En casi todos los entornos de los candidatos se vive la elección del domingo como un parteaguas en el proceso democrático que se inició hace 40 años. En efecto, las tres fuerzas con chances reales de llegar a la presidencia entienden que en esta elección se define buena parte del futuro de nuestro país.
Sergio Massa, Javier Milei y Patricia Bullrich buscaron durante estos meses seducir a los votantes de sus competidores, a las 700 mil personas que eligieron opciones que no alcanzaron el mínimo para sortear las PASO y a las 2 millones de personas que se espera se sumen para esta elección.
No parece casual que hace 20 años, otro escenario de mucha fragmentación derivó en la reconstrucción de un liderazgo presidencial y el fin del “que se vayan todos”, ese mismo cántico que hoy se escucha en las manifestaciones de apoyo de quien obtuvo más votos en las PASO. Por eso Milei se ha esforzado por imponer la idea de que hoy estamos peor que en 2001, algo que no se condice con la realidad, se compare el índice que se compare y por más critica que sea la situación actual.
Volviendo a 2003, Néstor Kirchner llegó al poder en un contexto de disolución social única y su trabajo más importante se centró en recuperar la identidad y la cohesión de esa misma sociedad, a la par que tomaba decisiones que apuntalaban la mejora económica. La tan mentada libreta del almacenero que llevó a los superávit gemelos y al desendeudamiento, marchó a la par de la reivindicación de las Madres y las Abuelas como reserva moral real de La Patria.
Néstor Kirchner primer discurso
En un contexto en el que era mucho más fácil recostarse en la consigna punitivista de Carlos Ruckauf de “Meta bala al delincuente”, Kirchner supo ver que la recuperación estaba en la solidaridad y la reivindicación de las mejores causas. El “viento de cola” económico fue condición necesaria pero no suficiente para la reconstrucción. Hicieron falta decisiones que aprovecharan esa bonanza para beneficiar a las mayorías y que fueran acompañadas de elementos simbólicos basados en la conciencia virtuosa de la sociedad.
Pasaron 20 años y hoy hay fuerzas con mucho predicamento que apelan a otra parte de la conciencia social, la más oscura. La que refrendó en los setenta el “algo habrán hecho” o aceptó la apertura de importaciones que destruyó la industria nacional; la que creyó que un lugar en el primer mundo era posible mientras se desarrollaba la cleptocracia más dañina de la historia moderna en los noventa y la que aceptó la persecución política y el lawfare contra opositores mientras el macrismo resolvía que nuevamente el FMI cogobierne la Argentina.
Buena parte de la crisis de expectativas que atraviesa nuestro país puede verse reflejada en la menguante participación en las urnas, tanto a nivel nacional como provincial y en el corrimiento del kirchnerismo como elemento de rebeldía a las propuestas libertarias.
Si lo que inició Néstor Kirchner derivó en la evidente vuelta de los jóvenes a la participación, el machaque antipolítica de los sectores concentrados, más la defraudación de expectativas que implicó el gobierno de Alberto Fernández y el cambio en relaciones tan básicas como las laborales han hecho que hoy la juventud no se sienta representada por los dirigentes tradicionales.
Entender la irrupción de ciertos fenómenos desde la censura a sus votantes no sólo es injusto, también es poco productivo a la hora de intentar entender un proceso, por más peligroso y horrible que sea. Esto último se refleja en la vocación de algunos dirigentes de rediscutir consensos a los que se arribó con mucho esfuerzo como las políticas de memoria, verdad y justicia y los vinculados a los derechos de género.
El escenario de fragmentación se dirimirá el domingo o -eventualmente- en el balotaje para el rubro de presidente pero continuará en los distritos y en el Congreso. En efecto, el peronismo ha perdido este año distritos clave y las provincias se reparten en partes iguales entre las dos alianzas que gobernaron el país en los últimos las 20 años. Pero en el Congreso, la irrupción de La libertad Avanza generará una situación en la que el oficialismo estará obligado a negociar para sesionar.
No parece un escenario muy propicio para el gobierno que asuma el 10 de diciembre. Es por eso que la idea del cambio que se impone como necesario para buena parte de la sociedad (incluso entre quienes votan a Massa) se da de bruces con las posibilidades materiales que tendrá la futura gestión. Obligada a aceptar el arbitrio interesado del FMI y sus famosas condicionalidades, sin poder de fuego en las cámaras y con una presencia territorial compartida, la nueva presidencia deberá generar una ingeniería política única para poder hacer pie.
Quizás las respuestas estén en volver a apelar al doble juego entre lo muy concreto de las políticas orientadas a las mayorías y la apelación a las causas y banderas que nos distinguen como pueblo. Eso sacó al país del infierno en el que las políticas neoliberales lo habían sumido luego de la larga década menemista, que encontró su continuidad con Fernando de la Rúa, y que implosionó en diciembre de 2001, brindó liderazgo a quienes las llevaron adelante y volvió a acercar a los sectores populares a la política.
Hoy, como hace 20 años, las acechanzas de lo más rancio del pasado unido a los oropeles de lo “nuevo” generan un peligro de volver a lo que ya fracasó. En 2003, la historia favoreció al desarrollo del país. En horas o semanas sabremos si vuelve a pasar o no.