Antes de cierta amenaza ridícula de ser cancelado en virtud de la rusofobia que se ha extendido en el mundo europeo, cualquier persona mínimamente leída conocía una sentencia muy extendida de Feodor Dostoievsky. No hace falta haber trasegado las procelosas aguas de la novela psicológica del autor de Crimen y Castigo o Los hermanos Karamazov para conocerla: “somos adictos a lo que nos destruye”.
Y algo de eso nos recuerda a la política argentina. O al menos, a los debates públicos que alrededor de ella se dan. No se nos escapa que la gestión es otra cosa, que la discusión legislativa también. Y que incluso la administración de Justicia, tan cuestionada por estos días, requiere de ciertos fundamentos, de cierta relación con la realidad que no se presta a las imaginerías tormentosas de los debates a través de los medios o las redes.
Las internas, tanto en el Frente de Todos como en Juntos por el Cambio, tienen características diferentes pero alguna cosa en común. La de la oposición es aburrida, salvo por el morbo. No parece haber una discusión real sobre el modelo de país sino sobre quiénes deben imponerlo. El candidato no es el proyecto porque el proyecto no se discute. Los candidatos sí. Y el morbo está puesto en ver si Macri logra evitar que los mismos que lo veneraron, lo jubilen.
En el Frente de todos la cosa es más compleja. El modelo, tan invocado hasta 2015, hoy no se ve tan claro. Y tanto el sector más cercano a la vicepresidenta como el entorno del presidente creen entender cómo encarnar el mandato popular que la población les otorgó en 2019. Ayer mismo, en un acto en Lanús, Máximo Kirchner disparó: "Cuando uno quiere conducir también debe saber obedecer. Y el pueblo manda".
Como decíamos, la interna de Juntos por el Cambio aburre. Pero la del Frente de Todos angustia a sus adeptos.
También lo mencionamos, es cierto que en algo se parecen. Son percibidas por una buena parte de la población -con más o menos justicia- como muy alejada de sus problemas cotidianos. Insistimos con lo de la justicia de esa percepción porque una buena parte de quienes sostienen una u otra posición dentro del oficialismo, entienden que lo hacen porque el Gobierno defraudó o no esas necesidades. Lo del Frente de Todos no es intriga palaciega solamente pero es percibida así.
Con todo esto, Alberto Fernández parece haber encontrado en su gira europea dos elementos -uno fáctico y otro discursivo- que, al menos momentáneamente, le permitieron escapar a esa lógica del conflicto interno. En los hechos, la gira le sirvió al presidente para mostrar gestión, para generar un par de reuniones con alto impacto político y también para avanzar en la búsqueda de financiamiento de proyectos energéticos en un mundo tan necesitado.
Las reuniones con Scholz, Macron y Pedro Sánchez pueden tener mucho de protocolar y habrá que ver si dan resultados pero, con mucho menos que eso, Macri y sus medios adictos hicieron un ruido inusitado. Como muestra, allí está el fallido acuerdo Unión Europea-Mercosur. Algunos recordarán la emoción casi lacrimógena con la que el excanciller Faurie llamó ante las cámaras al entonces presidente para contarle algo que luego no sucedió. De hecho, gran parte de los reparos los puso el mismo Macron, que amablemente se avino junto a Alberto Fernández a explorar una relación más fluida entre la UE y la Celac. Casi como una constante en su gobierno, Fernández no tienen logros apabullantes pero algunos tiene. Y son más de los que le establishment quiere reconocer (aunque quizás sean menos que los que la gente necesita).
Pero decíamos que además de las negociaciones, los gestos y los proyectos, el presidente también encontró un tono y argumento para este trance de tensión en la coalición de gobierno. “Mi enemiga no es Cristina, mi enemigo es Macri” dijo Alberto y quizás acertó no sólo en señalar el verdadero peligro que se corre (la vuelta de la derecha neoliberal a la Rosada) sino también en señalar lo que su gobierno NO es.
A los que señalan a su gobierno como ajustador también les contestó: “Con Cristina coincidimos en que lo más importante es la distribución”.
Hubo en estos días algunos gestos que van en ese sentido, pero que también buscan fortalecer reclamos de los distintos polos de poder de la coalición y lo que representan: Máximo presentó un proyecto para adelantar el aumento del Salario Mínimo y el Gobierno anunció que lo hará. Massa le pidió a Guzmán aumentar el mínimo no imponible de Ganancias, le contestaron positivamente también. Entender que la interna, si no puede ser resuelta, al menos no debe impedir la gestión, puede ser un mérito.
“El hombre se complace en enumerar sus pesares pero no sus alegrías” escribió también Dostoievsky. No hay muchas alegrías en la Argentina y en el mundo actual pero quizás sea hora de comenzar a enumerarlas.