El desafío de Latinoamérica: superar la polarización

El último tiempo la radicalización de algunos discursos hizo que muchos de los votantes endurezcan sus posturas en distintos países de la región.

Hace varios años que los sistemas políticos en el mundo se dirimen entre dos modelos totalmente antagónicos. La derecha y la izquierda. Y en algunos casos, de acuerdo a la postura ideológica de algunos analistas, a veces califican los movimientos de “extrema” tanto a la derecha como a la izquierda.

Lo cierto es que en el último tiempo la radicalización de algunos discursos hizo que muchos de los votantes en Latinoamérica endurezcan sus posturas.



Así vimos a un Brasil manifestándose durante semanas enteras en contra de Bolsonaro durante la pandemia, intentando un golpe de Estado a Lula ni bien asumió, una Araucania incendiada en Chile y podemos seguir hasta llegar a un Perú con su presidente destituido y preso, en revueltas que tienen más de 55 fallecidos.

Si vamos a las calles de nuestros vecinos en Perú hay un inconformismo fruto de 20 años de desorden institucional y político que, como dijimos anteriormente, hoy se plasma en las calles del sur, e incluso de Lima, su capital, con el pedido explícito de un llamado urgente por parte del parlamento a nuevas elecciones que pongan fin a un gobierno que gran parte de la población considera ilegítimo: el de Dina Boluarte.

Pero éste, es tan sólo un ejemplo de lo que está gritando el pueblo latinoamericano en su conjunto: este inconformismo arrastra años de desconfianza de la clase política en general y los estallidos sociales son ese grito que brega por un cambio contundente y de base.

Si uno repasa la historia, imágenes como las que se ven por estos días en Perú no distan demasiado de las que se han visto con la represión de los carabineros en Chile. Esas protestas, que se detonaron por el aumento del precio del subte, también contenían un reclamo muy marcado para terminar con las diferencias que han marcado a toda la ciudadanía chilena: el contraste entre la clase baja y la clase alta.

Lo que tuvo lugar en Brasilia a pocos días de la asunción presidencial de Lula también es un signo de la época: la violencia en las calles fruto de la radicalización que instala el fraude como fantasma y la negación como bandera.

Es por eso que, pese a no haber estado al momento del intento de asalto al Palacio del Planalto, el Congreso y el Supremo Tribunal Federal, Jair Bolsonaro germinó una semilla que establecía que el fraude y el triunfo del progresismo iban de la mano.

No hace falta que cuente qué pasó después de meses de campamentos en frente a cuarteles militares en donde pedían a viva voz “intervención militar” y sostenían carteles que rezaban “SOS fuerzas armadas”: el intento de golpe se hizo carne.

Y aunque los violentos, dispuestos a destruir todo, y asaltar los tres poderes no representan el grueso de los votantes de derecha, en el caso de Brasil sí hay una realidad que no puede pasar por alto: casi la mitad de los brasileros votaron por el modelo de la derecha más radicalizada que se conoció en el último tiempo en Brasil.

Si seguimos con las elecciones de nuestros vecinos en Chile, Gabriel Boric fue fruto de las revueltas en 2019 y, aunque con sus debilidades, logró obtener los votos que lo ungirían no solamente presidente de un país que acostumbraba a una derecha ortodoxa, sino también en el presidente más joven que en este momento tiene la región.

Sin embargo, la polarización en Chile, lejos de mermar, se intensifica cada vez más. Es por eso que las protestas en contra del proyecto de la nueva carta magna fueron protagonistas durante el 2022, así como también el conflicto en el sur del país trasandino.

El caso de Bolivia tampoco es excepción: el presidente Luis Arce fue el candidato del progresismo de Evo Morales para dejar atrás una etapa oscura como la que representó un golpe de Estado que protagonizó Jeanine Añez, en una polarización extrema de dos modelos sumamente opuestos.

El descontento social por la gestión de Arce, que también tuvo marcadas diferencias con el propio Morales, se vio en las calles de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba con centenares de detenidos.

La polarización en las elecciones sigue por todo el continente: de hecho, en Colombia, en 2022 se celebraron unas elecciones históricas en donde el electorado se dirimía entre Rodolfo Hernández, un outsider de la política a quienes presentaban como el “Trump Colombiano” y Gustavo Petro. Petro, quien ahora es presidente, marcó la historia colombiana siendo el primer mandatario de la izquierda de ese país.

Con tantos ejemplos en la región (aunque también en el mundo) la polarización ideológica naturalmente conlleva a la imposibilidad de dejar a la mayoría conforme. Es por eso que un perfil más moderado es inviable en este tipo de modelos y la falta de identificación con algunos de sus representantes.

Las calles y sus reclamos, en forma en muchas ocasiones de estallido social, también son el termómetro del descontento que se expresa ya sea que gobierne la derecha o la izquierda.

El desafío que tiene América Latina en su conjunto es prescindir de esta polarización sobre todo cuando esto concluye en falta de diálogo entre los principales partidos políticos y por supuesto que esto repercute de lleno en el humor social y en la forma que la gente se toma a la política.

DEJA TU COMENTARIO: