Una reciente investigación realizada en Reino Unido, que analizó datos de más de 300.000 personas, arrojó conclusiones importantes sobre la relación entre la siesta y la salud cerebral. Este estudio, publicado en la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, destaca que quienes descansan durante el día de forma regular presentan un cerebro más saludable y con signos de envejecimiento más lento.
La siesta es una costumbre arraigada en muchas culturas, incluyendo la argentina, donde el descanso vespertino es tradicionalmente valorado como un momento para recuperar energías. Aunque los estilos de vida modernos modificaron algunas prácticas, la tradición de tomar una siesta persiste en diversos lugares, mostrando que este hábito puede tener beneficios que trascienden la simple pausa.
El estudio británico pone el foco en no solo la importancia de dormir la siesta, sino también en el momento ideal para hacerlo, revelando que un descanso bien ubicado en el día puede potenciar la función cerebral y contribuir a reducir el envejecimiento cerebral. Estos hallazgos invitan a reconsiderar la siesta como una herramienta eficaz para el cuidado cognitivo y el bienestar a largo plazo.
Siesta
Aunque las costumbres modernas modificaron esta práctica, en muchas regiones sigue vigente la tradición de descansar por la tarde.
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A qué hora es mejor dormir la siesta según un estudio
La investigación fue llevada a cabo por especialistas del University College London (UCL) y la Universidad de la República en Uruguay, quienes analizaron datos de 378.000 personas de entre 40 y 69 años, extraídos del Biobanco del Reino Unido. Esta base biomédica recopila información y muestras biológicas con el objetivo de estudiar la salud humana en el país, proporcionando una sólida plataforma para este tipo de estudios.
Aunque algunos individuos presentan una predisposición genética para dormir la siesta y otros no, la investigación determinó que quienes adoptaban este hábito tenían un volumen cerebral ligeramente mayor que quienes no lo hacían. Este aumento en el volumen cerebral se asocia con una mejor salud cerebral y un envejecimiento más saludable del cerebro.
Además, los especialistas concluyeron que el momento ideal para tomar una siesta rápida es entre la una y las cuatro de la tarde. Recomendaron que la siesta dure entre 10 y 15 minutos para evitar que interfiera con el sueño nocturno. Esto se explica porque el cuerpo humano sigue un ritmo circadiano que regula los ciclos de alerta y sueño, y en la mayoría de las personas se produce una caída natural de energía en ese rango horario, lo que genera somnolencia más allá del simple efecto de la digestión.
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Dormir no es un lujo, sino una necesidad biológica fundamental. La ciencia continúa descubriendo nuevos beneficios asociados a un buen descanso.
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Victoria Garfield, investigadora principal de la Unidad MRC para la Salud y el Envejecimiento a lo Largo de la Vida, comentó que las personas con un volumen cerebral menor suelen presentar niveles elevados de cortisol, la hormona del estrés, o un diagnóstico de apnea del sueño. También señaló que existe una contracción cerebral significativa en quienes padecen Alzheimer o demencia vascular, por lo que mantener el tamaño cerebral es un factor positivo para la salud a largo plazo.
Respecto a la elección del rango etario para el estudio, Garfield explicó que se centraron en la mediana edad porque es en esta etapa cuando comienzan a manifestarse enfermedades como diabetes e hipertensión. Asimismo, destacó que los beneficios de la siesta solo se observan de manera sostenida en quienes mantienen esta práctica de forma regular.
Finalmente, el estudio también encontró que las siestas cortas, de entre cinco y quince minutos, mejoran de manera inmediata el rendimiento mental, con efectos que pueden durar hasta tres horas tras despertar. Estos hallazgos coinciden con investigaciones previas que indican que las siestas favorecen la vigilia, la memoria y la velocidad de procesamiento a corto plazo, mientras que los beneficios sobre la estructura cerebral se evidencian de manera global y no en áreas específicas.
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Cuando el sueño no es reparador, todo el cuerpo se ve afectado, incluso en formas que no siempre son perceptibles a simple vista
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