Te hago una pregunta: ¿qué quiere decir para vos "ser rico"? Desde luego, y como casi cualquiera que intente responder este interrogante, me juego a que tu explicación incluye la palabra "dinero". No está para nada mal que así sea. En principio, no hay nada erróneo en querer ganar dinero. El dinero no es ni bueno ni malo, sino que depende del uso que le demos y del grado de dependencia que tengamos con él.
Y además, por otra parte, así nos fueron formando durante años como miembros de una sociedad que hace un hincapié muy fuerte en la acumulación de riquezas y bienes. Sin embargo, para nuestra búsqueda espiritual la realidad es completamente distinta: ser ricos no equivale a tener dinero. Ser ricos es mucho más que eso. O, en verdad, es otra cosa completamente distinta.
Con dinero podés comprar una cama, pero no el sueño. Podés comprar un libro, pero no la inteligencia. Podés comprar una casa, pero no un hogar. Podés comprar un crucifijo, pero no la fe. El dinero es solo una medida de las cosas, pero no es ni por mucho la más importante. El tamaño de tu cuenta bancaria no te define como ser humano.
Desde luego, existen muchas personas que disfrutan acumulando objetos materiales y riquezas, y también es cierto que son esos bienes los que les permiten obtener un lugar respetado dentro de sus grupos de pertenencia. El riesgo aquí es centrarse únicamente en eso, y olvidar por completo o soslayar los valores verdaderos, los que ciertamente importan y sí nos constituyen como personas. En ese afán desmedido, muchos dejan de lado la verdadera riqueza, que está cerca y está al alcance de todos: los afectos, el amor al prójimo, la pureza, el mero hecho de estar vivos y de despertar cada mañana para respirar.
Obtener y acumular nos demanda mucha energía, y ese proceso va deteriorando nuestra química corporal. Perseguir ciegamente los deseos materiales también genera tensiones que nos impiden profundizar en las verdades más importantes de nuestra vida.
No hay nada malo en querer progresar y mejorar las condiciones de vida, pero siempre tenés que estar atento a los excesos en este sentido. Cada vez que sientas que corrés el riesgo de perderte en la codicia, o de hundirte en la ansiedad del tener, recordá esta clásica y profunda enseñanza del saber popular: "Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde".
Seguro tu vida está llena de cosas buenas, y a veces las dejás de lado, corriendo sin reflexionar detrás de falsos oros. Mirá bien a tu alrededor, analizá y valorá todo lo que tenés a mano: amigos, parientes, risas, conocimientos, hijos. Ahí están, sin dudas. Esos son los verdaderos tesoros.
Nuestro universo es un lugar de abundancia, no de carencia. Porque, claro, la abundancia, ya lo intuís, no se limita al dinero. El universo es abundante en afecto, en amor, en dicha, en salud. Además, el dinero es algo impermanente, como la ilusión del cuerpo. Y no es un buen lugar para depositar tu fe. En la energía divina, eterna, está todo lo que necesitás. Mejor depositá ahí tu fe. Pensá que en el Paraíso no aceptan monedas de oro. Allí todas nuestras riquezas materiales no sirven de nada.
Por último, la próxima vez que pienses que sos pobre en este mundo, te desafío a que recuerdes algunos de los siguientes datos: si tenés alguna clase de alimento en tu alacena, algo de ropa sobre tu cuerpo y un techo sobre tu cabeza, sos más rico que el 75% de los habitantes de este planeta. Si tenés un poco de dinero en el banco o en la billetera, formás parte del 8% más rico de este mundo. Si hoy amaneciste más sano que enfermo, sos más rico que el millón de personas que no llegará al fin de semana. Si nunca padeciste los embates de una guerra, la soledad de una cárcel o las penurias del hambre, sos más rico que los 500 millones de habitantes de este planeta que sí sufren todo eso, a diario. Si podés practicar tu religión sin temerle al castigo o la persecución, sos más rico que las 3 mil millones de personas que sí padecen a causa de su fe.
En definitiva: si podés alzar la cabeza al cielo y sonreír, sos más rico que muchísima gente.
Si podés leer este artículo, sos más rico que los cientos de miles de personas que aún hoy, en este siglo XXI, no saben leer ni escribir.
Releelo y pensá de nuevo: ¿sos rico?