Marc Stanley y la Unión democrática

El embajador de los Estados Unidos hizo un pedido que resonó fuerte en el tablero político: sostuvo que la Argentina no puede esperar a 2023 y necesita un gobierno de coalición ahora.

En una nueva muestra del modo brutal en el que los Estados Unidos se inmiscuye en asuntos internos de otros países para defender sus intereses, esta semana el embajador norteamericano en nuestro país, Marc Stanley, exigió a los dirigentes políticos que formen una coalición, no solo para gobernar, sino también para explotar las riquezas naturales con el gran país del norte como socio. El episodio ha sido muy comentado pero quizás convenga detenernos en el contexto, los antecedentes y el futuro que prescribe el enfático “consejo”.

Brevemente, repasemos el episodio. En el encuentro anual del Council of Americas y sintiéndose locales en un terreno casi consular, varios dirigentes expresaron su visión del modo en el que se debería gestionar la crisis y las potencialidades de la Argentina.

Es así que el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, afirmó: “Seguramente ya me escucharon decir esto muchas veces, pero el próximo gobierno de la Argentina tiene que ser un verdadero gobierno de coalición. Un gobierno que marque un punto de inflexión en la historia de decadencia de la Argentina y que, por primera vez en décadas, trace un rumbo que se sostenga en el tiempo por muchos años”.

Horacio Rodríguez Larreta Council of Americas

Es cierto, Larreta ha dicho esto antes, incluso dejando trascender un porcentaje. Para él, un gobierno que encare las transformaciones sociales y económicas necesarias, léase el ajuste que Juntos por el Cambio pretende, debería contar con el apoyo del 70 % del arco político. La excepción, el elemento inaceptable -claro está- sería el kirchnerismo.

Unos minutos después, el embajador Stanley tomó el micrófono y afirmó: “Me encantó lo que dijeron los otros oradores, sólo en una cosa difiero con el Jefe de Gobierno Larreta; él quiere construir una coalición. Yo le diría que lo hagan hoy mismo. No creo que la Argentina tenga que esperar a las elecciones de 2023 para hacerlo (...) Este es el momento de hacerlo. Espero que este país no espere hasta 2023 para hacerlo”.

Advertido del revuelo que las palabras del embajador iban a desatar, Sergio Massa -hombre cercano a la Embajada y bien visto por el establishment norteamericano- se manejó con astucia. Resignificar era necesario para saltearse la inadmisible intromisión. Por eso redirigió: “No tenemos que tener miedo o vergüenza de sentarnos en una mesa por más que seamos de fuerzas políticas distintas. Lo que está en juego es el futuro de la Argentina”.

Sergio Massa Council of Americas

En uno de los salones del Hotel Alvear, se le escuchó decir también al ministro: “En los próximos meses no hay elecciones, hasta marzo-abril no empieza la temporada electoral. Sería bueno aprovechar para encontrar acuerdos o consensos básicos para el desarrollo”.

La gambeta de Massa fue inteligente porque a pesar de que su vínculo con los Estados Unidos está blanqueado en el heterogéneo Frente de Todos (de hecho, ha servido para que hiciera diplomacia parlamentaria antes del acuerdo con el FMI) no había opción de acompañar la idea de Stanley sin cruzar un límite inaceptable. No sólo porque en un sistema como el argentino (y el norteamericano) gobierna un partido y el otro acompaña desde la oposición, sino también porque el tan mentado asunto del gobierno de coalición fue utilizado para sugerir la debilidad del gobierno de Alberto Fernández justo en medio de la última corrida financiera.

Es llamativo también que se hable de diálogo y consenso cuando el Congreso (la casa de los acuerdos) está paralizado y la oposición de derecha ha privado al Gobierno de contar con una Ley de Presupuesto para este año.

Sin irnos hasta 1946, con la Unión Democrática y el embajador Spruille Braden, el sueño lúbrico de la derecha siempre ha sido intentar conseguir apoyos populares para encarar medidas profundamente antipopulares. Esa idea de “si todos queremos lo mejor para el país, tenemos que tirar para el mismo lado” no sólo busca ocultar debajo de capas inmensas de sentido común a los verdaderos intereses que colisionan en la sociedad sino también señalar culpables de por qué no se logra la unidad.

La idea de que fue el kirchnerismo el que inició la grieta es tan ramplona como perversa. Es verdad que las cosas parecen estar cambiando y la derecha aprende de algunos errores. Si como algunos señalan, Mauricio Macri soñó con terminar con la oposición cristinista utilizando de modo espurio a los servicios de inteligencia, algunos jueces y doctrinas reñidas con la legalidad, hoy las propuestas parecen un poco más democráticas. Sólo un poco. Porque en esa idea de pactar con el 70% de los dirigentes políticos anida una intolerancia y un proyecto.

De hecho, las polémicas en los últimos tiempos dentro de Juntos por el Cambio han estado vinculadas a ese debate. Lo planteó Elisa Carrió, lo propone Patricia Bullrich, se pone más restrictivo Macri y más ecuménico Larreta pero el debate es el mismo. Quiénes son aceptables, hasta dónde se puede ampliar, quiénes son los “decentes” con los que construir la coalición tan anhelada. Y como esa coalición se piensa para permanecer y para abarcar, todo lo que esté por afuera forma parte de lo indeseable.

Es insólito como pensamientos tan antidemocráticos y poco republicanos pueden investirse con ropajes opuestos pero sucede. Como en 1945 con Braden, dejar afuera a las expresiones populares no parece tener destino, salvo que se piense en opciones más autoritarias. Porque además, ese laboratorio en el que todas las expresiones aceptables de la política conviven y validan decisiones a espaldas del pueblo nunca pudieron plasmarse en la realidad del sistema político nacional. Ni antes con el peronismo ni hoy con su expresión actualizada kirchnerista.

Basta ver cuántos votos cosecharon Juan Manuel Urtubey, Florencio Randazzo y el propio Massa cuando se alejaron de la impronta de Cristina Kirchner para entender que una alianza de dirigentes justicialistas con la derecha puede ser imaginable y exitosa en la teoría de los salones lujosos de los hoteles tradicionales, puede tener incluso a la Embajada norteamericana como socia, pero ni antes ni ahora funciona en las urnas.

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