Archivos Plan Cóndor: el ejército argentino dijo que estaba de fiesta en España, pero la verdad es mucho más oscura

Luego de que la dictadura se llevara a sus hijos, Noemí Gianetti se propuso luchar por justicia a cualquier costo.

A lo largo de 2025 el Buenos Aires Herald publicará una serie especial de notas por los 50 años desde la firma del Plan Cóndor. Los artículos fueron co-producidos con el proyecto Plancondor.org, coordinado por la doctora Francesca Lessa en colaboración con el Proyecto Sitios de Memoria Uruguay, el Observatorio Luz Ibarburu de Uruguay, y el espacio de memoria Londres 38 de Chile, con apoyo de la University College de Londres y la Universidad de Oxford.

Gustavo Molfino ya estaba un poco grande para andar recorriendo jugueterías, pero tenía un motivo. Estaba buscando juguetes que sirvieran para ocultar dólares y documentos falsos que él hacía a mano. Una caja de música era ideal: era cuestión de desarmarla, meter los billetes y documentos, volver a armarla y después asegurarse de que funcionara bien por si la encontraba la policía aeroportuaria.

Tenía 18 años cuando abandonó su exilio en París para ir a una misión en Perú. Había estado militando en Montoneros desde hacía un año. Ahora, le habían asignado la tarea de ayudar a trasladar personas entre su Argentina natal y Centroamérica, a través de Lima.

En mayo, la llegada de su madre de 54 años, Noemí Gianetti, lo tomó por sorpresa. Sólo más adelante descubriría lo mucho que Noemí se había involucrado con Montoneros.

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Gustavo Molfino en Plaza Congreso, Buenos Aires, 2025.

Gustavo Molfino en Plaza Congreso, Buenos Aires, 2025.

Eran los primeros meses de 1980, y hacía cuatro años que Argentina era gobernada por una junta militar. La dictadura comenzó el 24 de marzo de 1976, pero unos meses antes de eso, jefes de inteligencia de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay se habían reunido en secreto para debatir cómo podrían colaborar para combatir lo que ellos llamaban “la subversión” más allá de las fronteras.

Tenían un aliado poderoso: Estados Unidos les brindó apoyo y recursos. Esto sería clave en lo que le pasaría a Noemí años después.

El acuerdo conocido como Plan Cóndor se firmó el 28 de noviembre de 1975 en Santiago de Chile. Su objetivo era coordinar la persecución, tortura y asesinato de exiliados políticos sin importar a qué país de la región se habían escapado. Las dictaduras de Brasil, Ecuador y Perú se unirían más tarde.

Gustavo nunca le preguntó a Noemí por qué estaba en Perú. Cuanto menos supiera, mejor. Él recuerda la casa de Lima como un lugar donde él y su madre podían cocinar y jugar a las cartas como una familia cualquiera. Pero también vivían en un clima constante de secretismo y riesgo. Con ellos vivían María Inés Raverta, su superior; el líder montonero Roberto Perdía; y la esposa de Perdía, Amor.

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El 12 de junio de 1980 comenzó como un día normal. María Inés se fue de la casa alrededor de las 17 para reunirse con el montonero Federico Frías. Pero nunca volvió. Tras años de resistencia, los miembros de Montoneros sabían muy bien qué significaba eso. El protocolo en esos casos era abandonar la casa por unos días: en caso de que apareciera la policía, se encontrarían con una casa vacía. Pero esta vez, Perdía decidió hacer las cosas de otra forma. Le dijo a Noemí y a Gustavo que se quedaran en la casa, y se refugió con su esposa en otro lugar.

Una vuelta a la manzana

Ya era de noche cuando Gustavo salió a dar una vuelta a la manzana para ver qué estaba pasando afuera. En la vereda de enfrente vio a un grupo de hombres armados vestidos de civil. Ahí supo que si intentaba volver a la casa lo iban a capturar.

Fue a llamar a Noemí desde un teléfono público y mientras cruzaba la calle vio que los hombres tenían un auto. Adentro estaba María Inés. Se dio cuenta de que la habían estado torturando.

“Nunca me voy a olvidar que nos miramos, ella bajó la cabeza, y no dijo nada”, Gustavo recuerda. Más tarde, se enterará que Frías había sido torturado en Buenos Aires hasta revelar que tenía programado un encuentro con María Inés en Perú. Sus captores lo obligaron a ir a la cita para poder secuestrarla y buscar a otros montoneros en la zona.

Gustavo llamó a su madre, Noemí. “Mamá, está todo rodeado”, le dijo.

“Escapate vos, que tenés toda la vida por delante”, le respondió ella.

Mientras Gustavo llamaba a un grupo de diputados peruanos para que lo ayudaran, vio cómo los hombres se llevaban a su madre de la casa. Perú todavía estaba bajo una dictadura militar, pero había tenido elecciones el 18 de mayo como parte de un proceso de transición democrática.

“Si yo hubiese tenido un fusil, cuatro granadas, un lanza cohete, todas cosas que he aprendido a usar en su momento, hubiese podido salvar a mi vieja”, se lamenta Gustavo: “Me carcome la culpa. Pensé, ¿para qué tanto entrenamiento si uno no pude salvar a lo más preciado que uno puede tener en un momento, que es la madre?”.

Noemí, María Inés y Julio César Ramírez, otro montonero que también estaba viviendo en Lima, fueron secuestrados ese día y llevados a un centro clandestino de detención improvisado. Quizás porque los guardias la veían como una señora mayor, Noemí se salvó de ser torturada.

Los años felices

La familia Molfino era numerosa. Noemí y su esposo José, que murió a los 39 años, tuvieron seis hijos: Miguel Ángel, Alejandra, Marcela, Liliana, José Alberto y Gustavo.

La última vez que estuvieron todos juntos fue en la Navidad de 1975. Hay una última foto de los hermanos Molfino, abrazados. Noemí no aparece en ella, seguramente porque fue quien sacó la foto.

SOLO CUERPO DE NOTA BA Herald Archivos Plan Condor Alejandra, José, Marcela, Miguel, Gustavo y Liliana Molfino en Noche Buena, 1975
Alejandra, José, Marcela, Miguel, Gustavo y Liliana Molfino en Noche Buena, 1975.

Alejandra, José, Marcela, Miguel, Gustavo y Liliana Molfino en Noche Buena, 1975.

Todos los hermanos se involucraron en política. Su casa en Resistencia, Chaco, era el lugar predilecto para hacer reuniones políticas. Las discusiones, muchas veces acaloradas, eran constantes. Alejandra militaba en el sindicato docente CTERA, Miguel era miembro de la organización armada con tendencia comunista PRT-ERP, y Marcela, que era peronista, se había unido a Montoneros. Los más chicos escuchaban y aprendían de sus hermanos. Liliana se unió a la Juventud Guevarista del PRT, y solía leerle a Gustavo un libro sobre la vida del Che Guevara como si fuera un cuento.

A principios de los años 70, la política argentina estaba convulsionada: la creación de guerrillas fue una respuesta a la dictadura conocida como Revolución Argentina (1966 a 1973). Juan Domingo Perón fue elegido presidente por tercera vez en 1973, pero murió un año después, dejando a su esposa María Estela Martínez — “Isabelita” — la responsabilidad de liderar un gobierno democráticamente frágil.

Durante ese tiempo, el grupo parapolicial de ultraderecha Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), con apoyo de funcionarios públicos, persiguió y asesinó a cientos de personas. Los hermanos Molfino tuvieron que pasar a la clandestinidad, escondiéndose en otras provincias. Estaban bajo amenaza constante y la casa familiar fue allanada varias veces, por lo que Noemí y Gustavo se mudaron a Buenos Aires, donde sentían que estarían más seguros.

A Noemí no le interesaba la política. Ella estaba abocada a criar a sus hijos. Pero esos años complicados la cambiaron. Alejandra y Miguel fueron detenidos en 1976 y principios de 1979 respectivamente por persecución política. Alejandra fue liberada un año después y se exilió en París, pero Miguel estuvo preso durante toda la dictadura, soportando terribles torturas, y fue liberado con la vuelta de la democracia en diciembre de 1983. Marcela y su pareja, el montonero Guillermo Amarilla, fueron secuestrados el 17 de octubre de 1979. Nunca más aparecieron.

Para Noemí, el secuestro de Marcela fue un punto de quiebre. Sintió que tenía que proteger a sus hijos. “La dictadura, en vez de ablandarla, la endureció. La hizo fuerte”, recuerda Gustavo. Y así fue como ella empezó a trabajar con Montoneros.

SOLO CUERPO DE NOTA BA Herald Archivos Plan Condor Gustavo, Noemí y Alejandra en 1978
Gustavo, Noemí y Alejandra en 1978.

Gustavo, Noemí y Alejandra en 1978.

Para cuando la dictadura secuestró a Marcela, Gustavo y Noemí estaban exiliados en París desde hacía dos años. A pesar de su corta edad, Gustavo llevaba adelante misiones para Montoneros e incluso había hecho entrenamiento militar en Medio Oriente.

Sin que su familia lo supiera, Noemí también se había involucrado con Montoneros. En enero de 1980, ella y un grupo de familiares de desaparecidos argentinos denunciaron los crímenes de la dictadura ante la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra.

“La experiencia que nos dio la lucha diaria de las ‘madres de Plaza de Mayo,’ menuda en sus logros, nos hizo madurar”, le dijo al organismo, según el diario español Diario 16. Comprendimos que ‘cada caso’ era ‘todos los casos’, que de lo individual debíamos pasar a lo genérico… y que estamos en presencia de una violación masiva al derecho humano por antonomasia: el derecho a la vida”.

Cooperación internacional

Una investigación judicial en Argentina revelaría décadas más tarde que, tras torturar a Frías para que revele su ubicación, el integrante de la Junta Militar Leopoldo Galtieri le pidió a las fuerzas armadas peruanas autorización para capturar a un grupo de montoneros en Lima. Los peruanos lo aprobaron, pero pidieron que el operativo fuera “rápido y limpio”.

“El ejército peruano puso a disposición del grupo operativo vehículos, personal policial y militar, y por supuesto la coordinación con las fuerzas represivas argentinas”, explica Gustavo.

Pero no fueron ni rápidos, ni limpios. Montoneros realizó una conferencia de prensa al día siguiente de los secuestros, lo que atrajo las miradas de los medios internacionales y presionó a Perú y Argentina para liberar a los detenidos — especialmente porque Noemí ya era conocida por denunciar a la dictadura ante la ONU. Había tanta presión mediática que el dictador Jorge Rafael Videla terminó cancelando un viaje a Perú para la asunción del presidente electo democráticamente.

Como respuesta, el ejército peruano decidió expulsar a los detenidos y trasladarlos a Bolivia. Desde ahí, fueron llevados a Argentina. El grupo terminó en un centro clandestino de detención en Campo de Mayo. Se estima que María Inés y Julio César fueron asesinados allí. Sus cuerpos nunca fueron encontrados.

Los militares tenían otros planes para Noemí.

Un país neutral

A mediados de julio, Noemí fue llevada en avión a Madrid. Dos oficiales de inteligencia argentinos la fueron a buscar al aeropuerto y la llevaron a un hotel.

Unos días después, los hombres colgaron el cartel de “No molestar” en el picaporte y se fueron.

El 21 de julio el personal de limpieza del hotel llamó a la policía cuando notó un olor sospechoso. Cuando abrieron la puerta, encontraron a Noemí muerta. Estaba recostada sobre la cama, en ropa interior. A pesar del calor de verano, el aire acondicionado estaba apagado y ella estaba cubierta con varias mantas. Según la autopsia, había muerto dos días antes.

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Recorte del diario español Diario 16 sobre la muerte de Noemí, con fecha del 15 de agosto de 1980.

Recorte del diario español Diario 16 sobre la muerte de Noemí, con fecha del 15 de agosto de 1980.

“Hicieron toda una simulación en el hotel, donde dejaron huellas digitales de Julio César Ramírez”, dice Gustavo. La junta militar solía decir que los desaparecidos en verdad estaban en Europa. “Era como la dictadura diciendo, ‘¿Ven que estas denuncias de Perú eran falsas, que estaban de joda en Madrid?’”, agrega.

Gustavo cree que buscaban ponerle fin a la presión mediática por la desaparición de Noemí, pero solo fue peor. Los medios españoles, en particular, le dieron amplia cobertura a su misteriosa muerte.

Debajo de su cuerpo, la policía encontró una pastilla. Los análisis de laboratorio revelaron que era una droga que, en sobredosis, causa insuficiencia cardíaca.

En la habitación, también se encontró un pasaje de avión de Madrid a París junto con algunos juguetes. La familia cree que le habían dicho a Noemí que iba a ir a París a visitar a su hija Alejandra, que hacía poco había tenido un bebé.

Hay otro motivo por el cual la familia cree que Noemí no trató de escapar. Cuando Marcela fue secuestrada, estaba embarazada de un mes. El 27 de junio de 1980 dio a luz a un varón en Campo de Mayo. Por esas fechas, Noemí también estaba detenida allí. Gustavo nunca pudo saberlo con certeza, pero cree que Noemí pudo haber llegado a ver a su hija y nieto durante su detención, y que los militares la extorsionaron con esto para que ella se comporte.

En 2009, las Abuelas de Plaza de Mayo encontraron al niño, Guillermo — es el nieto número 98 en ser identificado.

Un mandato de madre

El caso de Noemí fue incluido en el juicio de 2019, conocido como Contraofensiva Montonera, que abordó los crímenes cometidos contra 94 víctimas de la dictadura entre 1979 y 1980. En 2021, seis represores fueron condenados a perpetua en este juicio, incluyendo dos altos miembros del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército Argentino que idearon y llevaron adelante el operativo en Perú.

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“Tuve mil vidas y volví a nacer”.

“Tuve mil vidas y volví a nacer”.

Gustavo nunca dejó de reclamar justicia por su madre. Cuando Noemí le dijo que se salvara en Lima, lo tomó como un “mandato de madre” de luchar contra los crímenes de la dictadura por el resto de su vida. “No me lo dijo, pero sentí que quiso decir, ‘Tenés toda la vida por delante, tenés que hacer esto. Me quedó impregnado”. Fue un tema que trató en muchas sesiones de terapia a lo largo de los años.

Luego de lo que pasó en Lima, Gustavo pasó un mes escondido. Sabía que la dictadura lo buscaba. Cuando el cuerpo de su mamá fue encontrado, viajó a Madrid con un DNI falso para poder identificarla. Pero no se quedó por mucho tiempo: fue a combatir con el Ejército Popular Sandinista en Nicaragua, y volvió a la Argentina cuando la dictadura terminó en 1983.

Con los años, Gustavo se convirtió en fotógrafo profesional, una tarea que comenzó a aprender cuando fabricaba documentos falsos para Montoneros. Actualmente trabaja como fotógrafo para un diputado peronista en el Congreso. “Tuve mil vidas y volví a nacer”, dice.

A 44 años de ese trágico día en Lima, Gustavo intenta recordar cómo era su madre; se le quiebra la voz y sus ojos se llenan de lágrimas. “Algo que nos sucede a muchos familiares es que no recordás el sonido de su voz, no recordás la sonrisa”, confiesa. “Pero uno sí se acuerda de las cosas lindas”.

Aclaración: esta nota ha sido actualizada para quitar una cita que afirmaba que un documento desclasificado de la CIA recomendó que Noemí apareciera muerta en un país neutral. Si bien varios testimonios hicieron referencia a este documento, el Herald no ha podido verificarlo independientemente.