Pompeyo Audivert: Se fue transformando cada vez más en un ritual metafísico. En una zona que sirve como experiencia de autoconocimiento, cada vez más extraña y curiosa, vinculada a la estructura identitaria: la obra, en su forma de producción, erige una metáfora sobre la identidad, la idea de que el yo es una construcción histórica, fraguada, de naturaleza ficcional. La obra habla de eso en su forma de hacerse, de un cuerpo habitado por todos los personajes de Shakespeare. Y a la vez, la obra de Shakespeare habla de un cuerpo habitado por fuerzas sobrenaturales que tuercen su destino y lo vuelven un asesino compulsivo. Lo paradójico es que la obra hace un señalamiento al respecto de la identidad poética a través de un texto que habla de la identidad alienada y compulsiva. El teatro siempre elige jugadas paradójicas, pulsos sacro-profanos que hablan de esa encrucijada de fondo: estamos habitados por fuerzas dorsales, sobrenaturales, que nos detentan como piezas de un teatro histórico siniestro. Yo creo que el teatro tiene, como ritual sagrado, sus propias temáticas de base a las que se debe: ¿quiénes somos, dónde estamos, qué estamos haciendo, de dónde venimos, dónde vamos? Se trata de una escrutación sobre nuestra identidad y nuestra pertenencia.
P: ¿Qué te atrajo de Macbeth?
PA: Para hacer jugar esas temáticas de base, el ritual teatral debe recubrirse de algún campo ficcional, con alguna obra. Por eso busco obras que hablen de temas parecidos a las temáticas de base del teatro. Me parece que Macbeth es una obra muy atractiva que genera una empatía con el público a dos niveles: el de las vicisitudes dramáticas que trama la obra shakespeariana y el de las formas de producción con la que se representa: un cuerpo habitáculo de encarnaciones. Se genera, así, un pulso donde forma de producción y producto son una misma cosa, no son discernibles: esto me parece que desata una dialéctica que produce una empatía y una fascinación teatral muy escasa en nuestros días.
Shakespeare, un autor habitado
Cuando, en los primeros 90, su cara empezó a ser masivamente conocida por sus papeles en series icónicas de aquella época como Zona de Riesgo o Nueve Lunas, Pompeyo ya era una celebridad del under porteño: las obras que dirigía y actuaba en el Parakultural o en Babilonia se combinaban con su trabajo como actor junto a uno de sus maestros, Ricardo Bartis, quien dirigió en 1991 su recordado Hamlet en el Teatro San Martin, con un elenco en el que también brillaba el recordado Alejandro Urdapilleta. El vínculo de Audivert con Shakespeare se profundizaría después en infinidad de ocasiones. En esa misma sala lo dirigiría años más tarde Jorge Lavelli en El rey Lear. Y más tarde, Audivert dirigiría otro Hamlet en El Callejón de los Deseos.
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Habitación Macbeth, en su cuarta temporada.
PA: Shakespeare es monstruoso. Este tipo que viene de ganar una batalla decisiva para su país y para su reino es interceptado por unas brujas que le profetizan un porvenir de gloria, llega a su casa y la mujer, que parece que ya ha sido visitada también por las brujas, lo interna y lo da vuelta; Macbeth empieza a cambiar, entra en diálogo consigo mismo como si fuera Hamlet, ve un cuchillo flotando en el aire que le señala dónde está su víctima. Es una locura, es tremendo, es maravilloso. En un momento, Lady Macbeth dice que no mató a Duncan cuando dormía porque le hacía recordar a su padre: “no fue cobardía, sino una ebria nostalgia la que detuvo mi mano homicida”. Es evidente que Shakespeare escribe en estado de trance, está habitado.
P: El mismo autor está habitado
PA: ¡Sí, para mí escribe poseído y asistido por fuerzas sobrenaturales! Él también es una habitación.
P: Siempre se habla del diálogo de una obra con la realidad, con la coyuntura. Vos hiciste ya algunas funciones desde que cambió el gobierno. ¿Percibís cambios en lo que la obra dice respecto de la escena política?
PA: Creo que la realidad se puso de acuerdo con la obra, escaló a los niveles significativos, o metasignificativos, político-históricos de los que habla la obra. Yo siempre sentí que la realidad se iba a ir acercando a la obra. Cuando la empezamos a hacer no tenía tantas connotaciones, era el momento del gobierno hedonista narcisista de Fernández y su camarilla de ególatras. Ahora entramos en una zona de extrañamiento del nosotros, que ya estaba en crisis, y la obra escala en ese extrañamiento, ¿quiénes somos nosotros como sociedad que nos volcamos a esto? ¿qué fuerzas oscuras y ominosas nos detentan y tuercen nuestro destino a su antojo? El frente histórico está escalando hacia una tragedia shakespeariana.
P: Pero ¿cómo evitar la linealidad de un personaje al que la ambición por el poder lo lleva para adelante y cree que tiene que acelerar la profecía? Hay un momento en que Lady Macbeth alucina un niño decapitado y dice: “¿Es que nadie lleva puesta su cabeza en este maldito país”? Y la gente ríe. La obra es la misma que el año pasado pero denota algo distinto…
PA: Es tremendo. Después, en un momento, ella le dice: “Estamos haciendo política: sonrisa y cuchillo, cuchillo y sonrisa”. De todas maneras, creo que lo perturbador de la obra no pasa por las preferencias estrictamente políticas que en Shakespeare siempre se producen, sino fundamentalmente por la idea de un cuerpo habitado. Eso es peligroso, inquietante, revelador.
P: Me gustaría retomar lo que evoca la forma de producción: un tipo solo, un solo cuerpo en escena también dialoga con una realidad llena de pantallas.
PA: Claro, también es subversivo eso, porque va contra las formas y los soportes digitales de esas ficciones paralíticas con las que nos entretenemos, que son puro sentimentalismo y compulsión, entretenimiento. El teatro, en cambio, es un ritual sagrado que se juega en el tiempo, en el espacio y en la presencia, el público sale cansado y extasiado por haber suspendido su presencia histórica durante una hora y media y haber sostenido junto con un actor una experiencia metafísica y poética.
P: Hablabas de las ficciones sentimentalistas con que nos entretenemos. Hace un par de años, en otra una entrevista, dijiste algo sobre las series como género y medio que se viralizó e hizo un poco de escándalo. Decías que las series te ocupan el lugar de lo emotivo y que eso te perturbaba.
PA: Siento eso, siento que hay fuerzas oscuras que se nutren de nosotros, que están en los pliegues de la realidad, que no son visibles, pero existen y son parte del bajo astral y se alimentan de emociones de todo tipo. Es como si con Netflix, HBO y todas esas plataformas se les diera de comer a esos bichos y se mantiene a toda la población generando emociones para un bichaje que anida en los livings y se morfa todo. Entonces me he propuesto no ver series salvo algunas que son realmente extraordinarias, pero son muy pocas. La realidad en la que estamos es tremenda. Me da terror pensar en las perspectivas, que son muy oscuras; pero, a la vez, hay una fe venida del nivel simbólico en el que nos formamos que va a producir, en algún momento, un brote de organización.
"Necesitan borrarnos"
P: ¿Vos decís que la destrucción que viene es tan profunda que va a favorecer la organización en su contra?
PA: Hay algo en la velocidad de lo que está ocurriendo, en lo abrupto y compulsivo del embate, de esa falta de dirección y planificación, que revela que el poder está inmerso en una interna feroz, es como una enfermedad que destruye el cuerpo que parasita. Creo que, finalmente, se va a producir una respuesta orgánica de las fuerzas vitales de lo social. No sé qué forma tendrá, pero es imposible que estas políticas prosperen.
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"Yo creo que han identificado la cultura como un enemigo", afirmó Audivert.
P: Esto lleva directo al cacerolazo de la cultura a raíz del intento de desmantelar el Instituto del Teatro, el INCAA, el Fondo Nacional de las Artes…
PA: Exacto. Yo creo que han identificado la cultura como un enemigo y lo bien que hicieron. Porque la cultura es anticapitalista, tiene como trasfondo lo poético de la identidad individual y colectiva, lo excita, lo activa, lo multiplica, lo señala como sentido esencial. Entonces estos tipos, que son como vampiros, saben que nuestro sector no les aporta votos sino que les genera un cuestionamiento profundo. Necesitan borrarnos. Creen que cerrando en INT, el FNA y el INCAA, van a paralizar la cultura. Lo que va a suceder es que la van a sobreexcitar. No hay mayor excitación que puedan producir sobre el frente cultural que querer sacarnos toda fuente de financiamiento y todos los derechos económicos que supimos conseguir. Nos van a recontra excitar, ya estuvimos súper excitados en la época de la dictadura y unidos hemos creado cosas hermosas. Teatro Abierto no tenía subsidio. Las grandes gestas culturales no fueron subsidiadas, fueron justamente movimientos independientes autónomos autogestivos herederos de las militancias históricas que generaron cosas hermosas. Y así va a pasar hasta que volvamos a recuperar todos esos bienes que son nuestros, de toda la sociedad, y que nos pertenecen. Es muy tonto. Es como pincharle la pelota a un pibe y pensar que no va a seguir jugando al fútbol.
P: Además porque el Instituto no se financia con presupuesto nacional sino con un impuesto al juego.
PA: Nos quieren sancionar. Es una sanción de quien se siente herido por lo que el otro revela. Como todas las sanciones del poder, tiene que ver con el miedo que siente el poder a las revelaciones.
P: Parecería que se está consensuando la idea de que el colectivo es algo poco eficiente. Milei usa “colectivista” como insulto, como algo peyorativo.
PA: Sí. El individualismo descerebrado que propone la derecha como naturaleza humana es totalmente antinatural y antihumano. Lo humano es la tribu, el colectivo, el conectar todo con todo, eso genera riqueza, lo creativo es lo colectivo. El miedo genera distancia, límites, reduce, acota y finalmente, mata. En realidad, el miedo lo sienten ellos, miedo a ellos mismos, a lo que sienten, quieren hacerle sentir al otro lo que les pasa a ellos. Es la oscuridad la que late ahí, la que trama sus asuntos en esas políticas oscuras. Como diría Thomas Bernhard: “Es el miedo, nada más que el miedo”.