La condena contra Cristina Kirchner copó por completo la agenda mediática, desplazando la gira presidencial por Europa e Israel y compartiendo cartel, al final de la semana, sólo con el comienzo de una guerra abierta en Medio Oriente.
El campo libertario se divide a la hora de evaluar los efectos de la condena a Cristina Kirchner, con muchos sectores sopesando lo posibilidad de que podría convertirse en una caja de Pandora. Tras el impacto inicial, el peronismo busca reencontrarse, ante la ambigüedad de la CGT y los rencores internos que solo están asordinados.
La condena contra Cristina Kirchner copó por completo la agenda mediática, desplazando la gira presidencial por Europa e Israel y compartiendo cartel, al final de la semana, sólo con el comienzo de una guerra abierta en Medio Oriente.
Como si se tratara de hienas intentando despedazar a una presa, buena parte del entramado mediático de la derecha pregona día a día que la ex presidenta debe estar en una cárcel común y, hasta los más enervados, que me merece el mismo destino que genocidas como Jorge Rafael Videla.
Los descorches de champagne y los vítores en cámara muestran lo que se vio durante todo el proceso contra Cristina Kirchner, una sucesión de adjetivos y valoraciones que no tienen que ver con la causa que se investigó sino con el impacto político que su figura tiene. El culto a Cristina Kirchner, se la ame o se la odie, no tiene ateos. Y eso se continúa luego de conocida la decisión de la Corte. Mientras el periodismo de derecha exige una detención ejemplar -invocando una señal disciplinaria que quieren imponer a otros dirigentes- el gobierno se divide en partes a la hora de evaluar el impacto de lo sucedido.
Un sector, encarnado por Patricia Bullrich y otros, esbozó la idea de que el vía crucis aplicado a Cristina no tiene que parar. La propuesta duró poco tiempo porque el ala más racional, con Guillermo Francos como principal estandarte, cree que el intento de generar situaciones humillantes para la imagen de la ex presidenta, pueden significar abrir una caja de Pandora que no se sabe en qué puede derivar.
El acompañamiento popular no es nunca un dato inocuo y la gran marcha que se organiza para el miércoles, si Cristina tiene que presentarse en Comodoro Py, implica un riesgo que el gobierno no quiere asumir. Si hasta ahora lo que primó en las sociedad es la desmovilización y la apatía, favorecer condiciones que cambien esa inercia puede ser muy peligroso. Las repercusiones internacionales que el caso está teniendo tampoco son menores.
Más allá de los prolongados tiempos que implique una presentación en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, los responsables de la representación diplomática de nuestro país saben que el tema Cristina estará presente en muchos de los foros a los que la Argentina asista, aunque sea para empañar ciertas posiciones del gobierno.
Que una gestión que promueve la libertad a ultranza reprima manifestaciones en su contra y enjuicie a los críticos ya era una situación bastante escandalosa. Pero que, además, esté detenida la principal dirigente de la oposición, parece un contrasentido insalvable en algunos ámbitos. El mismo país que condena a Venezuela por dejar afuera de competencia electoral a María Corina Machado, será el que proscriba a una mujer que accedió a todos sus cargos por el voto popular?
El presidente Javier Milei pareció hacerse cargo de esta contradicción y desde Europa remarcó la falta de responsabilidad de su gestión en esta situación. Razón no le falta pero pareció ser también una señal para que los más ultras de su espacio no se metan en el asunto.
Mientras tanto, varios dirigentes del peronismo afirman como un mantra que esta situación los unió pero las fotos de la sede de Matheu, que muestran un ecumenismo inusual en los últimos tiempos del movimiento, ocultan otras imposibilidades prácticas. Si bien es cierto que hay acuerdo acerca de no aceptar ninguna situación que no sea la prisión domiciliaria y una baja exposición para Cristina, también es verdad que los acuerdos ni siquiera comprenden el modo de lograr eso.
La importante reunión que las autoridades del partido iban a tener con los líderes de la CGT debió posponerse para el martes por falta de acuerdo. Los “gordos” parecen remisos a organizar un paro general o medidas más directas, enredados entre la necesidad de que el gobierno salve a las obras sociales y el temor de enfrentar al poder judicial cuando tienen causas trascendentes como las del decreto 70/2023 y el 340/2025.
En estricto off, los dirigentes de la CGT más combativos, relatan lo difícil que fue consensuar un documento de repudio a la decisión de la Corte. Las internas por la elección en la provincia de Buenos Aires tampoco parecen resueltas tras la condena. Los recelos entre La Cámpora y el “axelismo” sólo se solaparon un poco pero en privado continúan del mismo modo. Es que el efecto proscriptivo de la persecución contra Cristina viene de mucho antes y ha generado buena parte del descalabro que hoy sufre el peronismo, con independencia de los errores propios.
Los menos memoriosos creen que la lealtad a Juan Domingo Perón durante los 18 años que duró la proscripción fue monolítica y sostenida. Eso es un error. Tampoco el esquema de leales y traidores puede delinearse perfectamente y sirve para establecer categorías políticas profundas en una situación tan compleja. Generar el miércoles que viene un nuevo 17 de octubre es un objetivo de máxima que no parece condecirse con la realidad porque la movilización popular no podrá trocar de un momento para otro la situación de Cristina Kirchner.
El efecto de la proscripción es generar un vacío allí donde más duele, en el liderazgo. Augusto Timoteo Vandor tuvo muestras de resistencia antes de ser sindicado como quien quería encarnar el peronismo sin Perón y, en algún momento, Arturo Jauretche fue crítico de la difícil conducción que desde Puerta de hierro trataba de sostener Perón.
El peronismo vuelve a ser puesto en una encrucijada por los poderes concentrados de la Argentina. El modo en el que intentará resolverla no aparece del todo claro todavía. Por eso quizás dirigentes como Agustín Rossi y Wado de Pedro consideran que la primera tarea del próximo gobierno peronista será terminar con la detención de Cristina Kirchner.