De Lugano, barrio Copello, al mundo. Pedro Cannavó, de 46 años, es uno de los nuevos príncipes de la Iglesia católica. Lleva el orden episcopal, la primera jerarquía eclesial, con otros 5.000 hombres en todo el mundo. Son una élite que debe estar al servicio del Evangelio de Jesucristo. Algunos creen en esos ornamentos, anillos y ropa, que abren puertas de poder mundano y empobrecen su misión. No parece ser el caso de Cannavó que justamente tras una semana en el Vaticano, para la formación junto a otros nuevos obispos argentinos, arribó a Ezeiza para recibir el báculo de conductor espiritual y político del "ministerio de los rotos", llamada eclesialmente Vicaría para la Caridad y el Desarrollo Humano.
Su tarea no es sencilla. Va a tener que desarrollar más habilidad que Messi para encarar a la élite político-sindical-judicial, tarea de la llamada Pastoral Social porteña. Este es el primer gran desafío por partida doble para Cannavó: la conversión de corazones de una dirigencia enfrascada en la batalla mundana sin fortaleza espiritual como ponerle el pecho al genocidio social de la primavera ultraliberal.
Pero Pedro Bernardo viene con el corazón inflado. No sólo almorzó con el Papa Francisco en su residencia comunitaria “Santa Marta”, junto a los otros nuevos obispos argentinos (ver foto), de ellos fue el único llamado a parte para mantener un encuentro cara a cara con el obispo de Roma.
Jorge Mario Bergoglio, hombre meticuloso para los pequeños detalles, al verlo y escucharlo en el compartir del pan y el vino mandó a llamar al párroco de la iglesia María Madre del Pueblo, sobre avenida Perito Moreno en la villa más poblada de la ciudad de Buenos Aires. El Pontífice conoce a Pedro desde que lo ordenó sacerdote en el microestadio de Argentinos Juniors a sus 31 años.
Para apuntalarlo a Cannavó, en el día a día Bergoglio optó por un hombre de su confianza. Gustavo Carrara, el primer cura villero porteño ascendido a monseñor, y que desde hace un año ejerce el poderoso segundo lugar de la arquidiócesis porteña. "El Carra" de 52 años, parte de esta nueva camada que conduce la arquidiócesis, de sangre xeneixe también criado en Lugano, es quien trabaja espalda con espalda junto al pibe del barrio Copello que hizo la secundaria en el Instituto Militar Dámaso Centeno, del barrio de Caballito.
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Cannavó junto a un hombre de su confianza, Gustavo Carrara, el primer cura villero porteño ascendido a monseñor.
La creación de esta nueva vicaría para los rotos busca por un lado conducir la política, sin encasillarse en etiquetas partidarias o sectoriales, y por otro unificar la labor social, en parte para que no vaya directo al arzobispo y su segundo, que incluye áreas como Cáritas, la solidaridad de cada parroquia, la pastoral carcelaria, las comunidades villeras, la pastoral hospitalaria, la pastoral de migrantes y adultos mayores.
En conversación con este medio "el obispo de los rotos", que no quería un artículo con eje en su persona, soltó: "La Vicaría tiene una mirada hacía todas las periferias urbanas, la preferencia son los pobres. La articulación de equipos que vienen trabajando hace mucho. La reflexión de la doctrina junto con su vivencia y la vivencia de la doctrina que reflexiona sobre su accionar, que articula con otras respuestas y se enriquece de otras experiencias"
"Simplemente coordino y pongo en diálogo antes una realidad que es compleja, con problemáticas son multicausales, donde nosotros debemos dar respuestas más articuladas y tender puentes entre todos los que trabajan y acompañan a los que han caído al borde del camino en la Ciudad”, cerró el nuevo vicario de la caridad y el desarrollo humano", agregó.
La fe y la política
Cannavó al terminar la secundaria se inclinó por la política. Su primera pasión “la más alta caridad”, como definió San Pablo VI y repite sin cansancio el Papa Francisco sobre la política, tan mal vista en el mundo católico que considera, por una mala catequesis, que la fe y la política nada tienen que ver. La misma que critica al Papa repitiendo lo que dicen algunos políticos y medios: “Es un Papa político”, “no me representa” o hasta usando la palabra de moda en la primavera mileista: “Es un zurdo”.
Justo tras la eclosión político-social del 2001 es que Pedro Bernardo deja la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se lanzó al seminario en el barrio de Devoto. La política en mayúsculas jamás la abandonó en estos años, ahora menos, pero primero partiendo de la oración y luego al mundo para el bien común.
Córdoba primereó. La diócesis a cargo del cardenal jesuita Ángel “Bachín” Rossi creó hace un año la Vicaría de los Pobres. Poniéndose en sintonía con Francisco que instaló para su renovación en el gobierno de la Santa Sede, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
“Lo vio y se conmovió profundamente”. El lema episcopal del nuevo obispo que ya está instalado en la Vicaría de Flores, en calle Condarco 545, donde deberá abrazar las llagas de los sin techo, los adictos, los viejos, las prostitutas, los villeros y los presos. En el mismo barrio, aunque unas cuadras más al sur, del otro lado de Rivadavia, vive el "jefe" en la arquidiócesis, y aún más al sur, sobre avenida Castañares frente a la terminal del colectivo 132 a metros de la esquina con avenida Esteban Bonorino, donde la villa nace de la ciudad, su padrino episcopal.
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Encuentro político-judicial en un gimnasio parroquial en la villa del Bajo Flores.
A la nueva camada de monseñores se suma el abuelo en casa, el único de ellos con residencia en el arzobispado, junto a la Catedral, frente a Plaza de Mayo. El provicario, monseñor Joaquín "el vasco" Sucunza, el tercero del organigrama eclesial porteño, acaba de regresar del Vaticano de un largo encuentro en Santa Marta con Francisco, con quien hizo dúo por años para gobernar la arquidiócesis. Sucunza vuela bajo el radar mediático, sin embargo este medio supo del reconocimiento por su desempeño en la administración económica de la Iglesia realizado en la universidad de los franciscanos menores de Roma, la semana pasada.
El equipo conformado tiene la misión estratégica de seguir enraizando el Concilio Vaticano II que con parresia lidera desde hace once años el primer Papa jesuita, latinoamericano y argentino de la historia.