberto Fernández agregó una amarga queja: “Los empresarios argentinos no son como las israelíes. Ganan su plata acá pero quieren vivir en Miami o Uruguay”.

Alberto Fernández

Más allá del impreciso excurso hacia las pantanosas tierras de la economía política, está claro que las consecuencias sociales y de gestión de estas configuraciones se dejan ver con más fuerza en nuestra región. Pero hay un elemento que no es nuevo pero que hacía mucho tiempo que no tenía esta fuerza: que las derechas más extremas vuelven a minar los caminos democráticos de los países.

Esa idea de que la “rebeldía se volvió de derecha” tiene muchas explicaciones pero esconde una trampa que es intrínseca a este momento del capitalismo. Olvida que las alternativas más moderadas son las que están en riesgo de desaparecer. No el establishment. En efecto, el poder concentrado en pocas manos ha logrado en nuestros países un control del Estado y el mercado como pocas veces se ha visto. El Poder judicial es un arma fastuosa en este sentido, los bancos y las empresas alimenticias se hermanan en lo financiero, los medios de comunicación apoyan y -por supuesto- las redes (gerenciadas por magnates) logran una capilaridad única para mensajes que tienden a perpetuar el sistema.

Pero por las dudas, por si no alcanza, también difunden ideas teóricamente antisistema pero que en definitiva tienden a fortalecerlo. Lo fortalecen porque lo vuelven una opción racional al correr la agenda a la derecha más extrema y también porque en definitiva lo que terminan planteando son salidas que sólo profundizan las inequidades y perpetúan las desigualdades. Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei o Patricia Bullrich -con todas las diferencias del caso- son exponentes de esta tendencia. Falsas salidas para un esquema tradicional que lleva a la desesperación a pueblos enteros y del que los raquíticos progresismos de cada país no pueden escapar. Y por supuesto, la violencia es la última alternativa para estas instalaciones.

patricia bullrich javier milei

Perú, Brasil y Argentina, en alerta por el avance de la derecha

En Perú, luego de jornadas callejeras de apoyo al presidente Pedro Castillo, una subcomisión del Congreso unicameral recomendó investigarlo por supuesta traición a la Patria.

En Brasil, los manifestantes bolsonaristas piden la intervención de las Fuerzas Armadas ante el triunfo de Lula y ya hay legisladores que plantean que buscarán un impeachment antes de que asuma.

En la Argentina, la presidenta del principal partido de la oposición no sólo no repudió el intento de asesinato de Cristina Kirchner sino que ahora la acusa de fascista por exigir que avance la investigación en relación con las conexiones políticas.

Al mismo tiempo, recrudece el lawfare en el mismo momento en el que se rumorea la posibilidad de que se presente a elecciones el año que viene. No es la primera vez que el mundo busca salidas anti democráticas de derecha ante los estragos que el propio poder concertado generó. En todos los lugares que sucedió, nuestra región incluída, las consecuencias fueron nefastas.

Durante la visita del presidente Fernández a París también se intentó reencaminar el diálogo político en Venezuela con la Argentina y Francia como colaboradores. El tema derechos humanos es crucial y una preocupación que no admite dobles varas. Es por eso que llama la atención cómo quienes se preocupan-esperemos que genuinamente- por la situación de los DDHH en Venezuela dicen poco acerca del odio, la xenofobia y él negacionismo que impera en algunos de los discursos que más éxito tienen en occidente hoy.

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