Cristina, los planes sociales y las paradojas del pasado

La Vicepresidenta puso en palabras el recelo histórico de La Cámpora con el Movimiento Evita. Pase de facturas por el velado apoyo de organizaciones sociales al gobierno de Macri. La unión del Frente de Todos en 2015 perturbada por los pases de factura por los hechos del pasado.

Los seres humanos, fatalmente, vivimos sólo en el presente que es -a la vez- cifra de lo único que existe y fugacidad casi inefable. El futuro puede adivinarse venturoso a lúgubre pero siempre está quieto en tanto no se realice. Ahora, lo que conservamos de cada cosa dicha, de cada momento vivido, de cada sensación frente a un acontecimiento en tiempo real se vuelve fantasmático con una velocidad apabullante. Lo que realmente inquieta entonces, contrariamente a lo que se cree, nunca es el futuro sino el pasado. De su revisión, de los aprendizajes que permite y de su olvido depende lo que existe hoy y lo que sucederá mañana.

Cuando el lunes en un plenario de delegados de la CTA, Cristina Kirchner se refirió a las deficiencias de un “Estado estúpido” que no tiene capacidad de contralor en muchas de las áreas a su cargo, echó luz sobre una evidencia lacerante en ese sentido. La Vicepresidenta hizo un recorrido por varios hechos que complican la situación económica y social de nuestro país para mostrar el punto que planteaba.

En un aparte de ese derrotero se refirió a los planes sociales y los males de un crecimiento y una tercerización que parece indiscutible en términos teóricos. La necesaria aparición de las organizaciones para administrar los planes es una muestra de la defección del Estado no sólo en el origen -su existencia y masificación ya es un fracaso- sino en su gestión. Las organizaciones están allí donde el Estado no llega. Porque no quiere o porque no puede.

A partir del comentario se habilitaron una cantidad de reacciones que fueron desde la mesura hasta la exaltación hiperbólica para discutir algo que, quizás, no estaba en el espíritu original del discurso. Lo sabemos, Cristina Kirchner no tiene infieles. Se la odia, se la ama, se la admira o se la critica pero a nadie es indiferente. Por eso asistimos a documentos en los que algunos la acusaban de no ir al territorio o de desconocer la situación del trabajo y la exclusión en la Argentina o declaraciones acaloradas en las que directamente la acusaban de declararle la guerra a las organizaciones sociales. Todo parece mucho y poco a la vez.

La crítica de la Vicepresidenta fue profunda en relación con el rol del Estado pero también fue limitada a la hora de referirse a las organizaciones. Cristina no señaló a todas las organizaciones, ni siquiera se refirió a todo el Movimiento Evita. Su invectiva estuvo dirigida a un par de dirigentes. Profunda y trascendente en un aspecto, coyuntural y dirigida en otro.

A pesar de que la queja por la interna a cielo abierto ya no parece tener demasiado sentido en un gobierno que la ha convertido en un modo de transcurrir la política es cierto que esta es una variante distinta. Cualquiera que está más o menos informado de ciertas roscas sabe que el recelo y hasta los antagonismos frontales forman parte de la relación entre el Movimiento Evita y La Cámpora desde casi el comienzo de las dos organizaciones. Por qué se decidió que algo que sucede desde siempre de un modo levemente velado ahora esté a la vista de todos tiene múltiples respuestas. No atinaremos a esbozarlas aquí pero sí diremos que no es inédito.

Cuando finalizaba el mandato de Cristina Kirchner varios de los dirigentes del Evita hoy atacados por el sector más cercano a la expresidenta también fueron muy críticos con ella. La sospecha del cristinismo de que esos dirigentes tuvieron connivencia con el macrismo, la acusación de que su entendimiento con Carolina Stanley le otorgó gobernabilidad al ajustador gobierno de Macri tampoco es nueva.

Hoy, el entorno de Cristina señala que estos dirigentes “gerencian la pobreza”, o que administran qué y cuánto les darán a otras organizaciones (como las de la izquierda trotskista). La crítica de Cristina es, además, a una de las organizaciones que es base de sustentación del poder del presidente. Nuevamente, el episodio puede leerse en clave trascendente pero también de interna. Si la propuesta para resolver las discrecionalidades en el alta y las bajas de planes viene de la mano de los intendentes o gobernadores parece que estuviéramos lejos de la objetivización de la ayuda social que el propio kirchnerismo propició con programas como la AUH o el más reciente IFE. Parece más una disputa de poder intraoficialismo que una búsqueda definitiva de una solución.

En este punto hace falta volver a nuestro esbozo sobre la idea de pasado del principio para aplicarla a este conflicto. En 2019, cuando se conformó el Frente de Todos hubo un acuerdo no escrito de que el pasado no sería impedimento para la participación en el espacio. Así, hicieron campaña juntos, ganaron las elecciones y comenzaron a gobernar sectores que fueron cercanos al macrismo con otros que estuvieron presos por el lawfare durante ese período, sectores que enfrentaron en las calles el ajuste con otros que formaban parte de comitivas o votaban leyes ruinosas que pedía el oficialismo a partir de 2015.

Dos años y medio después, los bemoles de la gestión, una pandemia, ciertos alineamientos políticos, la trampa que quedó tendida dentro del crédito del FMI, los errores y las imposibilidades hicieron que unos y otros olvidaran ese acuerdo tácito. Y las facturas van de un lado a otro por lo que se hace pero también por lo que se hizo. De nuevo, el pasado es lo verdaderamente perturbador, sobre todo si no se saldaron bien las cuentas. A veces revive por un presente aciago, a veces es la causa de esas turbulencias. Lo que está claro es que no hay fuerza que tenga futuro en gestión si ese pasado se come el presente.

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